domingo, 10 de junio de 2018

Comentario de textos Mayo 2018 (y la G)



Pues ya estamos en Junio, como quien dice ya prácticamente en el verano, algo que a la mayoría de la gente le hace mucha ilusión pero que a mí me resulta bastante indiferente (como siempre digo, las vacaciones – y el verano – son para los pobres; los ricos no las necesitamos). En cambio sí que me hace ilusión llegar en este momento hasta la letra G ya que así puedo empezar colocando una canción de Gruppo Sportivo, que vale, lo sabemos todos: no son un gran grupo, pero innegablemente son divertidos; o eran divertidos en aquella época (los primeros ochenta) en el que las chorradas eran mucho mas chorradas que ahora mismo (si, ya lo sé: la nostalgia tampoco es lo que era) y que pese a la desfasada canción que os pongo, que creo que tiene todo tipo de “marcianadas”, también tenían buenas canciones.



No puedo decir que Sportivo (Gruppo) haya sido nunca uno de mis grupos favoritos (solo tengo un vago recuerdo de haber visto al calvo, a las dos chiquillas y los dos saxofonistas en directo y de haber disfrutado mucho con sus tonterías pero puede que no los haya visto. Mi memoria, como la de todos, es así y tanto pierde los recuerdos como los crea) por lo que la oportunidad de poner una canción de ellos tampoco debería ser nada especial, lo que pasa es que Sportivo (Bar) sí que ha sido un nombre al que me siento vinculado, muy vinculado, por muchas casualidades de la vida.

El Sportivo, del que pese a las horas que he pasado en el no estoy seguro de que se llamara así por el Gruppo Sportivo, era uno de los bares favoritos de Lourdes y mío; junto con el Haddock – del que si puedo asegurar que se llamaba así por el capitán Haddock, el de Tintín, aclaro por si alguno tiene tan pocas referencias como mi sobrina – que dejamos de frecuentar tanto porque lo descubrieron y le cogieron cariño, los amigos de mi hermano Rafa y ya no resultaba tan divertido; y el Wilhelm Meister – del que también puedo asegurar la procedencia de su nombre, siendo innecesario aclararos que se refiere al personaje de Goethe, porque todos  “sabemos quién es Wilhelm Meister, ¿o no?” que fue lo que nos preguntó el dueño antes de ponernos la primera copa y a lo que contestamos lo sufrientemente bien como para que nos pusiera las siguientes y que, con independencia del día que fuera, nos recibiera siempre con el Friday on my mind de The EasyBeats, canción que por algún motivo decidió que era nuestra canción favorita y que para mí ya está ineludiblemente unida a aquellas noches y a aquel minúsculo bar.

Pero volviendo al Sportivo, como hacíamos al menos un par de veces por semana durante tantos años que al final lo llevaban los hermanos pequeños de los que lo llevaban al principio por lo que fuimos clientes “Intergeneracionales”, o casi decoración propia del bar, si bien al final cerro, igual porque Lourdes y yo ya no íbamos (ya ni siquiera éramos Lourdes y yo) las casualidades de la vida hicieron que uno de los primeros locales (para nada el primero, que ya habían mirado bastantes, creo) que vieron Álvaro y Helena  para montar un bar fuera precisamente el Sportivo. La verdad es que no estaban cien por cien convencidos de cogerlo ya que pillaba un poco fuera de Malasaña, pese a estar en la mismísima calle e Manuela Malasaña, y en una zona de poco paso. Creo que incluso comentamos la posibilidad de que me acercara a verlo antes de decidirnos, lo cual a mí me parecía un poco innecesario ya que había pasado tantas horas allí tomando bacardis con limón que nuestro primer pedido no llegaría para servir ni una décima parte de los que me había bebido en el bar, probablemente ni siquiera diera para los que se había bebido Lourdes. ¿Ir a verlo? Menuda tontería, pero si, sin ninguna duda, podía ir desde la barra hasta los servicios, y volver, con los ojos cerrados e incluso sin recuperarme del todo de una lobotomía frontal, o una ingestión masiva de alcohol (algo que seguramente ya había hecho más de una vez). Totalmente innecesario eso de ir a visitarlo, que no se preocuparan porque fuera una calle de “poco paso”, que cerrábamos el trato, firmábamos los papeles y nos poníamos manos a la obra, o en su defecto una copilla (aunque igual no un ron con limón que yo ya me había pasado, casi definitivamente, al Barceló con zumo de naranja, bebida a la que me habían introducido Lourdes y Cocucho y que pese a que no era habitual que hubiera en los bares, resultaba innegociable tener).

Pero ¿no vas a ver el Sportivo antes de firmar? Insistían estos dos. ¿Cómo vamos a decidirnos a coger un bar sin que vayas a verlo? Tú… tú no eres normal; tienes que verlo antes de tomar la decisión; esto no es como comprar una barra de pan o como comprar una cerveza (estamos hablando de mucho antes de que existieran las cervezas artesanas y los cientos de tipos que existen ahora).

Pero yo no tenía ningún interés en volver a verlo, ya lo conocía y no tenía ni idea de lo que podía hacer un bar mejor que otro, o de que era lo que esperaban que viera que no hubiera visto ya. Además había decidido que sería mucho más divertido ver la cara que pondrían los hermanos (Los pequeños o los mayores) cuando supieran que era a mí, a un cliente, a quien se lo vendían. Sí, hombre, ¿perdernos la cara que iban a poner los dueños cuando me vieran entrar a mí a firmar el traspaso solo por ver el almacén? No, hombre no. No merecía la pena.

Y acerté ya que la cara que se les quedo a los hermanos cuando me vieron, porque ciertamente me reconocieron, fue lo suficientemente antológica para compensar el hecho de que hubiera zonas del bar que no conocía y que igual hubiera estado bien ver antes de comprarlo, ya que ¿Quién se iba a esperar que el almacén estuviera lleno de ruedas de carritos, de asideros de autobús o incluso de señales de tráfico y semáforos? Además, aunque hubiera sabido antes de estas pequeñeces, nada habría cambiado. Abrir un bar era una necesidad en esos momentos y el Sportivo cumplía los requisitos necesarios para ser un gran bar, al menos para mí como ya había demostrado mi presencia continuada en el mismo. No, cerraríamos el trato y abriríamos el Morgenstern (aunque creo que aún no sabíamos que se llamaría así; eso lo decidiríamos más tarde tomando unas pintas, o puede que unas pintas de mas) sin necesidad de que yo fuera a ver el local. Del Morgenstern, pasamos al Acme, luego al Wurlitzer y al Wharf-73, y a lo que todavía quede por venir por lo que en gran medida todo empezó con el Sportivo. Eso y las muchas horas de felicidad que pase en el Sportivo con Lourdes, y la suposición de que el nombre inicial venia por Gruppo Sportivo hacen que para mí sea importante este grupo, aunque nunca fuera uno de mis grupos favoritos, ni siquiera uno de mis favoritos en la letra G, ni siquiera en la letra G limitada a la colección de discos de Álvaro (donde debo hacer notar que no se encuentra Gram Parsons, lo cual es una ausencia mayor) ya que en esta letra también se encuentra el excelente, si bien errático, Graham Parker.



Sin ánimo de entrar en el debate musical me reafirmo en mi opinión de excelente pero errático como demostró en su concierto del 86, en la Universal (la de Manuel Becerra) del que todavía tengo un recuerdo agridulce, con temas excelentes pero con partes que no estaban a la altura de lo que algunos esperábamos de él. Una lástima, pero divago, ya, si eso, hablamos de esto otro día. Ahora, a por las lecturas.

Mi primera lectura del mes ha sido un libro que realmente no me apetecía nada leer pero que me sentí obligado a comprar por su título: Como leer el agua. He de reconocer que en parte estaba predispuesto a que no me gustara,  no solo por ser un libro divulgativo, género que no me interesa lo mas mínimo si no también por el aspecto del autor, por los subtítulos de la portada, por la contraportada, por la hojeada rápida que había echado al interior del mismo; pero por otra parte estaba dispuesto a que me gustara e incluso a aprender cosas sobre el tema que es el centro de mi carrera profesional y que también me fascina como entretenimiento. Digamos que sus posibilidades estaban al cincuenta por ciento, o tal vez treinta setenta al iniciar la lectura y sin embargo no he conseguido pasar de la mitad del libro, y eso ya con mucha insistencia por mi parte. A mí me ha parecido una autentica bazofia pero imagino que puede tener su público ya que una de las cosas que más me ha aberrado es la necesidad que el autor muestra por no usar ningún termino técnico, como si el uso de estos fuera una enfermedad, como aquella defensora de las comidas naturales que afirma que ella no come nada que no sepa pronunciar (y que parece que tiene graves problemas de pronunciación o la necesidad de llamar a las cosas que no le gustan por un nombre que no les guste y que en este caso si no quisiera tomar agua la llamaría monóxido de dihidrógeno, u oxido de hidrogeno, y te convencería que no es natural, de que es malo tomarla porque ella no sabe pronunciarla). Digo lo de bazofia con un poco de dolor y vergüenza ya que creo que en el libro hay cosas interesantes y que la divulgación del mundo del agua es algo muy interesante por lo que es una oportunidad perdida, o incluso peor que perdida ya que la falta de rigor científico y la creencia de que el público no científico es cuasi analfabeto (o analfabeto científico) es una verdadera lástima.

Es algo que me da casi tanta lastima como esa gente a la que ahora le gusta The Gaslight Anthem pero reniegan de Springsteen, siendo incapaces de ver el parecido musical entre ambos por no decir cuánto le deben los primeros al segundo, no solo en sonido si no en su apoyo como aborígenes ambos de New Jersey. Dos hechos igual de lamentables.


Este mes también me hace ilusión porque por fin  puedo escribir que he visitado mi librería de referencia de la sierra de Madrid, la librería Fuenfría de Cercedilla, aunque he de confesar que me sorprendió un poco no encontraros a ninguno en su interior, o en su exterior ya que el librero Tarambana decidió cerrar pronto y abrir tarde, para festejar que gran parte de la familia habíamos subido a verle impulsados por mi tío (primo o sobrino, en realidad) Ricardo que por algún motivo decidió que subiéramos hasta allí para comer en lugar de hacerlo en un lugar más civilizado.

Mientras mi hermano firmaba ejemplares de su última novela para familiares y amigos que recibirían el libro por persona interpuesta yo aproveche para dar una vuelta por la librería intentando decidirme por algo que comprar ya que yo seguía esperando a que mi hermano me regalara la tradicional copia dedicada de su libro que acompañara a la que yo suelo comprarme para tener siempre dos copias en casa, como si esperara un divorcio y una pelea por los ejemplares de las novelas de Rafa.

Al final siguiendo las recomendaciones del librero tarambana me decidí a comprarme El Orden del día, novela corta que posiblemente yo nunca me hubiera comprado ya que el tema de las intrigas del tercer Reich o de los tornadizos industriales no me parecía especialmente interesante ni tentadora. Me alegra poder confirmar que es precisamente por esto por lo que tengo librerías de referencia, para que me recomienden cosas que posiblemente yo no me leería ya sea de forma implícita con la preselección que realizan de lo que ponen o no en los mostradores o de forma explícita como es el caso. Es verdad que el tema sigue sin interesarme especialmente pero que leer situaciones en las que uno puede sentirse tan identificado como cuando te enfrentas a una grosería injustificable y no reaccionas como deberías ya que no haces lo que debes, cuando “El intento de intimidación es grosero. Las maniobras más brutales nos dejan sin voz. Uno no se atreve a decir nada. Un ser demasiado educado, demasiado tímido, en lo más hondo de nuestro interior, contesta en vez de nosotros; dice lo contrario de lo que habría que decir.” siempre te proporciona el consuelo de no saberte solo. Es más, de no saberte solo frente a ese otro tipo de personas que piensan y actúan de una forma inaceptable bajo premisas tan absurdas como “Al cuerno el derecho, al cuerno las cartas magnas, las constituciones y los tratados, al cuerno las leyes, esas pequeñas escorias normativas y abstractas, generales e impersonales, las concubinas de Hammurabi, que son, como dicen, las mismas para todos, ¡esas pelanduscas! ¿Acaso el hecho consumado no es el más consistente de todos los derechos?” y que son la verdadera esencia del fascismo, el germen o el corazón de los comportamientos fascistas que se dan en todos lados, no solo en la política, sino en la vida cotidiana ya que no son más que el desprecio por los acuerdos tácitos de convivencia y que nos llevan a que las leyes (esas pelanduscas) no sean aplicables a nosotros. Por qué para mí el fascismo es simplemente eso, considerar que uno puede colarse en una cola, aparcar donde le dé la gana y esas pequeñas cosa; considerarse legitimado por hacer esos actos. Una gran recomendación del librero que me motiva a subir al campo con más frecuencia.

Al igual que ocurrió en los ochenta, una vez terminada la dictadura e incluso la parte más seria de la transición, era el momento de darse a la diversión así que después de esta lectura y de estas frases serias me veo obligado a poneros este gran tema de The Graduate que por lo absurdo del título es una declaración bailable del principio de permisividad (por mucho que poco más tarde este grupo se convirtiera en Tears or Fears y grabaran aquel gran disco The Hurting, mucho más serio y del que todos hemos gritado una parte lo que además de una realidad es una broma cultureta a descubrir que os dejo)




De vez en cuando por casa encuentro algún libro dedicado por el autor que sé que es imposible que este dedicado aunque la dedicatoria parezca de su puño y letra. Esto se debe a que mi hermano Rafa tuvo una época en la que se dedicaba a imitar la letra de autores consagrados y una vez que la había practicado lo suficiente se lanzaba a por una edición de bolsillo y se marcaba una dedicatoria con total impunidad. Creo que es algo que todavía práctica, normalmente en la intimidad de su hogar pero dicen las malas lenguas que se si le llevas a la feria del libro un libro de otro autor es muy posible que te lo dedique con la letra del mismo sin ningún pudor. Como yo casi no se escribir ni con mi propia letra, cuando vi Los Falsificadores, ya en mí librería de referencia de la capital (la librería Mendez de la calle mayor) me decidí a darle una oportunidad recordando esas dedicatorias de los libros familiares y por ser una policiaca de una buena editorial. No es que la novela este mal es simplemente que no tiene nada especial. Es una historia correctamente escrita sobre un tema, mundillo, curioso pero poco más, una novela más entre un montón sin nada en especial. Bueno corrijo, la verdad es que tiene una frase que me ha llamado mucho la atención ya que no estoy seguro de si es una frase positiva o un insulto solapado: “Pero después me acordaba de tu padre y me decía que de buen vino, buen vinagre, y más con un vino tan rico como era tu padre” lo que me preocupa porque desde luego en mi ámbito profesional me es del todo aplicable, como insulto, ya que mi padre era un excelente vino y aunque yo llegue a ser un buen vinagre… no sé, no es lo mismo ser vino que ser vinagre.

También en la letra G encontramos a Green Day que aunque obviamente tienen buenos temas, sobre todo en sus primeros discos, cada vez más sus canciones son eso, una más entre muchas otras sin nada verdaderamente especial, aunque a mi me siguen gustando.


Cuando estuve en Cercedilla les acababa de llegar, después de comer, la nueva “novela” de Orejudo: Grandes Éxitos que pese a que Rafa comentaba que era muy buena he de reconocer que me apetecía tan poco que no me la compre. ¿De verdad? ¿Orejudo ya ha llegado a la edad de hacer un recopilatorio? ¿No es un poco pronto? ¿Tiene necesidades económicas para justificarlo? ¿Tan bien le ha ido con la de los cinco como para aprovechar el tirón, como esos autores que cuando se vende su primera novela sacan un puñado de novelas del cajón de las rechazadas? No sé, así a priori se me hace un poco raro, aunque luego pensándolo bien tampoco es mucho más joven que Gaiman o de otros autores de los que si me he comprado algún recopilatorio? En fin, el caso es que en mi siguiente visita a la mi librería de referencia decidí darle una oportunidad y comprarla, al fin y al cabo puede que una vuelta al pasado de Orejudo rescatara algo gracioso, no se igual habría rescatado aquel “Los cinco y el misterio de los bedeles” que creo escribieron a medias Rafa y él en aquel numero en que tenía una trascripción de su programa radiofónico “El Gol de Marcelino” (en el que la selección musical corrió a mi cargo). No sé, podía ser divertido. Le daría una oportunidad.

Sinceramente: no está mal, ni bien. Se deja leer pero como en la mayoría de los recopilatorios las cosas decentes conviven con la morralla que por algún motivo siempre se cuela. Yo soy más discos completos, que vale, generalmente también tienen cosas buenas y malas, con sus canciones o partes de relleno, pero a las que soy más receptivo, me parece que con todo ofrecen una mejor continuidad y coherencia. Momento que aprovecho para dejar que The Grip Weeds hagan la pregunta retórica correspondiente:


Eso en cuanto a la parte de los cuentos incluidos en este Grandes éxitos que creo que, al menos para Rafa, no son la razón de recomendarlo (aunque puede que también) siendo la razón las introducciones a los cuentos, esa especie de biografía o según la contraportada introduce “la teoría literaria”. Respecto a esa parte, la verdad es que tiene más coherencia narrativa, más continuidad de estilo pero  será por vanidad colateral pero me sorprende tanto que no haya ninguna referencia a Rafa, ni a sus colaboraciones que se me hace muy extraño; tan extraño que era algo que durante toda la lectura no he conseguido quitarme de la cabeza y tal vez me haya estropeado la lectura. Pero ¿de verdad? ¿Nada sobre todos los años de universidad, de profesorado ambulante compartidos o pres-eguidos el uno del otro? ¿Nada de todas esos años en lo que salga, al menos un poco de Rafa? No se, supongo que cuando uno mira la vida de otros desde su perspectiva, en lugar de la del otros, siempre uno parece más importante de lo que realmente es.  

Con todo y aunque Rafa no aparezca explícitamente, para mí lo hace implícitamente a través de la incomprensión científica que ambos demuestran desde siempre que en el caso de Antonio le lleva a utilizar la metáfora de los vasos comunicantes precisamente en contra de la realidad, con ese “que la tensión de una sala se distribuye en dos vasos comunicantes; el de los espectadores y el del orador. Si el del conferenciante se vacía, el de la gene se llenara.”

¿De verdad? ¿Vasos comunicantes que se llenan y se vacían complementariamente? Ya, si eso, comentamos como el principio de los vasos comunicantes hace que ambos tengan el mismo nivel de llenado siempre, por aquello de que están comunicados,  e incluso hacemos practicas con un par de vasos de cerveza.

Hora de marcharme con un tema hortera pero moderno, aunque no sé si una cosa compensa la otra a mí me gustas (seguramente por lo hortera)



Lecturas:

Como leer el agua – Tristan Gooley
El orden del día – Éric Vuillard
Los falsificadores – Bradford Morrow
Grandes Éxitos – Antonio Orejudo

1 comentario:

  1. Sobre el Gruppo Sportivo, tuve la ocasión de verles en los 80 en un garito que había en el CC La Vaguada y doy fe, divertidisimos

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