Todo presagia que hoy será un día extraño.
Por una parte la propia fecha que, al igual que para casi la
totalidad de los japoneses, aunque por motivos diferentes, representa en cierta
medida mi Hiroshima personal y
siempre me crea cierto desasosiego, acompañado de una casi ineludible tendencia
a emborracharme hasta perder la conciencia, de brindar cientos de veces con un “Contra Mundum” compartido, que me veo
obligado a evitar ya que siempre he mantenido la teoría de que uno solo debe
beber cuando esta alegre y nunca cuando tiene problemas o se encuentra bajo de
moral: uno solo debe beber porque le apetece pasárselo bien, no cuando quiere
encontrarse mejor, que sería aplicable a cuando uno lo esa pasando mal y en
esos casos, a menos que sea inevitable, creo que no es la mejor opción (aunque,
obviamente, tampoco es la peor). A una parte de mi le gustaría escribir, en
plan terapia, sobre mi Hiroshima personal (tal vez sería más apropiado decir mi
Nagasaki ya que aunque los hechos coincidieron con un aniversario de Hiroshima
yo no supe desde ellos hasta el aniversario de Nagasaki), pero otra parte,
mayoritaria de momento, sabe que aún no estoy preparado – puede que nunca
llegue a estarlo –, sabe que no sabría ni cómo ni por dónde empezar a contar
esa historia y me basta con hacer esta pequeña pausa para decirme a mí mismo,
puede que incluso a algún otro lector que sepa lo que significa la fecha, que
hoy es un día triste, que siempre lo será, y que el tiempo ni borra el recuerdo
de la perdida ni atenúa el dolor de la misma.
Por otra parte es uno de esos días en los que me he
levantado consciente de que empieza un fin de semana y de que no tengo nada que
leer (ayer, con dificultad, he de reconocer, me acabe el último libro que
tenía), que mis libreros de la calle mayor, los de la Librería Méndez, se han
marchado de vacaciones (merecidas, sin lugar a dudas) y que mi librería de
referencia, la Librería Fuenfría de Cercedilla, no solo sigue a la misma
distancia que otros días si no que de momento no se ha perfeccionado ningún
medio de transporte que pueda llevarte cómodamente (y traerte de vuelta) en un
sábado caluroso de verano para hacer el acopio necesario. Así que posiblemente,
si no hoy, mañana, me vea obligado a cometer una nueva traición, que sumar a
otras ya cometidas.
Además, aquí estoy a primeros de mes, intentando cumplir con
mi “compromiso” de comentar textos
muchos de los cuales he leído en los días que he pasado en Piles (sí, me he
vuelto a ir unos días aprovechando que no solo no tenemos gobierno si no que
parece que, aunque no tenga nada que ver, apenas si hay trabajo en la
licitación pública) y que por compartir con los futuros visitantes he dejado
allí lo que hace que para estos comentarios solo cuente con las notas que tomo,
con una caligrafía minúscula, en un cuadernillo que me regalo mi hermana Maite
tras su visita laboral a Maceratta (bueno, laboral, laboral… no estoy seguro ya
que si no recuerdo mal sus obligaciones laborales eran de un máximo de cinco
horas… … ¡semanales!... lo que salvo para las estadísticas gubernamentales no
puede considerarse un puesto de trabajo propiamente dicho) por lo que en gran
medida dependo de mi memoria, algo que no parece una gran idea pero ¿Quién dijo miedo?.
He de reconocer que hay cosas que me inquietan mucho, que
incluso me conturban, cosas a las que mi mente enferma les da una importancia
que no tienen para nadie más (puede que incluso realmente no tengan ninguna
importancia) pero no puedo evitarlo por lo que me veo obligado a comentar la
inquietud que, tras su lectura, me provoca la elección de la palabra ataúd como
parte del título de El ataúd de la novia
ya que como indica una nota de la autora al final del libro (además de otras
referencias a lo largo del libro) no se trata de un ataúd, sí no de un cofre,
de “El cofre de la novia” que es el
mueble en el que la novia debía guardar su ajuar. No digo que no entienda
porque han cambiado cofre por ataúd en el titulo – es algo que resulta evidente
– si no que me inquieta, me inquieta precisamente porque lo entiendo y no me
parece que el vender unos cuantos ejemplares más, sobre la base de un
malentendido, sea algo aceptable o perdonable. Incluso me inquieta más el
cambio en el titulo ya que creo que sin ser una gran novela es lo suficientemente
buena como para no requerir de estas artimañas publicitarias y menos por una
editorial “seria” como Siruela.
La novela (los personajes de) investiga el asesinato de una niña, veinticinco
años después de que ocurriera ya que parece que incluso las investigaciones por
asesinato tienen plazo de prescripción lo que le permite hablar sobre esa manía
de muchos padres de trasmitir sus obsesiones a sus hijos, forzándoles a
intentar cumplir los sueños que ellos no consiguieron: “Porque perdonar a
alguien que no cree haber hecho nada malo es una forma de dominación. Los niños
deben de crecer a la luz de los adultos, no morir a su sombra.”; o también de
cosas mucho más sencillas, cosas que ahora no pueden hacerse al parecer para no
traumatizar a los niños pero que la simple observación de la realidad
desmiente: “Eso no te lo crees ni tú ,
Roger. Que los que mienten desvían la mirada cuando hablan y todas esas
chorradas. Es como pretender que en el deporte infantil no haya perdedores ni
ganadores”; o incluso alguna más amplia
Así como la trampa
en el titulo anterior me parece totalmente innecesaria y me enfada he de
reconocer que la practica americana de poner en las ediciones de bolsillo el título
del siguiente libro del autor siempre me ha parecido muy acertada (claro que
requiere a) que la edición de bolsillo salga en un tiempo razonable y b) que el
autor tenga el titulo ya listo para cuando sale la edición). Es una práctica
que me gusta bastante, sobre todo en los autores que me gusta leer en ingles ya
que no he de esperar a la traducción y de forma general acabo comprándome el
libro en ingles por internet (lo que técnicamente no es una traición a mis
librerías ya que ellas no tienen versión original) como en el caso de A time of Torment, otro Connolly de
Charlie Parker.
Si el anterior Charlie Parker me había gustado
especialmente, sobretodo porque el mal
(o los malos) era más terrenal (unos nazis) en este el mal vuelve a ser una
fuerza casi mística de esas de verdadera fantasía (aunque obviamente apoyada en
personas concretas: unos seguidores de
un culto vikingo en un condado remoto de West Virginia – que es verdad que es
una zona bastante asturiana, como todo tipo de mineros-dinamiteros locos –.
Vikingos que, según el propio Connolly, llegaron hasta Córdoba en sus
excursiones entre el mar Negro y el mar Caspio pero que yo no acabo de creerme
ni siquiera en una obra de ficción). Con
todo a mí me ha gustado pero yo soy bastante fan de Connolly.
Resulta
curioso que en un momento dado en esta novela también se trate el tema del
lenguaje no verbal y su relación con mentir (aunque con más acierto que en la
anterior): “All that stuff about people
looking to the right when constructing untruths – or it might be the left;
Parker could never remember, not that it mattered anyway – was so much mumbo
jumbo: smoke from the pseudoscience of neurolinguistics programming. It was the
pauses, or absence of them, that gave a liar away: either taking too much time
to think, or not enough time at all”.
En
cualquier caso siempre deja perlas que hacen que la lectura no solo sea
entretenida si no algo más como esta sobre el propio-centrismo: “Every
individual spends a lifetime trying to disprove Copernicus by placing him- or
herself at the heart of existence, but a small core of diehards manages to turn
it into an art”
Otro de mis escritores favoritos es Harris (por supuesto el
otro Harris, no el conocido de todo el mundo por “El silencio de los corderos”, que uno es un intelectual y además
de solo releer pues prefiere las caras B). Creo que de Harris me han gustado
todas sus novelas y sí, creo que las he leído todas. Para mí, creo que para
casi toda mi generación, la historia de Roma es conocida sobre todo por Yo, Claudio (y no, ahora no hablo de la
novela de Graves – al que por supuesto he leído, perdón releído – si no de la
serie televisiva, que uno es un intelectual –pero también veía la televisión de
pequeño y de no tan pequeño; seguramente me ponga a ello cuando acabe estos
comentarios) y sin embargo he de reconocer que la trilogía sobre Cicerón que
acaba con Dictator me ha fascinado
(aunque le sigo teniendo más cariño a Pompeii,
que fue la primera que lei sobre Roma de Harris y que además va sobre un
ingeniero hidráulico) y no solo la recomendaría (si recomendara libros) si no
que tengo que acordarme de regalársela a mi amigo Anselmo C. Soto (pongo el
nombre completo por si se busca en internet y lee esto me lo recuerde si se me
olvida) al que, según una reciente conversación, parece encantarle la historia
de Roma, mira tú por dónde.
La verdad es que me gustaría conocer su opinión – o la de
cualquiera que sea algo de historia (yo de historia no sé nada y leo estos
libros como ficción) – para ver si me
puede aclarar si algunos conceptos que ahora se consideran “novedades-de-la-nueva-politica” realmente existían en aquella
época ya que por ejemplo ya parecían existir los escraches aunque entonces se llamaban flagitatio ya que en palabras del ficticio Cicerón “… cuando el pueblo podía expresarse con
libertad, la flagitatio era un derecho de los ciudadanos que deseaban quejarse
pero eran demasiado pobres para acudir a los tribunales. Les permitía
manifestarse ante la casa de aquel a quien consideraban responsable de su
desgracia.”; o también el concepto de renta
universal (si bien limitado a los ciudadanos de roma, aunque incluso yo que
no sé nada de historia, se que no todos eran ciudadanos) ya que el ficticio
Cicerón se vio obligado a revocar “… el
privilegio según el cual todos los ciudadanos romanos tienen derecho al
equivalente de al menos una barra de pan gratuita al día.”
El libro no trata solo de Cicerón si no que, obviamente, también
trata de Cesar, Pompeyo y el resto de la tropa como Bruto, Casio, et alli. Para alegría, o tristeza, de mi
alma ingenieril incluso menciona a Marco Mamurra, ingeniero hidráulico de campaña de Cesar, aunque adjudica sus
méritos de ingeniería al propio Cesar: “Cesar poseía una gran habilidad para
construir presas en torno a los
manantiales y desviar las aguas (así esa
como había llevado a buen término multitud de asedios en la Galia e Hispania, y
como pensaba actuar contra nosotros. Tomo el control de los ríos y los arroyos
que nacían en las montañas y sus ingenieros los detuvieron” estableciendo el
hecho obvio de que el agua es un arma de guerra y el menos obvio (aunque perfectamente
relatado en un libro que me regalo Rafa del que no recuerdo el título, ni el
autor, ni tengo localizado; digo por si quieres volver a regalármelo) de que el
nivel dictatorial de un pueblo o civilización es directamente proporcional a la
magnitud de sus obra hidráulicas.
Además de la parte histórica esta la parte más cotidiana de
la relaciones entre los personajes y como si bien Cicerón se siente halagado
porque Cesar le haga una visita sorpresa
en su villa, hasta que le avisan de que Cesar, siendo Cesar, no viene solo si
no que le acompañan unos dos mil hombres (solo su guardia personal, es decir
prácticamente, técnicamente, solo) a los que como buen anfitrión deberá de dar
de comer como parte de la visita (algo que obviamente causa algunos problemas
logísticos y que me recuerdo mucho un libro – creo que de Steinbeck – en el que
se contaban parte de las aventuras del Rey Arturo desde el punto de vista del
intendente del Rey y de cómo los torneos y otros eventos que organizaba el Rey
para darse prestigio llevaban al reino prácticamente a la ruina).
Neil Gaiman es un tipo famoso (esto es indudable aunque no
hayáis oído hablar de él); es famoso por ser uno de los guionistas de comics
(tebeos) más conocidos y reconocidos, aunque también es conocido (sin llegar a
ser famoso) por ser escritor. Uno (yo, por ejemplo) pensaría que es lo
suficientemente conocido/famoso como para escribir lo que le apetece y que una
recopilación de cuentos como Material
Sensible sería una recopilación de cuentos (que lo es) que él ha elegido
escribir. En este sentido resulta curioso encontrarse con una recopilación de
cuentos escritos por distintos motivos, distintos de la propia voluntad y en su
mayoría por encargo, para celebrar cosas como el aniversario de Ray Dradbury,
de Conan Doyle o de David Bowie, e incluso una colección de cuentos para un
calendario (uno para cada mes). La verdad es que no consigo decidir si es que
Gaiman necesita mucho el dinero y se apunta a cualquier cosa que le ofrecen y
que le pueda reportar unos durillos,
o si por el contrario se trata de alguien de muy buen carácter y que participa
en casi cualquier causa que le ofrezcan con un cuento o un poema (si, también
hay un par de poemas por lo que el propio Gaiman advierte – casi pide perdón –
al lector en el prólogo). Ni idea, no sabría decir, aunque me pregunto como seria un recopilatorio de cuentos de Rafa.
Como en todos los recopilatorios de cuentos los hay mejores
y peores (desde buenos hasta malejos) pero curiosamente el cuento de octubre
(el mes de mi cumpleaños, por si queréis ir pensando un regalo) es el que me ha
gustado pese a ser una historia verdaderamente sencilla de una chica que
encuentra un genio en una lámpara y no pide ningún deseo. Una hippiez absoluta, sin duda, pero igual
por eso me ha gustado… el que tuvo, retuvo que dicen.
Nunca falta nadie parecía una novela con posibilidades en la
que una chica deja su matrimonio y se marcha, así, sin avisar, a Nueva Zelanda,
por aquello de cambiar de vida y reinventarse. La solapilla incluso se atreve a
afirmar “tan divertida como una película
de los hermanos Coen”. Solo diré una cosa: es verdad que los hermanos Coen
ya no son lo que eran (ni siquiera la nostalgia es lo que era) y también es
verdad que, como todo el mundo al cabo de un tiempo, tienen alguna película que
no esa a la altura de su nombre pero esto es tomar el nombre de los hermanos
Coen en vano. Diré una cosa más, por aquello de ser justo: no he conseguido
acabármela, así que puede que las ultimas paginas sean incluso más divertidas
que una película de los Coen pero las cuatro quintas partes primeras (para los
de ciencias: el 80%; para los de letras: casi todo) son un truño y no he
sonreído, por no hablar de reír, ni una sola vez.
Esta vez en mi visita a la librería Méndez he interactuado
un poco más de lo habitual con el mayor de los hermanos (vale, sigo sin tener
pruebas de que sean hermanos o de cuál es el mayor) y no se bien como acabamos
hablando de las nuevas editoriales. Entre las que tenían allí estaba Periférica,
editorial de la que, para escándalo del librero, no había comprado nunca nada. Así
que por aquello de darle una oportunidad a la editorial le pedí que me
recomendara algo y me recomendó La librería
ambulante, que le parecía un libro excelente (además de otro que queda para
el mes siguiente). Se trata de un buen libro, excelente puede que sea excesivo aunque
en este caso el punto de vista es muy importante ya que como habréis adivinado
por el título un librero vera más cosas, o las verá con más cariño, que un no
librero. Un no librero vera una historia sencilla de una mujer (una hermana
explotada) que cambia su vida en un momento dado y se va a intentar vender
libros por la americana rural, vera un cuento majo; un librero seguramente vea
un alegato fantástico a su propio trabajo repartiendo cultura a los más
necesitados. Ambas visiones son correctas, pero yo no soy librero así que diré
que es un buen cuento.
Otra de las editoriales nuevas es Libros del Asteroide, que yo
había descubierto el mes pasado, y de la que mi librero me recomendó Canciones de amor a quemarropa, que
pese al pésimo título (justificado, en parte, por ser el título del disco que hace
que uno de los amigos de los que se cuenta la historia se haga famoso) se deja
leer e incluso está bastante bien. Curiosamente, según la contraportada es la
historia de cuatro amigos que viven en la americana rural; curiosamente digo porque
realmente hay cinco personajes ya que también está una amiga de los cuatro (viven
en un pueblo pequeño así que todos son amigos) que igual no aparece en la
contraportada porque es la mujer de uno de ellos y, ya se sabe: las mujeres
casadas no tienen identidad aunque si
tenga voz (capítulos propios en la novela).
También resulta curioso que de los cuatro amigos, tres
alcanzan, en mayor o menor medida, en un momento u otro, la fama y el prestigio,
de una u otra forma: uno es una estrella de los rodeos de joven; otro es un
yuppie que se ha forrado con la bolsa; el tercero es el músico que se hace
famoso. ¿Qué pasa con el cuarto? Efectivamente, el cuarto es el que está casado
con la chica y su logro en la vida es
precisamente este: el tener una vida familiar excelente.
Con todo, y con esto me refiero básicamente a esa apología solapada
de la felicidad conyugal e incluso rural, el libro se deja leer y deja alguna
frase antológica como cuando la chica va a marcharse de casa y habla con su
madre, que en sus propias palabras: “me sentía
como en una entrevista de trabajo, como si mi madre estuviera entrevistándome para
un puesto recién creado, el de hija adulta”; o está sobre la tranquilidad, seguridad
que da oir la voz de un amigo en un mal momento: “la voz de Henry – la voz de un viejo amigo – como esa pared que
encuentras para poder orientarte en una habitación oscura y desconocida. El
mundo sigue allí afuera. Real como un poste.”
La única pega que le pondría a La chica de california y
otros cuentos, es que creo que cuento es una palabra excesiva, ya que más que
cuentos son semblanzas, pequeñas columnas casi de cotilleo (real o ficticio) escritas
por un periodista como reflejo de una época y de una sociedad. La época pues la
de los años veinte y/o treinta, esa época en la que parece que todo el mundo (o
todo el mundo que podía) se dedicaba básicamente a beber y al adulterio, algo
que tampoco la hace única ya que parece que lo mismo sucedia en los cincuenta
(americanos, sesenta españoles), o incluso en los sesenta y setenta. Vamos, prácticamente
siempre hasta que nace el culto por la salud, que acaba eso de beber a todas
horas y casi por cualquier motivo, o sin motivo (por no hablar de fumar) y
hasta que el SIDA y un cierto cambio en las costumbres sociales – la no obligación del matrimonio – disminuyen aparentemente
las prácticas adulteras o la institucionalización
de las mismas.
Con todo es un libro entretenido y que ha resuelto una duda
que llevaba años teniendo: ¿si prepandrial es un término (no muy utilizado,
aunque para algunos una institución durante algunos años) para el aperitivo,
para unos cocteles, antes de la cena, existiría el término postpandrial, y de ser
así que significaría exactamente?. Duda resuelta, por uno de los protagonistas
que: “comió en silencio y después de
cenar echo mano a la botella de ginebra, según su costumbre pospandrial”.
Pues así, escribiendo se ha pasado la mañana de este día
extraño y ahora me tomare una cerveza, mientras preparo la comida, brindando en
soledad y “Contra mundum”.
El ataúd de la novia – Unni Lindell
A time of
torment – John Connolly
Dictator –
Richard Harris
Material sensible – Neil Gaiman
Nunca falta nadie – Catherine Lacey
La librería ambulante – Christopher Morley
Canciones de amor a quemarropa – Nickolas Butler
La chica de california y otros relatos – John O’Hara
Hola Benito (AKA Forajido) Desde hace mucho tienes otro lector fuera de la familia. Me gustan mucho tus críticas, las comparta o no. Un fuerte abrazo. Ignacio Arbesú
ResponderEliminarMuy gracias Nacho, o Arbesú a secas, se agradece saber que gustan... pero considerando la cantidad de horas que has estado por casa (en Nicasio, digo) y/o la cantidad de comidas en las que participabas... no se, no estoy estoy seguro de que se te pueda clasificar como de "fuera de la familia". Lo (no) dicho, saludos y espero que todo fenómeno.
EliminarMuchas gracias por el afecto. Es mutuo. A ver si este otoño nos vemos en Madrid y tomamos unas cervezas. Un abrazo.
EliminarNacho.