sábado, 6 de agosto de 2016

Comentario de textos Julio 2016

Todo presagia que hoy será un día extraño.

Por una parte la propia fecha que, al igual que para casi la totalidad de los japoneses, aunque por motivos diferentes, representa en cierta medida mi Hiroshima personal y siempre me crea cierto desasosiego, acompañado de una casi ineludible tendencia a emborracharme hasta perder la conciencia, de brindar cientos de veces con un “Contra Mundum” compartido, que me veo obligado a evitar ya que siempre he mantenido la teoría de que uno solo debe beber cuando esta alegre y nunca cuando tiene problemas o se encuentra bajo de moral: uno solo debe beber porque le apetece pasárselo bien, no cuando quiere encontrarse mejor, que sería aplicable a cuando uno lo esa pasando mal y en esos casos, a menos que sea inevitable, creo que no es la mejor opción (aunque, obviamente, tampoco es la peor). A una parte de mi le gustaría escribir, en plan terapia, sobre mi Hiroshima personal (tal vez sería más apropiado decir mi Nagasaki ya que aunque los hechos coincidieron con un aniversario de Hiroshima yo no supe desde ellos hasta el aniversario de Nagasaki), pero otra parte, mayoritaria de momento, sabe que aún no estoy preparado – puede que nunca llegue a estarlo –, sabe que no sabría ni cómo ni por dónde empezar a contar esa historia y me basta con hacer esta pequeña pausa para decirme a mí mismo, puede que incluso a algún otro lector que sepa lo que significa la fecha, que hoy es un día triste, que siempre lo será, y que el tiempo ni borra el recuerdo de la perdida ni atenúa el dolor de la misma.

Por otra parte es uno de esos días en los que me he levantado consciente de que empieza un fin de semana y de que no tengo nada que leer (ayer, con dificultad, he de reconocer, me acabe el último libro que tenía), que mis libreros de la calle mayor, los de la Librería Méndez, se han marchado de vacaciones (merecidas, sin lugar a dudas) y que mi librería de referencia, la Librería Fuenfría de Cercedilla, no solo sigue a la misma distancia que otros días si no que de momento no se ha perfeccionado ningún medio de transporte que pueda llevarte cómodamente (y traerte de vuelta) en un sábado caluroso de verano para hacer el acopio necesario. Así que posiblemente, si no hoy, mañana, me vea obligado a cometer una nueva traición, que sumar a otras ya cometidas.

Además, aquí estoy a primeros de mes, intentando cumplir con mi “compromiso” de comentar textos muchos de los cuales he leído en los días que he pasado en Piles (sí, me he vuelto a ir unos días aprovechando que no solo no tenemos gobierno si no que parece que, aunque no tenga nada que ver, apenas si hay trabajo en la licitación pública) y que por compartir con los futuros visitantes he dejado allí lo que hace que para estos comentarios solo cuente con las notas que tomo, con una caligrafía minúscula, en un cuadernillo que me regalo mi hermana Maite tras su visita laboral a Maceratta (bueno, laboral, laboral… no estoy seguro ya que si no recuerdo mal sus obligaciones laborales eran de un máximo de cinco horas… … ¡semanales!... lo que salvo para las estadísticas gubernamentales no puede considerarse un puesto de trabajo propiamente dicho) por lo que en gran medida dependo de mi memoria, algo que no parece una gran idea pero ¿Quién dijo miedo?.

He de reconocer que hay cosas que me inquietan mucho, que incluso me conturban, cosas a las que mi mente enferma les da una importancia que no tienen para nadie más (puede que incluso realmente no tengan ninguna importancia) pero no puedo evitarlo por lo que me veo obligado a comentar la inquietud que, tras su lectura, me provoca la elección de la palabra ataúd como parte del título de El ataúd de la novia ya que como indica una nota de la autora al final del libro (además de otras referencias a lo largo del libro) no se trata de un ataúd, sí no de un cofre, de “El cofre de la novia” que es el mueble en el que la novia debía guardar su ajuar. No digo que no entienda porque han cambiado cofre por ataúd en el titulo – es algo que resulta evidente – si no que me inquieta, me inquieta precisamente porque lo entiendo y no me parece que el vender unos cuantos ejemplares más, sobre la base de un malentendido, sea algo aceptable o perdonable. Incluso me inquieta más el cambio en el titulo ya que creo que sin ser una gran novela es lo suficientemente buena como para no requerir de estas artimañas publicitarias y menos por una editorial “seria” como Siruela.

La novela (los personajes de) investiga el asesinato de una niña, veinticinco años después de que ocurriera ya que parece que incluso las investigaciones por asesinato tienen plazo de prescripción lo que le permite hablar sobre esa manía de muchos padres de trasmitir sus obsesiones a sus hijos, forzándoles a intentar cumplir los sueños que ellos no consiguieron: “Porque perdonar a alguien que no cree haber hecho nada malo es una forma de dominación. Los niños deben de crecer a la luz de los adultos, no morir a su sombra.”; o también de cosas mucho más sencillas, cosas que ahora no pueden hacerse al parecer para no traumatizar a los niños pero que la simple observación de la realidad desmiente: “Eso no te lo crees ni tú , Roger. Que los que mienten desvían la mirada cuando hablan y todas esas chorradas. Es como pretender que en el deporte infantil no haya perdedores ni ganadores”; o incluso alguna más amplia

Así como la trampa en el titulo anterior me parece totalmente innecesaria y me enfada he de reconocer que la practica americana de poner en las ediciones de bolsillo el título del siguiente libro del autor siempre me ha parecido muy acertada (claro que requiere a) que la edición de bolsillo salga en un tiempo razonable y b) que el autor tenga el titulo ya listo para cuando sale la edición). Es una práctica que me gusta bastante, sobre todo en los autores que me gusta leer en ingles ya que no he de esperar a la traducción y de forma general acabo comprándome el libro en ingles por internet (lo que técnicamente no es una traición a mis librerías ya que ellas no tienen versión original) como en el caso de A time of Torment, otro Connolly de Charlie Parker.

Si el anterior Charlie Parker me había gustado especialmente, sobretodo porque el mal (o los malos) era más terrenal (unos nazis) en este el mal vuelve a ser una fuerza casi mística de esas de verdadera fantasía (aunque obviamente apoyada en personas  concretas: unos seguidores de un culto vikingo en un condado remoto de West Virginia – que es verdad que es una zona bastante asturiana, como todo tipo de mineros-dinamiteros locos –. Vikingos que, según el propio Connolly, llegaron hasta Córdoba en sus excursiones entre el mar Negro y el mar Caspio pero que yo no acabo de creerme ni siquiera en una obra de ficción).  Con todo a mí me ha gustado pero yo soy bastante fan de Connolly.

Resulta curioso que en un momento dado en esta novela también se trate el tema del lenguaje no verbal y su relación con mentir (aunque con más acierto que en la anterior): “All that stuff about people looking to the right when constructing untruths – or it might be the left; Parker could never remember, not that it mattered anyway – was so much mumbo jumbo: smoke from the pseudoscience of neurolinguistics programming. It was the pauses, or absence of them, that gave a liar away: either taking too much time to think, or not enough time at all”.

En cualquier caso siempre deja perlas que hacen que la lectura no solo sea entretenida si no algo más como esta sobre el propio-centrismo: “Every individual spends a lifetime trying to disprove Copernicus by placing him- or herself at the heart of existence, but a small core of diehards manages to turn it into an art”

Otro de mis escritores favoritos es Harris (por supuesto el otro Harris, no el conocido de todo el mundo por “El silencio de los corderos”, que uno es un intelectual y además de solo releer pues prefiere las caras B). Creo que de Harris me han gustado todas sus novelas y sí, creo que las he leído todas. Para mí, creo que para casi toda mi generación, la historia de Roma es conocida sobre todo por Yo, Claudio (y no, ahora no hablo de la novela de Graves – al que por supuesto he leído, perdón releído – si no de la serie televisiva, que uno es un intelectual –pero también veía la televisión de pequeño y de no tan pequeño; seguramente me ponga a ello cuando acabe estos comentarios) y sin embargo he de reconocer que la trilogía sobre Cicerón que acaba con Dictator me ha fascinado (aunque le sigo teniendo más cariño a Pompeii, que fue la primera que lei sobre Roma de Harris y que además va sobre un ingeniero hidráulico) y no solo la recomendaría (si recomendara libros) si no que tengo que acordarme de regalársela a mi amigo Anselmo C. Soto (pongo el nombre completo por si se busca en internet y lee esto me lo recuerde si se me olvida) al que, según una reciente conversación, parece encantarle la historia de Roma, mira tú por dónde.

La verdad es que me gustaría conocer su opinión – o la de cualquiera que sea algo de historia (yo de historia no sé nada y leo estos libros como ficción) – para ver si me puede aclarar si algunos conceptos que ahora se consideran “novedades-de-la-nueva-politica” realmente existían en aquella época ya que por ejemplo ya parecían existir los escraches aunque entonces se llamaban flagitatio ya que en palabras del ficticio Cicerón “… cuando el pueblo podía expresarse con libertad, la flagitatio era un derecho de los ciudadanos que deseaban quejarse pero eran demasiado pobres para acudir a los tribunales. Les permitía manifestarse ante la casa de aquel a quien consideraban responsable de su desgracia.”; o también el concepto de renta universal (si bien limitado a los ciudadanos de roma, aunque incluso yo que no sé nada de historia, se que no todos eran ciudadanos) ya que el ficticio Cicerón se vio obligado a revocar “… el privilegio según el cual todos los ciudadanos romanos tienen derecho al equivalente de al menos una barra de pan gratuita al día.”

El libro no trata solo de Cicerón si no que, obviamente, también trata de Cesar, Pompeyo y el resto de la tropa como Bruto, Casio, et alli. Para alegría, o tristeza, de mi alma ingenieril incluso menciona a Marco Mamurra, ingeniero hidráulico de campaña de Cesar, aunque adjudica sus méritos de ingeniería al propio Cesar: “Cesar poseía una gran habilidad para construir presas  en torno a los manantiales  y desviar las aguas (así esa como había llevado a buen término multitud de asedios en la Galia e Hispania, y como pensaba actuar contra nosotros. Tomo el control de los ríos y los arroyos que nacían en las montañas y sus ingenieros los detuvieron” estableciendo el hecho obvio de que el agua es un arma de guerra y el menos obvio (aunque perfectamente relatado en un libro que me regalo Rafa del que no recuerdo el título, ni el autor, ni tengo localizado; digo por si quieres volver a regalármelo) de que el nivel dictatorial de un pueblo o civilización es directamente proporcional a la magnitud de sus obra hidráulicas.

Además de la parte histórica esta la parte más cotidiana de la relaciones entre los personajes y como si bien Cicerón se siente halagado porque Cesar le haga una visita sorpresa en su villa, hasta que le avisan de que Cesar, siendo Cesar, no viene solo si no que le acompañan unos dos mil hombres (solo su guardia personal, es decir prácticamente, técnicamente, solo) a los que como buen anfitrión deberá de dar de comer como parte de la visita (algo que obviamente causa algunos problemas logísticos y que me recuerdo mucho un libro – creo que de Steinbeck – en el que se contaban parte de las aventuras del Rey Arturo desde el punto de vista del intendente del Rey y de cómo los torneos y otros eventos que organizaba el Rey para darse prestigio llevaban al reino prácticamente a la ruina).

Neil Gaiman es un tipo famoso (esto es indudable aunque no hayáis oído hablar de él); es famoso por ser uno de los guionistas de comics (tebeos) más conocidos y reconocidos, aunque también es conocido (sin llegar a ser famoso) por ser escritor. Uno (yo, por ejemplo) pensaría que es lo suficientemente conocido/famoso como para escribir lo que le apetece y que una recopilación de cuentos como Material Sensible sería una recopilación de cuentos (que lo es) que él ha elegido escribir. En este sentido resulta curioso encontrarse con una recopilación de cuentos escritos por distintos motivos, distintos de la propia voluntad y en su mayoría por encargo, para celebrar cosas como el aniversario de Ray Dradbury, de Conan Doyle o de David Bowie, e incluso una colección de cuentos para un calendario (uno para cada mes). La verdad es que no consigo decidir si es que Gaiman necesita mucho el dinero y se apunta a cualquier cosa que le ofrecen y que le pueda reportar unos durillos, o si por el contrario se trata de alguien de muy buen carácter y que participa en casi cualquier causa que le ofrezcan con un cuento o un poema (si, también hay un par de poemas por lo que el propio Gaiman advierte – casi pide perdón – al lector en el prólogo). Ni idea, no sabría decir, aunque me pregunto como seria un recopilatorio de cuentos de Rafa.

Como en todos los recopilatorios de cuentos los hay mejores y peores (desde buenos hasta malejos) pero curiosamente el cuento de octubre (el mes de mi cumpleaños, por si queréis ir pensando un regalo) es el que me ha gustado pese a ser una historia verdaderamente sencilla de una chica que encuentra un genio en una lámpara y no pide ningún deseo. Una hippiez absoluta, sin duda, pero igual por eso me ha gustado… el que tuvo, retuvo que dicen.


Nunca falta nadie parecía una novela con posibilidades en la que una chica deja su matrimonio y se marcha, así, sin avisar, a Nueva Zelanda, por aquello de cambiar de vida y reinventarse. La solapilla incluso se atreve a afirmar “tan divertida como una película de los hermanos Coen”. Solo diré una cosa: es verdad que los hermanos Coen ya no son lo que eran (ni siquiera la nostalgia es lo que era) y también es verdad que, como todo el mundo al cabo de un tiempo, tienen alguna película que no esa a la altura de su nombre pero esto es tomar el nombre de los hermanos Coen en vano. Diré una cosa más, por aquello de ser justo: no he conseguido acabármela, así que puede que las ultimas paginas sean incluso más divertidas que una película de los Coen pero las cuatro quintas partes primeras (para los de ciencias: el 80%; para los de letras: casi todo) son un truño y no he sonreído, por no hablar de reír, ni una sola vez.

Esta vez en mi visita a la librería Méndez he interactuado un poco más de lo habitual con el mayor de los hermanos (vale, sigo sin tener pruebas de que sean hermanos o de cuál es el mayor) y no se bien como acabamos hablando de las nuevas editoriales. Entre las que tenían allí estaba Periférica, editorial de la que, para escándalo del librero, no había comprado nunca nada. Así que por aquello de darle una oportunidad a la editorial le pedí que me recomendara algo y me recomendó La librería ambulante, que le parecía un libro excelente (además de otro que queda para el mes siguiente). Se trata de un buen libro, excelente puede que sea excesivo aunque en este caso el punto de vista es muy importante ya que como habréis adivinado por el título un librero vera más cosas, o las verá con más cariño, que un no librero. Un no librero vera una historia sencilla de una mujer (una hermana explotada) que cambia su vida en un momento dado y se va a intentar vender libros por la americana rural, vera un cuento majo; un librero seguramente vea un alegato fantástico a su propio trabajo repartiendo cultura a los más necesitados. Ambas visiones son correctas, pero yo no soy librero así que diré que es un buen cuento.

Otra de las editoriales nuevas es Libros del Asteroide, que yo había descubierto el mes pasado, y de la que mi librero me recomendó Canciones de amor a quemarropa, que pese al pésimo título (justificado, en parte, por ser el título del disco que hace que uno de los amigos de los que se cuenta la historia se haga famoso) se deja leer e incluso está bastante bien. Curiosamente, según la contraportada es la historia de cuatro amigos que viven en la americana rural; curiosamente digo porque realmente hay cinco personajes ya que también está una amiga de los cuatro (viven en un pueblo pequeño así que todos son amigos) que igual no aparece en la contraportada porque es la mujer de uno de ellos y, ya se sabe: las mujeres casadas no tienen identidad  aunque si tenga voz (capítulos propios en la novela).

También resulta curioso que de los cuatro amigos, tres alcanzan, en mayor o menor medida, en un momento u otro, la fama y el prestigio, de una u otra forma: uno es una estrella de los rodeos de joven; otro es un yuppie que se ha forrado con la bolsa; el tercero es el músico que se hace famoso. ¿Qué pasa con el cuarto? Efectivamente, el cuarto es el que está casado con la chica y su logro en la vida es precisamente este: el tener una vida familiar excelente.

Con todo, y con esto me refiero básicamente a esa apología solapada de la felicidad conyugal e incluso rural, el libro se deja leer y deja alguna frase antológica como cuando la chica va a marcharse de casa y habla con su madre, que en sus propias palabras: “me sentía como en una entrevista de trabajo, como si mi madre estuviera entrevistándome para un puesto recién creado, el de hija adulta”; o está sobre la tranquilidad, seguridad que da oir la voz de un amigo en un mal momento: “la voz de Henry – la voz de un viejo amigo – como esa pared que encuentras para poder orientarte en una habitación oscura y desconocida. El mundo sigue allí afuera. Real como un poste.”

La única pega que le pondría a La chica de california y otros cuentos, es que creo que cuento es una palabra excesiva, ya que más que cuentos son semblanzas, pequeñas columnas casi de cotilleo (real o ficticio) escritas por un periodista como reflejo de una época y de una sociedad. La época pues la de los años veinte y/o treinta, esa época en la que parece que todo el mundo (o todo el mundo que podía) se dedicaba básicamente a beber y al adulterio, algo que tampoco la hace única ya que parece que lo mismo sucedia en los cincuenta (americanos, sesenta españoles), o incluso en los sesenta y setenta. Vamos, prácticamente siempre hasta que nace el culto por la salud, que acaba eso de beber a todas horas y casi por cualquier motivo, o sin motivo (por no hablar de fumar) y hasta que el SIDA y un cierto cambio en las costumbres sociales – la no obligación del matrimonio – disminuyen aparentemente las prácticas adulteras o la institucionalización de las mismas.

Con todo es un libro entretenido y que ha resuelto una duda que llevaba años teniendo: ¿si prepandrial es un término (no muy utilizado, aunque para algunos una institución durante algunos años) para el aperitivo, para unos cocteles, antes de la cena, existiría el término postpandrial, y de ser así que significaría exactamente?. Duda resuelta, por uno de los protagonistas que: “comió en silencio y después de cenar echo mano a la botella de ginebra, según su costumbre pospandrial”.

Pues así, escribiendo se ha pasado la mañana de este día extraño y ahora me tomare una cerveza, mientras preparo la comida, brindando en soledad y “Contra mundum”.


El ataúd de la novia – Unni Lindell
A time of torment – John Connolly
Dictator – Richard Harris
Material sensible – Neil Gaiman
Nunca falta nadie – Catherine Lacey
La librería ambulante – Christopher Morley
Canciones de amor a quemarropa – Nickolas Butler

La chica de california y otros relatos – John O’Hara

3 comentarios:

  1. Hola Benito (AKA Forajido) Desde hace mucho tienes otro lector fuera de la familia. Me gustan mucho tus críticas, las comparta o no. Un fuerte abrazo. Ignacio Arbesú

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    1. Muy gracias Nacho, o Arbesú a secas, se agradece saber que gustan... pero considerando la cantidad de horas que has estado por casa (en Nicasio, digo) y/o la cantidad de comidas en las que participabas... no se, no estoy estoy seguro de que se te pueda clasificar como de "fuera de la familia". Lo (no) dicho, saludos y espero que todo fenómeno.

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    2. Muchas gracias por el afecto. Es mutuo. A ver si este otoño nos vemos en Madrid y tomamos unas cervezas. Un abrazo.
      Nacho.

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