Pues ya estamos en Junio, como quien dice ya prácticamente
en el verano, algo que a la mayoría de la gente le hace mucha ilusión pero que
a mí me resulta bastante indiferente (como siempre digo, las vacaciones – y el
verano – son para los pobres; los ricos no las necesitamos). En cambio sí que
me hace ilusión llegar en este momento hasta la letra G ya que así puedo
empezar colocando una canción de Gruppo
Sportivo, que vale, lo sabemos todos: no son un gran grupo, pero innegablemente
son divertidos; o eran divertidos en aquella época (los primeros ochenta) en el
que las chorradas eran mucho mas chorradas que ahora mismo (si, ya lo sé: la nostalgia
tampoco es lo que era) y que pese a la desfasada canción que os pongo, que creo
que tiene todo tipo de “marcianadas”, también tenían buenas canciones.
No puedo decir que Sportivo
(Gruppo) haya sido nunca uno de mis grupos favoritos (solo tengo un vago
recuerdo de haber visto al calvo, a las dos chiquillas y los dos saxofonistas
en directo y de haber disfrutado mucho con sus tonterías pero puede que no los
haya visto. Mi memoria, como la de todos, es así y tanto pierde los recuerdos
como los crea) por lo que la oportunidad de poner una canción de ellos tampoco
debería ser nada especial, lo que pasa es que Sportivo (Bar) sí que ha sido un nombre al que me siento vinculado,
muy vinculado, por muchas casualidades de la vida.
El Sportivo, del
que pese a las horas que he pasado en el no estoy seguro de que se llamara así
por el Gruppo Sportivo, era uno de
los bares favoritos de Lourdes y mío; junto con el Haddock – del que si puedo asegurar que se llamaba así por el
capitán Haddock, el de Tintín, aclaro
por si alguno tiene tan pocas referencias como mi sobrina – que dejamos de
frecuentar tanto porque lo descubrieron y le cogieron cariño, los amigos de mi
hermano Rafa y ya no resultaba tan divertido; y el Wilhelm Meister – del que también puedo asegurar la procedencia de
su nombre, siendo innecesario aclararos que se refiere al personaje de Goethe, porque todos “sabemos
quién es Wilhelm Meister, ¿o no?” que fue lo que nos preguntó el dueño
antes de ponernos la primera copa y a lo que contestamos lo sufrientemente bien
como para que nos pusiera las siguientes y que, con independencia del día que
fuera, nos recibiera siempre con el Friday
on my mind de The EasyBeats,
canción que por algún motivo decidió que era nuestra canción favorita y que
para mí ya está ineludiblemente unida a aquellas noches y a aquel minúsculo
bar.
Pero volviendo al Sportivo,
como hacíamos al menos un par de veces por semana durante tantos años que al
final lo llevaban los hermanos pequeños de los que lo llevaban al principio por
lo que fuimos clientes “Intergeneracionales”, o casi decoración propia del bar,
si bien al final cerro, igual porque Lourdes y yo ya no íbamos (ya ni siquiera éramos
Lourdes y yo) las casualidades de la vida hicieron que uno de los primeros
locales (para nada el primero, que ya habían mirado bastantes, creo) que vieron
Álvaro y Helena para montar un bar fuera
precisamente el Sportivo. La verdad
es que no estaban cien por cien convencidos de cogerlo ya que pillaba un poco
fuera de Malasaña, pese a estar en la mismísima calle e Manuela Malasaña, y en
una zona de poco paso. Creo que incluso comentamos la posibilidad de que me
acercara a verlo antes de decidirnos, lo cual a mí me parecía un poco
innecesario ya que había pasado tantas horas allí tomando bacardis con limón que nuestro primer pedido no llegaría para
servir ni una décima parte de los que me había bebido en el bar, probablemente
ni siquiera diera para los que se había bebido Lourdes. ¿Ir a verlo? Menuda
tontería, pero si, sin ninguna duda, podía ir desde la barra hasta los
servicios, y volver, con los ojos cerrados e incluso sin recuperarme del todo
de una lobotomía frontal, o una ingestión masiva de alcohol (algo que
seguramente ya había hecho más de una vez). Totalmente innecesario eso de ir a
visitarlo, que no se preocuparan porque fuera una calle de “poco paso”, que
cerrábamos el trato, firmábamos los papeles y nos poníamos manos a la obra, o
en su defecto una copilla (aunque igual no un ron con limón que yo ya me había
pasado, casi definitivamente, al Barceló con zumo de naranja, bebida a la que
me habían introducido Lourdes y Cocucho y que pese a que no era habitual que
hubiera en los bares, resultaba innegociable tener).
Pero ¿no vas a ver el Sportivo
antes de firmar? Insistían estos dos. ¿Cómo vamos a decidirnos a coger un bar
sin que vayas a verlo? Tú… tú no eres normal; tienes que verlo antes de tomar
la decisión; esto no es como comprar una barra de pan o como comprar una
cerveza (estamos hablando de mucho antes de que existieran las cervezas artesanas
y los cientos de tipos que existen ahora).
Pero yo no tenía ningún interés en volver a verlo, ya lo
conocía y no tenía ni idea de lo que podía hacer un bar mejor que otro, o de
que era lo que esperaban que viera que no hubiera visto ya. Además había decidido
que sería mucho más divertido ver la cara que pondrían los hermanos (Los
pequeños o los mayores) cuando supieran que era a mí, a un cliente, a quien se
lo vendían. Sí, hombre, ¿perdernos la cara que iban a poner los dueños cuando
me vieran entrar a mí a firmar el traspaso solo por ver el almacén? No, hombre
no. No merecía la pena.
Y acerté ya que la cara que se les quedo a los hermanos
cuando me vieron, porque ciertamente me reconocieron, fue lo suficientemente
antológica para compensar el hecho de que hubiera zonas del bar que no conocía
y que igual hubiera estado bien ver antes de comprarlo, ya que ¿Quién se iba a
esperar que el almacén estuviera lleno de ruedas de carritos, de asideros de
autobús o incluso de señales de tráfico y semáforos? Además, aunque hubiera
sabido antes de estas pequeñeces, nada habría cambiado. Abrir un bar era una
necesidad en esos momentos y el Sportivo
cumplía los requisitos necesarios para ser un gran bar, al menos para mí como
ya había demostrado mi presencia continuada en el mismo. No, cerraríamos el
trato y abriríamos el Morgenstern (aunque
creo que aún no sabíamos que se llamaría así; eso lo decidiríamos más tarde
tomando unas pintas, o puede que unas pintas de mas) sin necesidad de que yo
fuera a ver el local. Del Morgenstern,
pasamos al Acme, luego al Wurlitzer y
al Wharf-73, y a lo que todavía quede
por venir por lo que en gran medida todo empezó con el Sportivo. Eso y las muchas horas de felicidad que pase en el Sportivo con Lourdes, y la suposición de
que el nombre inicial venia por Gruppo
Sportivo hacen que para mí sea importante este grupo, aunque nunca fuera
uno de mis grupos favoritos, ni siquiera uno de mis favoritos en la letra G, ni
siquiera en la letra G limitada a la colección de discos de Álvaro (donde debo
hacer notar que no se encuentra Gram Parsons, lo cual es una ausencia mayor) ya
que en esta letra también se encuentra el excelente, si bien errático, Graham Parker.
Sin ánimo de entrar en el debate musical me reafirmo en mi
opinión de excelente pero errático como demostró en su concierto del 86, en la
Universal (la de Manuel Becerra) del que todavía tengo un recuerdo agridulce,
con temas excelentes pero con partes que no estaban a la altura de lo que
algunos esperábamos de él. Una lástima, pero divago, ya, si eso, hablamos de
esto otro día. Ahora, a por las lecturas.

Es algo que me da casi tanta lastima como esa gente a la que
ahora le gusta The Gaslight Anthem
pero reniegan de Springsteen, siendo
incapaces de ver el parecido musical entre ambos por no decir cuánto le deben
los primeros al segundo, no solo en sonido si no en su apoyo como aborígenes
ambos de New Jersey. Dos hechos igual de lamentables.
Este mes también me hace ilusión porque por fin puedo escribir que he visitado mi librería de
referencia de la sierra de Madrid, la librería
Fuenfría de Cercedilla, aunque he de confesar que me sorprendió un poco no
encontraros a ninguno en su interior, o en su exterior ya que el librero
Tarambana decidió cerrar pronto y abrir tarde, para festejar que gran parte de
la familia habíamos subido a verle impulsados por mi tío (primo o sobrino, en
realidad) Ricardo que por algún motivo decidió que subiéramos hasta allí para
comer en lugar de hacerlo en un lugar más civilizado.
Mientras mi hermano firmaba ejemplares de su última novela
para familiares y amigos que recibirían el libro por persona interpuesta yo
aproveche para dar una vuelta por la librería intentando decidirme por algo que
comprar ya que yo seguía esperando a que mi hermano me regalara la tradicional
copia dedicada de su libro que acompañara a la que yo suelo comprarme para
tener siempre dos copias en casa, como si esperara un divorcio y una pelea por
los ejemplares de las novelas de Rafa.

Al igual que ocurrió en los ochenta, una vez terminada la
dictadura e incluso la parte más seria de la transición, era el momento de
darse a la diversión así que después de esta lectura y de estas frases serias
me veo obligado a poneros este gran tema de The
Graduate que por lo absurdo del título es una declaración bailable del
principio de permisividad (por mucho que poco más tarde este grupo se convirtiera
en Tears or Fears y grabaran aquel
gran disco The Hurting, mucho más
serio y del que todos hemos gritado una
parte lo que además de una realidad es una broma cultureta a descubrir que os
dejo)

También en la letra G encontramos a Green Day que aunque
obviamente tienen buenos temas, sobre todo en sus primeros discos, cada vez más
sus canciones son eso, una más entre muchas otras sin nada verdaderamente
especial, aunque a mi me siguen gustando.

Sinceramente: no está mal, ni bien. Se deja leer pero como
en la mayoría de los recopilatorios las cosas decentes conviven con la morralla
que por algún motivo siempre se cuela. Yo soy más discos completos, que vale,
generalmente también tienen cosas buenas y malas, con sus canciones o partes de
relleno, pero a las que soy más receptivo, me parece que con todo ofrecen una
mejor continuidad y coherencia. Momento que aprovecho para dejar que The Grip Weeds hagan la pregunta
retórica correspondiente:
Eso en cuanto a la parte de los cuentos incluidos en este Grandes
éxitos que creo que, al menos para Rafa, no son la razón de recomendarlo
(aunque puede que también) siendo la razón las introducciones a los cuentos,
esa especie de biografía o según la contraportada introduce “la teoría literaria”. Respecto a esa
parte, la verdad es que tiene más coherencia narrativa, más continuidad de
estilo pero será por vanidad colateral pero me sorprende
tanto que no haya ninguna referencia a Rafa, ni a sus colaboraciones que se me
hace muy extraño; tan extraño que era algo que durante toda la lectura no he
conseguido quitarme de la cabeza y tal vez me haya estropeado la lectura. Pero
¿de verdad? ¿Nada sobre todos los años de universidad, de profesorado ambulante
compartidos o pres-eguidos el uno del otro? ¿Nada de todas esos años en lo que
salga, al menos un poco de Rafa? No se, supongo que cuando uno mira la vida de
otros desde su perspectiva, en lugar de la del otros, siempre uno parece más
importante de lo que realmente es.
Con todo y aunque Rafa no aparezca explícitamente, para mí
lo hace implícitamente a través de la incomprensión científica que ambos
demuestran desde siempre que en el caso de Antonio le lleva a utilizar la metáfora
de los vasos comunicantes precisamente en contra de la realidad, con ese “que la tensión de una sala se distribuye en
dos vasos comunicantes; el de los espectadores y el del orador. Si el del
conferenciante se vacía, el de la gene se llenara.”
¿De verdad? ¿Vasos comunicantes que se llenan y se vacían
complementariamente? Ya, si eso, comentamos como el principio de los vasos
comunicantes hace que ambos tengan el mismo nivel de llenado siempre, por
aquello de que están comunicados, e
incluso hacemos practicas con un par de vasos de cerveza.
Hora de marcharme con un tema hortera pero moderno, aunque
no sé si una cosa compensa la otra a mí me gustas (seguramente por lo hortera)
Lecturas:
Como leer el agua – Tristan Gooley
El orden del día – Éric Vuillard
Los falsificadores – Bradford Morrow
Grandes Éxitos – Antonio Orejudo