viernes, 10 de febrero de 2017

Comentario de textos - Enero 2017

Como novato en esto de escribir me sigue resultando muy curioso cómo la gente interpreta lo que escribo y encuentra cosas entre líneas que no tengo ninguna conciencia de haber dicho. Ya, ya sé que no debería resultarme curioso, si al fin y al cabo esto mismo pasa  prácticamente con cualquier conversación, como no iba a suceder algo parecido, pero ampliado, en este monologo que es lo de escribir y más aún lo de que te lean sin poder ver las caras que ponen al hacerlo (excepción hecha de mi hermana L a la que obligo a leer esto que escribo delante mío para contabilizar sus risas… que cada vez son más escasas, todo sea dicho).

En cualquier caso cuando escribía mi último comentario de textos no estaba tan agobiado como algunos lectores han interpretado, aunque si es cierto que este es el primer mes en los últimos ene años en el que por fin tenía el suficiente trabajo para justificar el sueldo que me pago y claro después de tanto tiempo perdiendo el tiempo uno no sabe cómo va a reaccionar, uno (por lo menos uno como yo) siempre tiene dudas de su capacidad y de no ser lo suficientemente listo, lo suficientemente competente, lo suficientemente llámalo-x para estar seguro de que puede enfrentarse a lo que le viene por delante. Ya, ya sé que muchas veces transmito esa odiosa seguridad de ser el más listo, el más competente y el mas llámalo-x del mundo pero también es verdad que es una opinión compartida que no lo soy, de hecho creo que es una opinión generalizada que todos son más listos, más competentes, mas llámalo-x que yo y que si ellos estuvieran en mi lugar todo funcionaria mejor porque ellos saben cómo hacerlo todo mucho mejor, más competentemente, mas llámalo-x que lo que yo lo hago. Pero no me lo tomo como algo personal ya que creo que piensan eso de forma generalizada sobre todo el mundo, aunque la realidad parezca empeñarse en no darles la razón.

En fin, el caso es que sí que he tenido trabajo este mes y como además era un trabajo que no era de mis favoritos pues, sin llegar a estar agobiado ni preocupado, y como hace años que no trabajo en serio (desde mi derrame y el principio de la crisis) pues no tenía mis capacidades demasiado claras y me faltaba un poco de esa seguridad que da la práctica cotidiana de una actividad (vamos, lo mismo que me pasa con eso de ligar). Pero todo ha ido bastante mejor de lo que esperaba, no había perdido tantas facultades y prácticamente me ha dado tiempo a realizar un trabajo decente (no, excelente que yo no soy de esos) e incluso a perder algo de tiempo con otros asuntos que tampoco podían esperar, a procrastinar y a ver algunas series de televisión (en verdad de Netflix, más que de televisión, ya que desde las navidades soy poseedor de un cacharrin que no sé cómo se llama y tengo en préstamo una Tablet, o como se llame).

Lo que he hecho poco, supongo que en parte porque ya había avisado y no quería quedar mal y en gran parte porque se empezaban a agotar mis reservas de libros ha sido leer, sobretodo en la parte final de enero y en el principio de febrero (como se verá más claro el próximo mes) y aunque no estrictamente relacionado retrasarme con este blog y con mi otro proyecto de escritura (ese famoso libro técnico que no acaba de avanzar. Bueno realmente yo he avanzado mucho en una mitad: la que he subcontratado a Leticia, aunque ni ella ni yo hemos avanzado casi nada con nuestras mitades). Pero algo hemos leído y aunque sea más tarde de lo habitual vamos con esos comentarios de textos.

Aunque podría haber empezado el año leyendo el par de libros que me han regalado por navidad la verdad es que lo empecé leyendo Eileen, o tal vez es que ya lo estaba leyendo en diciembre y aun no me lo había acabado. Vete tu a saber, mi memoria no llega a tanto y mis notas (que tomo en una libretilla, tipo Moleskine, del Maceratta Musei que me regalo hace tiempo mi hermana Maite) no lo aclaran. Ni siquiera mis notas me aclaran si me gusto la novela o no, lo que conociéndome quiere decir que no me gusto especialmente aunque tuviera cosas lo suficientemente buenas como para apuntarlas. Entre ellas esta esa aversión que una de las protagonistas siente (y que yo comparto totalmente) por los perfumes que, con mucho acierto, le hace clasificar a las personas que los llevan como “These highly scented people are not to be trusted. They are predators. They are like the dogs who roll around in one another’s feces. It’s very disturbing”. Tambien tiene esa diferenciación entre hombres y mujeres en función de su capacidad de aguante: que le lleva a decir “A grown woman is like a coyote – she can get by on very Little. Men are more like house cats. Leave them alone for too long and they’ll die of sadness” Incluso tiene esa parte de chorrada cultural que siempre resulta divertida que en este caso es el moto de Pall-Mall, en el que pese a ser la marca que fumaba mi madre durante muchos años (antes de pasarse al tabaco light) yo nunca me había fijado pero que dice “Per aspera ad astra” que (supongo) puede traducirse como “por el sendero áspero, a las estrellas” o incluso mas libremente como “a través del esfuerzo, el triunfo” que obviamente refleja perfectamente la iniciación en este rito de fumar que al principio cuesta pero que si persistes es verdaderamente satisfactorio. Además gracias a la Wikipedia parece que esta frase, que me ha encantado, inspiro un pasaje de la Regla de San Benito (algo que pese a mi nombre, gracias a mi cultura enciclopédica, ni sabía que existía ).

Supongo que si pese a estas cosas no tengo un recuerdo claro de la novela es que no debió de gustarme mucho, o tal vez es que simplemente que mi memoria, mi capacidad de retener cosas nuevas especialmente, cada día está peor. No sé qué habrá sido.

Aunque se trata de un libro de cuentos, que por lo tanto puedes dejarlo y retomarlo con facilidad (creo que los libros de cuentos no deben de leerse seguidos, si no por trozos e incluso si son lo suficientemente cortos uno debe de leerlos en el baño, o por lo menos tener siempre uno ,o más de uno, en el baño) como ya lo tenía empezado pues seguí con Make something Up. Stories you Can’t Unread que en cierta medida me ha servido para reconciliarme con el autor que en sus últimas novelas flojeaba bastante. La verdad es que tiene historias bastante graciosas: en una se pone de moda entre la juventud lobotomizarse; en otra uno se ha creído eso de que la risa cura todas las enfermedades y va a visitar a su padre enfermo de cáncer para contarle chistes  a ver si se cura; en otro tres de los más listos de la clase hartos de que los más fuertes de la clase abusen de ellos deciden repetir curso las veces necesarias para ser los más fuertes de la misma y que no abusen de ellos; en otra se descubre que prácticamente todos los pacientes de una clínica que tiene un método para curar la homosexualidad son jóvenes heterosexuales que están engañando a sus padres para que una vez curados les regalen lo que quieran y en el que uno de los que si son homosexuales ante la pregunta de si no le da miedo ir al infierno por ser homosexual responde tranquilamente y con más razón que un santo (que digo que un santo, con más razón que el propio San Benito): “My idea of Hell would be going to Heaven and being forced to pretend I’m like you for the rest of eternity”. Pues eso, historias divertidas y bien contadas (por lo  menos algunas de ellas).

Creo que es sabido por casi todo el mundo que conoce mis gustos sobre libros que salvo contadas excepciones (contadas incluso con los dedos de la mano izquierda de un dinamitero jubilado y zurdo) no soy especialmente partidario de las biografías ni en general de las historias basadas en casos reales, que yo prefiero que todo sea inventado, que la historia sea falsa, así que me sentí bastante sorprendido cuando por navidad me regalaron dos biografías. Ni con mucho es el peor regalo que me ha hecho mi familia, que un año, vete tú a saber si por olvido de mi cumpleaños o por que otra razón solo me regalo una manzana y ni siquiera me la regalaron envuelta, ni estaba recubierta de caramelo ni nada. No, una manzana, tal cual, cogida imagino del frutero de casa directamente. Un año, que no olvido aunque no recuerde, ese fue todo mi regalo de cumpleaños: una manzana. Así que supongo que han debido de mejorar mucho nuestras relaciones familiares en estos años ya que además de los libros tuve otros regalos y ¿Qué, si se trataba de biografías?. Detalles, nimiedades, “odds and ends” que solía cantar el ya premio nobel con The Band.

Cash, man in black es, obviamente,  la autobiografía de Johnny Cash que podríamos decir es un artista total y extravagantemente reivindicado dentro de un estilo totalmente vilipendiado por todo aquel que quiera ser no ya hípster, sí no incluso simplemente moderno. Desde hace unos cuantos años es un más que un artista es casi un icono de la contracultura y a mi, la verdad es que me cuesta mucho, pero mucho entender esta reivindicación o esta conversión en icono de alguien cuyo mayor logro conocido (aparte de casarse con June Carter) es ser fotogénico, empeñarse en vestir de negro (color que empezó a vestir porque empezó a cantar en iglesias y era un color apropiado para la iglesia), haber grabado un disco, o dos, en una prisión, o dos, (ni siquiera por ser el primero en hacerlo) y ser un anfetaminico conocido, reconocido y convicto por ello. Supongo que si no hubiera sido tan aficionado a las pastillas o tan fotogénico no sería reivindicado si no que seguiría siendo un excelente cantante (en un estilo por otra parte completamente odiado por casi todos los que lo reivindican a Cash) pero con unas ideas cercanas a un Reagan y me temo que por el lado de Bush (quiero decir incluso más a la derecha que Reagan). En cualquier caso la lectura resulta un poco pesada ya que esta autobiografía está escrita una vez rehabilitado de las drogas y estando en comunión con Dios (por gracia y empeño de la Carter family) por lo que todas las historias están filtradas por esta conversión y rehabilitación.

La otra biografía, también autobiografía, es la de Oliver Sacks: En movimiento. Leídas así juntas resulta curioso que los dos fueran adictos a las anfetaminas, incluso resulta ligeramente preocupante que mi familia decida regalarme libros de personajes declaradamente drogadictos y encima con la misma adicción. Prefiero pensar que existen otras razones que esta de la adicción para seleccionar estos dos regalos pero por si acaso, por si alguien tiene dudas, volveré a aclarar que “no, no soy ni he sido nunca aficionado a las anfetaminas y la verdad es que dudo que me aficione en el futuro”. Si bien es verdad que he probado una cierta diversidad de drogas, con cierta variedad añadiría, nunca he sido adicto a ninguna sustancia ilegal (sí, soy adicto al tabaco, a la cerveza, al chocolate y en algunas temporadas al ron e incluso durante un breve periodo a los Moscow Mule) pero por ser sincero el tema de las adicciones si es un tema que me interesa, no así el de los adictos que en general me parecen aburridos, monotemáticos incluso. Pero volviendo al libro… he de reconocer que me he aburrido mucho y que más que una autobiografía casi ha parecido un aburrido currículo, un currículo contado con poca gracia (diría que le falta toda la gracia que aporta en las historias clínicas que le han dado fama). Tanto es así que reconoceré que no me lo he acabado, así que igual luego mejora mucho y el problema es solo que me he quedado antes dormido antes de que llegue lo interesante. Para mí lo único gracioso no proviene de Oliver, si no de su hermano y, por extraño que parezca, son sus últimas palabras desde la cama del hospital: “me voy fuera a  fumar”. Eso es irse con estilo, casi como aquellas de otro Dylan de “dieciocho whiskys, creo que es todo un récord” (que pese a que parece que no son ciertas yo siempre he dicho mal rebajando su supuesto récords en el último whisky, supongo que sabiendo que seguro que se lo dejo sin beber. No porque me parezcan muchos, que ya he demostrado en un par de ocasiones que no son tantos, sí no porque me suena mejor diecisiete. No sé porque.)


En fin, como ya avisaba he leído poco y este mes – ya estamos a día diez y solo he conseguido dejar un libro a mitad – probablemente no mejore mi media (por cierto el penúltimo de mi maleta neoyorquina lo que me obligara a visitar una o mis dos librerías de referencia en breve y con el frío que hace estos días imagino será la librería Mendaz de la calle mayor, ya que subir hasta la librería Fuenfría de Cercedilla parece algo difícil de conseguir). En cualquier caso, no adelantemos acontecimientos, igual me lleno de anfetaminas en honor a mi familia y me pongo a leer a toda velocidad lo que queda de mes… o a escribir… o a leer…. o a ambas cosas… que los anfetaminicos somos así, de aquesta manera y a la vez de aquella otra.


Eileen - Ottessa Moshfegh
Make Something Up. Stories You Can't Unread - Chuck Palahniuk
Cash. Man in Black - Johnny Cash
En movimiento. Una vida - Oliver Sacks

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