domingo, 24 de septiembre de 2017

Comentario de Textos - Agosto 2017

Podría empezar justificándome e inventándome alguna excusa para explicar, explicarme a mí mismo, como he llegado a estas alturas del mes de septiembre sin haber encontrado tiempo para escribir mi comentario de mis lecturas de agosto pero la verdad es que llegado a este punto del mes casi es mejor que no me entretenga porque o consigo escribir estas notas hoy, o ya me será prácticamente imposible escribirlas ya que se acerca peligrosamente el aniversario del Wurlitzer

¿Qué tendrá que ver una cosa con otra? Igual os preguntáis los más inocentes de vosotros, almas de cántaro; otros, los más centrados entenderán perfectamente que con casi una semana entera de conciertos y celebraciones lo que no este escrito antes de que empiecen las mismas ya no será escrito a tiempo.

La simple idea de que igual puedo utilizar alguna mañana de resaca para escribir estos comentarios es solamente propia de alguien que no me conozca, que no conozca la resaca o que no se conozca a sí mismo. No, me temo que no hay tiempo para excusas ni para más introducciones y zarandajas ya que en breve recogeré a mi sobrina para comer con ella – mi excusa, o mejor dicho, mi colaboración, además de la prescripción de mis médicos, para no ir a comer con, desgraciada y científicamente inexplicable, mi inmoral abuela – y ya casi me quedare sin tiempo de hacerlo.

Además, ahora que veo mi pila de libros, creo que las excusas las necesitare en octubre para explicar mi escasez de lecturas de este mes de septiembre, a menos que decida – según vaya de tiempo – auto engañarme y pasar algunas lecturas de agosto a septiembre. Ya veremos, si eso, ya os lo cuento otro día.

Como ya os he comentado a principios de agosto me fui una semana larga a Brasil por temas de trabajo y previsoramente – teniendo en cuenta la duración de los viajes y el potencial aburrimiento de estar en cuasi-ciudades de provincias lejanas en tierras extrañas – había metido un par de libros gordillos y sin empezar en la mochila. Si, que pasa yo viajo de mochilero; bueno, realmente viajo con una especie de petate marinero de la marca Stetson – (exactamente sobrino, la misma que la de los sombreros; que tu tío es muy elegante cuando le apetece) que solo podría ser clasificado como de mochilero, si existiera el concepto de mochilero elegante o de lujo; concepto que seguramente ya exista como ese del camping de lujo.

La sustancia del mal, no es que tuviera muy buena pinta pero tenía la ventaja de que eran casi quinientas páginas de novela teóricamente entre negra y de terror (digo, por la comparación que hacían con Stephen King y Jo Nesbo, irrespectivamente añado, aunque sea un apalabra inexistente e innecesaria ya que bastaría con cambiar el orden de los dos para poder usar respectivamente, palabra que si existe, pero hoy me siento creativo hasta el punto de la indiferencia por el lenguaje). Su gran virtud: que se deja leer bien, es entretenido y no hay que prestarle demasiada atención ya que es de esas novelas en las que todos pueden ser culpables y al final el culpable es el que el autor se ha empeñado en hacer parecer como el más inocente, intentando que nos caiga bien y desviando las sospechas de él todo el tiempo. Su gran defecto: precisamente lo mismo, que no tiene nada especial. Una buena novela para leer en el verano con la mitad del cerebro apagado o para leer en un avión entre comida y comida con el cerebro un poco abotargado. A un nivel personal, por aquello de que pasa en unas montañas, me hizo acordarme de Barcina – que ahora se ha vuelto montañero, más de pasear que de escalar, pero con la misma dedicación, casi obsesiva, que le dedica a todo y que, entre otras cosas, le llevo a ser el número uno de la promoción – y más concretamente de que hace demasiado que no quedamos a comer. Algo a lo que tendré que poner remedio un día de estos, más pronto que tarde, invitándole a mi restaurante vegetariano favorito (myveg) donde acertadamente consideran que las pochas (sin chorizo, pero con panceta) son un plato muy adecuado para los come-verduras. Para los que os habéis asustado al oir que tengo un restaurante favorito vegetariano he de decir que una vez que fuimos con un vegetariano talibán y tras someter a un tercer grado al camarero se quedó prácticamente sin comer ya que todo tenía algo que no encajaba en los principios morales de su dieta (como decía mi padre “en el pecado, llevas la penitencia” que era una de las frases que usaba siempre que nos veía, por lo menos a mi) con una buena resaca. Para los que os habéis asustado ante la simple idea de que conozca un restaurante especializado en verduras, y os han dado escalofríos cuando he añadido favorito, como si conociera más de uno, solo puedo tranquilizarlos y recordaros que el cero también es un porcentaje (como el que de fruta tienen algunos zumos de frutas).Pero divago, ya, si eso, hablamos otro día de las verduras, de los dichos de mi padre, de mis resacas o incluso de matemática avanzada como los porcentajes o la regla de tres (la del nueve la dejaremos para más adelante que igual os parece tres veces más difícil)

En un vuelo de la duración de un Madrid – Sao Paulo creo que me habría acabado sin problemas una novela de quinientas páginas ya que me es casi imposible dormir en vehículos en movimiento (en parte porque si hay un accidente, no me gustaría perdérmelo, y en parte por experiencias pasadas que no viene al caso rememorar). El hecho de que no me la acabara indica que no me engancho lo suficiente (un requisito fundamental de una novela de este tipo) aunque también hay que considerar que era un vuelo nocturno, en los que inevitablemente apagas un poco más de la cuenta el cerebro por lo que igual no todo es culpa de la novela y ya que viaja solo es posible que echara alguna cabezada, aunque lo dudo mucho.

Después de acabarme este libro, ya en Brasil, empecé a leer Los casos de Horace Rumpole, abogado, novela que ya por su título uno sospecha que va a ser inglesa, inglesa y divertida a la manera inglesa. Esta sospecha inicial se convierte, entre sonrisa y sonrisa, en una certeza y sencillamente uno se da cuenta de que no se puede ser más inglés, o más británico. Vale, puede que se pueda ser más inglés – ahora mismo se me ocurren algunos ejemplos, incluso de no ingleses que son igual de ingleses, pero tampoco tengo tiempo para este debate (para eso está la sección de comentarios que por lo poco que comentáis empiezo a sospechar que igual no habéis visto).Aunque no recomiendo libros yo me apunto el nombre de Mortimer en mi cerebro para intentar leer algo más suyo si consigo acordarme de que lo he apuntado cuando ande de compras ya que siempre viene bien sonreír e incluso reír (no, no citare a Sterne que no quiero copiar a mi hermano y ya sabéis todos a que me refiero. Si no, pues a leer a Rafa o a Sterne, cuando acabéis esta entrada).

Pese a que solo había llevado dos libros – que me parecían pocos para tanto viaje – no estaba espacialmente preocupado ya que confiaba que en Sao Paulo habría al menos una librería internacional en la que comprar algún libro en inglés para los últimos días o para el viaje de vuelta. Dicen que la inocencia es lo último que se pierde, aunque en mi caso parece que es la estupidez ya que o bien no había ninguna librería internacional en todo Sao Paulo o mi enfado porque todas las tiendas cerraran el domingo, como si hubiera hecho un viaje al pasado, me impidieron encontrarla. Así que como un auténtico estúpido me enfrentaba a un viaje de diez horas – esta vez diurno – sin nada que leer y con la única esperanza de encontrar algo en la librería del aeropuerto.

En principio no se trataba de una situación preocupante hasta la angustia ya que mi vuelo salía de un aeropuerto internacional – ya había cogido el vuelo local un par de días antes – por lo que mal se tenía que poner para que no hubiera un bestseller o un clásico apetecible en inglés. En mi primera vuelta de reconocimiento a las tiendas del aeropuerto empecé a angustiarme un poco ya que la oferta estaba un poco, o notablemente, por debajo de lo esperado, que no de lo esperable si pensamos, por ejemplo, en el aeropuerto de Barajas.

En mi segunda o tercera vuelta de reconocimiento por fin la editorial Penguin y mi enciclopédica incultura vinieron a salvarme y localice In Dubious Battle, libro que estaba casi seguro de no haber leído (además de bastante escondido) ya que si bien de Steinbeck soy capaz de nombrar más de un título, incluso en inglés soy capaz de nombrar dos (igual que casi todos), no recordaba ninguno más que esos dos que todos conocemos y que sabemos que no se titulan ni parecido en español. Así que decidido, ya tenía lectura para el avión de vuelta y ya podía tomarme una cervecita tranquilo a la espera de leer sobre huelguistas en la América de la gran depresión cuando todavía se podía ser comunista en América, cuando era todavía más necesario ser comunista en América o cuando cualquiera que no estuviera completamente a favor del capitalismo era considerado comunista (como lo queráis ver).

La parte de la lucha social, que a mi me ha interesado poco (en este caso) es posiblemente la que ha hecho que un libro como este esté editado en Penguin – con categoría de clásico, aunque no estuviera entre los que yo conocía – y parece que también era el motivo por el que la editorial no tenía muy claro editarlo (como me informo el prólogo, que acabe leyendome) ya que pensaba que crearía mucha controversia (al parecer lo hizo y fue muy criticado, pero extrañamente no por los capitalistas – como temia la editorial – sé no por los comunistas que no se sentían reflejados adecuadamente y que consideraban que se les trataba de, como decirlo, panfletarios, sectarios, insensible y obvios). La verdad es que se lee bien y está lleno de observaciones con las que coincido: “you can’t make a general rule of it, because sometimes it flops, but mostly a guy that tries to scare you is a man that can be scared” que no solo contiene una importante verdad sobre las reglas generales si no que es aplicable a muchos otros comportamientos de las personas, no solo a las que intentan intimidarte, ya que la gente suele pensar que todos funcionamos igual; algo que, al menos a mí, siempre me ha servido para relacionarme con el resto del mundo entendiendo las debilidades que no confiesa la gente de sus comportamientos.

Pero, con todo la mejor parte es la explicación que un viejo piquete le da  a uno nuevo sobre uno de mis temas favoritos: “You ought to take up smoking. It’s a nice social habit. You´ll have to talk to a lot of strangers in your time. I don’t know any quicker way to soften a stranger down than to offer him a smoke, or even ask him for one. And lots of guys feel insulted if they offer you a cigarette and you don’t take it. You better start”, y no, no me estoy refriendo al fumar como uno de mis temas favoritos, si no a cómo han cambiado la percepción de las cosas: cosas que antes estaban bien, como fumar o intentar ser inteligente y culto, ahora son hábitos de los que la gente casi habla con dolor, como lacras, y prefieren dedicar todos sus esfuerzos e incluso presumir de lo que antes eran capacidades negativas. Sí, me hago viejo a pasos agigantados – probablemente a causa del tabaco – y cada día entiendo menos el mundo y menos aún a los que ya no son mis contemporáneos, aunque vivamos en la misma época.

Ya de vuelta en Madrid me decidí por Angeles en llamas, que parecía una prometedora novela policiaca, escrita por una mujer, ya que aunque no tengo ningún interés en que mi librería sea paritaria, es algo a lo que le presto la misma atención que a la de que parte de mis escritores sean calvos (calvas), rubios (o rubias), morenos (morenas) o pelirrojos (pelirrojas) entre otros criterios de paridad de vital importancia en estos días. Aclarado este punto supongo que mi afirmación de que no me ha gustado nada me hará parecer un machista total. Seguramente no debería haber comentado nada sobre la identidad sexual de su escritora pero “a lo hecho, pecho” (pecho varonil, me refiero. Que tampoco quiero ganarme un galardón de machista que, creo, otros se merecen más). Incluso siendo una mala novela, tiene alguna frase buena: “Nada hace saltar a por los aires la realidad de nuestras buenas intenciones como la propia realidad” pero que no justifican la simpleza de la novela, la mala escritura (o la mala traducción, que uno nunca sabe) y menos algunos errores de bulto que creo hay en parte de la trama.

He de confesar que cuando compre El juicio de Sören Qvist, lo hice sin fijarme mucho y solo porque las novelas sobre juicios siempre resultan divertidas, o en su defecto entretenidas; concretamente lo hice sin fijarme en que estaba editado por una editorial creada por Javier Marías y sin calibrar este hecho en su justa medida: una novela elegida por alguien cuya foto debería ilustrar la entrada de pedantería en, por lo menos, alguna enciclopedia o diccionario enciclopédico, tenía pocas posibilidades de ser entretenida. Supongo que el hecho de que además fuera la última de una trilogía en editarse junto con el hecho de que tuviera dos apéndices que no iban sobre la novela si no que estaban para reforzar la vanidad del editor debería haberme hecho sospechar, si me hubiera fijado. Si tan solo me hubiera fijado me habría ahorrado leerla, me habría ahorrado las burlas/críticas de mi hermano y no me sentiría mal, como un completo cínico, cada vez que le digo a mi sobrina “hay que fijarse, Alicia. Hay que fijarse”.



Aunque creo que la termine ya empezado septiembre incluyo este mes la lectura de La muerte espera en Herons Park, ya que incluso con el poco tiempo trascurrido ya casi no la recuerdo. Bueno, estoy exagerando: si la recuerdo pero la verdad es que tampoco hay mucho que recordar a que se trata de una investigación de asesinado en un entorno aislado (un hospital militar) que recuerda demasiado a las de Agatha Christie: todos los personajes tienen razones para cometer el crimen (Orient Express) pero los mas sospechosos pues van muriendo o por lo menos los intentan asesinar (Diez Negritos). Una lectura entretenida pero poco mas.

La sustancia del mal – Luca D’Andrea
Los casos de Horace Rumpole, abogado – John Mortimer
In Bubious Battle – John Steinbeck
Angeles en llamas – Tawni O’Dell
El juicio de Sören Qvist – Janet Lewis
La muerte espera en Herons Park – Christianna Brand

2 comentarios:

  1. Siempre nos recomiendas cosas, esta vez te recomiendo yo algo:

    http://www.quaterni.es/producto/el-veneno-de-la-tarantula/

    Relatos ala Sherlock Holmes ambientados en la India Raj.

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    1. Mira que me empeño yo en no "recomendar", especialemente a "anonimos" aunque tenga mis sospechas del anonimato... en cualquier caso, agradezco la recomendacion... a ver si puedo leerlo (depende de mi memoria). Gracias

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