Tras celebrar el aniversario del Wurlitzer – ya van once
años – empezando octubre solo me quedaba
un libro por leer, procedente de mis últimas compras del año en mi librería de
referencia madrileña y capitalina, ya sabéis la librería Méndez de la calle
Mayor. Obviamente tampoco me quedaba ninguno de mi librería de referencia
madrileña comunitaria ya que, espero que a diferencia de vosotros de los que
espero mucho más que de mí, especialmente en cuanto a visitas a la librería
Fuenfría de Cercedilla, que tampoco es tanto pedir ya que ciertamente yo no
prodigo mis visitas, ciertamente no predico con el ejemplo; por lo que uno
podría suponer que octubre se presentaba complicado en cuanto a lecturas.
Nada más lejos de la realidad, ya que afortunadamente antes
de empezar este último libro de mi pila de cosas a leer, ya tenía ya los
billetes para NYC lo que me permitiría visitar mis librerías de referencia
ultramarinas. El único punto un poco crítico era hacer durar este último libro,
para tener lectura en el avión de ida para no tener que depender del
quiosquillo de prensa que hay en Barajas para seleccionar otro. Si conseguía
hacerlo durar hasta aterrizar, o casi aterrizar, ya no tendría que preocuparme
por la lectura en los próximos meses ya que una de las primeras visitas en NYC,
obligado por mi sobrina Alicia, iba a ser casi seguro la librería japonesa
Kinokuniya lo que para mí es una alegría. Es verdad que Alicia no quería ir a
la librería a comprar libros, si no que su intención era ir a comprar unos
muñecos que venden en caja sorpresa y que obsesivamente recordaba desde el
pasado, o puede que incluso desde el año anterior.
En principio mi método para asegurar que el libro me durara
se basaba en intentar no empezarlo, no fuera a ser excepcionalmente bueno y me
lo acabara leyendo del tirón, o empezarlo en el último momento cuando ya solo
me quedara tiempo para avanzar un poco en la historia, solo lo suficiente para
cogerlo con ganas durante el viaje. Mi vuelo salía el día doce de octubre por
lo que aguantar sin empezarlo suponía un pequeño reto, más cuando todo lo que
había en la televisión era el process,
que la verdad es demasiado aburrido, absurdo e innecesario (no, no voy a entrar
en detalles de mi opinión sobre este tema ya que se me hace difícil aclarar
estas cosas por escrito, además por increíble que pueda parecer las opiniones
están tan estúpidamente polarizadas que diga lo que diga seguro que ofendo a
ambas partes simultáneamente y cuando es tan fácil ofender la verdad es que no
tiene ninguna gracia hacerlo. Ya sabéis lo que decían vuestros mayores para
alejarnos de las drogas y de la vida
fácil: las cosas que no requieren
esfuerzo no suelen merecer la pena). Afortunadamente en este caso,
sobretodo en el mío, uno puede ponerse algunas temporadas de series de las que
todo el mundo habla pero que uno no ha visto lo que le permite rellenar estos
huecos, a la vez que se hace una cultura popular necesaria para sobrevivir en
el mundo actual y no ser como mi sobrina Nieves que acaba de descubrir que su
cultura popular la está aislando del mundo que existe a su alrededor ya que no
comprende ni una mínima parte de referencias básicas que todos damos por
supuesto (igual os doy detalles en alguna entrega posterior pero baste decir que
frases como “le hare una proposición que
no podrá rechazar” o “¿fresas,
fresas? En esta época del año” no le dicen nada).
Al día siguiente de la llegada, el primero en el que más o
menos hay que decidir qué hacer ya que el día de la llegada entre instalarse,
bajar a tomar las cervezas de rigor para habituar el organismo al excesivo
nivel de gas de las cervezas americanas (frente a las españolas) y después de
haber dado unas cuantas vueltas de reconocimiento por las proximidades del
apartamento para ubicar un par de sitios en los que tomar café, e incluso
realizada esa primera compra necesaria que debe incluir al menos leche y galletas
para el desayuno de Alicia pero que se acaba complicando con Coca cola para
Helena, antiácidos para mí y cervezas para Álvaro o, más bien para el por si
acaso, junto con otra pequeña pila de productos básicos, fue Alicia la que
propuso como primera actividad (tras un segundo desayuno) visitar Kinokuniya,
algo que contó con la aprobación de todos, si bien por diferentes motivos y
muchos de ellos alejados del verdadero propósito de una librería: los libros. Yo
me oponía un poco a visitarla, pese a que para mí es una visita obligada no
solo por los libros de autores japoneses, desconocidos para mí o – pedante que
soy – los suficientemente conocidos como para estar entre mis favoritos, si no
también por la sección de papelería que tienen en la planta baja y en la que
hay verdaderas maravillas ya que me parecía demasiado pronto por la mañana y
que acabaría cargando todo el día con una bonita pila de libros en la mochila,
algo que quieras que no acaba resultando cansado, sobre todo si el plan es
pasarte todo el día paseando.
En cualquier caso, donde hay patrón no manda marinero y
donde hay sobrina o niños no manda un adulto y como además estaba
verdaderamente cerca del apartamento pues allí nos dirigimos y salimos con unos
más cargados que otros pero todos bastante encantados con nuestras primeras
compras (algo que en general nos cuesta hacer, digo lo de las primeras compras:
En mi caso ya tenía garantizada la lectura nocturna e incluso la matinal si
decidia esperar a que todos estuviéramos listos para salir a pasear los
próximos días (algo que al final solo hice algunos días porque la verdad es que
los ritmos de levantarnos y arreglarnos entre los Villacis – representados por
Álvaro y Alicia – y los Reig – representados por Helena y yo mismo – son no ya
distintos, si no tal vez opuestos y algunos días me marchaba solo a recorrer la
ciudad para darles unas cuantas horas de margen).

Otra de las actividades – tradiciones – en NYC es ir a pasar
el día a Brooklyn, siempre con la intención de que nos guste pero sin
conseguirlo nunca (bueno, salvo la vez que quedamos con Katherine que a mí me
encanto todo, incluso Brooklyn) para después de pasar varias horas en distintas
tiendas de discos – últimamente también a petición de Alicia que cada día es más
hípster y Rough Trade es uno de sus
sitios favoritos – paseando por las escasas calles habitadas y por varios descampados
industriales, tomar unas cuantas cervezas mientras hacemos tiempo para ir a
Peter Luger a tomar una ensaladita (tomate, cebolla y una raja de beicon de
,media pulgada de espesor), un Porterhouse y meter la cabeza de Alicia en un
gigantesco cuenco de nata, todo bajo la atenta mirada de los antipáticos camareros del lugar que ya
empiezan a recordarnos y a los que su carácter antipático (grumpy, creo que es el termino más empleado por los críticos
gastronómicos locales para describir a los camareros) no les impide echarse
unas risas con nosotros.
Esta tradición, que es algo más compleja que lo indicado,
incluye ahora – desde el año pasado, creo – el visitar la librería WordBooks que tiene una buena sección
infantil de forma que Alicia y yo acabamos saliendo cargados de la misma
tocándonos normalmente cargar con las compras ya que el repartirlas nos
obligaría a aceptar parte de las dos toneladas de discos que Álvaro acabara
comprándose a lo largo del día en las distintas tiendas de discos que hay que visitar
y la verdad es que tampoco compramos tanto ya que es una librería pequeñita.

La verdad es que en este viaje he tenido un poco de mala
suerte ya que en el apartamento en el que estuvimos, afortunadamente solo en mi
habitación, parece que había algún tipo de bicho, o una colonia inmensa de
bichos, que me picaron bastante y que o bien eran ligeramente venenosos o yo
soy alérgico a sus picaduras por lo que al cabo de un par de días estaba
bastante cubierto de picaduras que al día siguiente hacían ampolla y se
estallaban dejandome con el aspecto de un yonqui de los ochenta, o de un
leproso de la edad media, cubierto de pústulas y con brazos y piernas
hinchados. Al final por insistencia familiar fuimos a visitar a un farmacéutico
(farmacéutica realmente) que puso una cara bastante sorprendida e incluso diría
preocupada, recomendándonos encarecidamente que fuéramos a un médico, e incluso
insistiendo en ello alegando que más que una medicina eso requería un
especialista. Como yo ya había cedido bastante en cuanto a ir a preguntarle a
un farmacéutico por unas simples picaduras al final conseguimos llegar a un
acuerdo para que nos recomendara una pomada y olvidáramos, al menos de momento,
lo del médico. Y aquí viene el poco de mala suerte ya que parece – tengo
pendiente ir al médico para que me lo confirme – que soy alérgico a la pomada
que me recomendó ya que cuanto más pomada me daba más se me hinchaban no solo
las picaduras si no las zonas cercanas a las que había llegado la pomada. La
verdad es que era difícil distinguir si eran las picaduras o la pomada ya que,
salvo alivios temporales, la cosa había ido a peor desde el principio y solo
cuando un día después de haber empezado a echarme la pomada prácticamente no
podía levantar los brazos decidí dejar de echarme la pomada (pese a que había
prometido echármela). Afortunadamente las cosas mejoraron en cuanto incumplí mi
promesa y deje de echarme la pomada, si bien no notablemente si lo suficiente
para poder culpar a la pomada de este incidente y para poder volver a levantar
los brazos. Ya digo, un poco de mala suerte que además me hacía sentirme como
el personaje de The Nix, ese que
“He longs for someone in the crowd to see the
haunted expression he’s sure is playing all over his face right now and come up
to him and say, You seem to be experiencing overwhelming pain, how can I help
you? He wants to be seen, wants his hurts acknowledged. Then he recognizes this
as a childish desire, the equivalent of showing your mom a scratch so she can
kiss it. Grow up, he tells himself.”
Solo por unas picaduras de insectos estaba buscando un apoyo
infantil; y yo que pensaba que ya estaba crecido, que ya era todo un hombre que
podía soportar unas cuantas picaduras de insectos sin tener que buscar el
consuelo en los demás. Parece que no, parece que sigo necesitando la aceptación
o la compresión, e incluso ya puestos dar un poco de envidia con esta foto de
mis compras literarias y por lo tanto de mis futuras lecturas:
El gran
salto – Jonathan Lee
How to
behave in a crowd – Camille Bordas
The Nix –
Nathan Hill
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