Tarde de sol, aquí en Acukland, después de una mañana que había
empezado bien pero que se convirtió en lluvia cunado yo andaba como a una hora
de casa, paseando. Afortunadamente, soy fumador así que aproveche para encenderme
un pitillo, al abrigo de la lluvia en la calle ya que este en este país lo de
fumar en un bar es prácticamente imposible. Incluso a veces hay hasta
prohibiciones para fumar en la calle, eso sí, ahora van a hacer un referéndum para
el uso recreativo del cannabis y sus derivados y todo parece que eso si estará permitido.
Yo no lo acabo de ver claro (lo del uso recreativo, sanitario creo que lo
llaman, o medicinal creo que es la verdadera tapadera) y sobre todo me parece
que lo único divertido es fumárselo y también es para mi un acto social. ¿si no
puedes fumar nada más que a escondidas, como vas a andar fumando porros sin
problema? Es algo que sinceramente se me escapa. Ni idea de porque una cosa es
ahora el mismísimo demonio y sin embargo la otra es una necesidad médica. Lo
digo completamente en serio, son cosas que se me escapan, como lo de mi médico
local recomendándome (en la primera visita) que me pasara a vapear y (en la segunda visita) que me
pasara directamente a los chicles de nicotina a destajo (hasta me dio una
receta para que me comprara unos trescientos chicles de nicotina). Me parece
todo un poco increíble, pero, divago, ya, si eso, pues otro día nos ponemos a
discutir sobre las ventajas o desventajas del tabaco, desde un aspecto holístico (que mola mas).
El caso es
que una frase que me ha gustado mucho de la primera lectura de este mes ha
sido:“I am pleased my father smoked; glad
that there were some things he did purely for pleasure and only for himself”.
Creo que resume bastante bien mi opinión general sobre el tabaco, aunque
egoístamente solo considero aplicable a los que ya somos fumadores. Creo que
los no fumadores deben de seguir siéndolo, buscarse sus propios vicios que por definición
serán insanos, pero serán los suyos, los de sus tiempos, pero sin quitarnos los
nuestros. Por cierto, que la frase en cuestión es de
Greetings from Bury Park, título que se supone es un homenaje a
Springsteen a través de la historia de
un pakistaní que vive en Londres y que es un auténtico fanático de
Bruce, o del
Boss, como lo quieras llamar. Si bien la idea del libro parece
interesante para alguien al que si le gusta Bruce, como es mi caso, la verdad
es que la realización deja bastante que desear y el libro es bastante
decepcionante. Para mí ni siquiera los capítulos tienen mucho sentido, ni
especial correlación con lo que se cuenta en cada uno, ni por supuesto descubre
nada de la verdadera fascinación que algunos hemos sentido por
Bruce.
Pero esto puede que no sea culpa
del libro, que igual está bien para gente que no tenga ninguna relación anterior
con Springsteen. Yo si la tengo, como
creo que ya he contado en este blog en otra ocasión: desde el primer disco que descubrí
suyo (debería de molar y decir que es el Darkness pero hemos venido a contar la
verdad y obviamente fue The River) hasta que dejo a su mujer de toda la vida
para irse, después casarse, con la toca-la-pandereta. A partir de ahí mi relación
con Springsteen ha sido más floja y más
intermitente e incluso algunas cosas suyas me parecen verdaderamente malas,
otras suficientemente buenas (si fueran de otro) y algunas, escasas,
excepcionales. Entre estas últimas están algunas de las historias que cuenta en
ese show de Brooklyn en el que se desnuda
y “recupera el contacto con el público”
en un local pequeño. Una verdadera majadería conceptualmente, pero en el que cuenta
como el héroe de la clase obrera no
ha trabajado un solo día de toda su vida, o como el fanático de conducir por América,
el que ya había escrito Born to Run, no
tenía carnet de conducir ni sabía conducir, algo que su buen amigo Clarence Clemons descubriría en una carretera
de América, en una gira, cuando le dijo que le tocaba conducir que él tenía que
dormir un rato. Como el mismo dice: “así
de bueno soy” (de buen farsante o fabulista, se entiende).

La principal razón que me decidió a comprar
Out of the inferno es una frase de la
portada:
“In New Zealand, one degree of
separation is an over statement”, ya que creo que define bien la escala de
este país comparado con el mundo en el que son necesarios tres grados de separación,
o puede que seis. Nunca me acuerdo, es una de esas cosas que se me acaban
olvidando continuamente como el numero primo de Belfegor o la identidad de
Euler (para los curiosos el primero es un 1 seguido de trece ceros seguidos de
666, otros trece ceros y un último uno; de forma que lo tiene todo, es un palíndromo,
incluye el número de la bestia y varios 13 – en forma de secuencia de ceros –
mientras que la segunda pues mezcla, el numero
e de Euler que es la suma de una serie infinita; el numero pi; y el irracional
i dando lugar a una formula preciosa que dice que e elevado a pi veces i es
igual a menos 1. Como para acordarse). Otra cosa a su favor es que se supone
que es una novela de acción que pasa aquí en la ciudad de Auckland, lo que siempre
parece una curiosidad. La verdad es que sin ser mala tampoco acaba de enganchar
como debería hacerlo un
best-seller,
que es lo que se supone intenta ser. Como curiosidad contar que uno de los
personajes considera que los blancos en nueva Zelanda son muy racistas porque
“How many white Kiwis couldn´t tell the
difference between a Polynesian and a Melanesian baffled him. It was one thing to say that all Asians looked the same, but to apply
that measure to Pacific Islanders and indigenous people was insulting”. Toma viga en todo el ojo (al
parecer, según explica luego, la diferencia está en el pelo. Que los sepáis).
En
cualquier caso, la mejor frase del libro es una cita de Malcom X: “If you´re not careful, the newspapers will
have you thing the people who are being oppressed and loving the people who are
doing the oppressing”, que, como veis, tampoco es especialmente brillante.
Con todo, suficientemente entretenido para un viaje a
Sydney, un viaje que la verdad es que tampoco necesitaba mucho más entretenimiento
que el propio de un viaje que si bien salió a su hora acabo llegando con casi
una hora de retraso a Sydney, con el avión dando vueltas en la ruta de aproximación
a Sydney como si el comandante, capitán o lo que sea, estuviera completamente
perjudicado por el uso de todo tipo de sustancias psicotrópicas. Pero es que además
el taxista que me llevaba del aeropuerto a la ciudad se despisto un poco y
acabamos estrellándonos contra otro coche. Afortunadamente este accidente tuvo
lugar a escasas manzanas de donde me estaban esperando, con algo de desesperación
por los retrasos, los chicos así que al final tuve que hacer parte del trayecto
andando dejando al taxista con los restos de su coche en una esquina.
Es verdad que no es lo que podríamos llamar el mejor
comienzo para un viaje, o para visitar una ciudad, pero tampoco es que fuera a
condicionar mi opinión ya que después de un par de cervezas contando mis
aventuras y desventuras pues ya estaba yo preparado para reconciliarme con la
ciudad.
Desgraciadamente he de decir que la reconciliación fue
imposible ya que Sydney es una ciudad extraña – en el caso de que sea una
ciudad – es tan extraña que, pese a que había un súper maratón con setenta mil
personas inscritas, un súper maratón como de broma – como una gran Sal
Silvestre con gente disfrazada – los días anteriores la ciudad estaba prácticamente
desierta y el día de la carrera tampoco se veía especial animación. Puede que
sea porque los deportistas son gente discreta, como sabe cualquiera que haya
estado cerca de un estadio o de una concentración deportiva, y que los
deportistas llevan colores pocos llamativos que los hacen confundirse con el
entorno urbano por lo que a veces es difícil distinguirlos de, digamos, una
papelera o una farola.
En cualquier caso, incluso olvidando a las decenas de miles
de deportistas, la ciudad parecía un desierto. Consultando guías para ver qué
cosas, restaurantes o lo que fuera, recomendaban hacer en Sydney los locales o
incluso algunos referentes culturales de esos del moderneo, mirando varias listas de las cinco, o las diez, mejores
cosas que hacer en Sydney era inevitable no notar que había algo raro. En casi
todas las listas al menos la mitad de las cosas que había que hacer en Sydney requerían…
abandonar Sydney. Si, tal y como suena. Casi todo el mundo coincidía en que lo
mejor era irse a otro sitio, normalmente a otro sitio cercano, que podría pasar
por ser parte de la ciudad pero que obviamente no lo era. Sorprendente, cuando
menos, como esa canción de Brian Leach… Everybody
loves my girlfriend… but me…
Con todo, como dicen los buenos católicos, pues Dios aprieta,
pero no ahoga y en Sydney hay un Kinokuniya,
lo cual es suficiente para alegrar cualquier ciudad e incluso para alegrar mi corazón
y mi estancia en cualquier ciudad. Como solo conozco el Kinokuniya de NYC pues este me pareció salvajemente grande,
descomunal, incluso inabarcable y la verdad es que no lo disfrute todo lo que debería,
un poco sobrepasado por la cantidad de cosas, libros y chorradas, que tenían.
Creo que merece otra visita para intentar encontrar la sección de libros japoneses
(exclusivamente japoneses) que aquí me pareció que estaba mezclado con la sección
de literatura en general. Pero ya digo, estaba yo un poco sobrepasado por las
dimensiones de esta maravilla de tienda.

Como no encontré a los japoneses separados, como a mí me
gusta que estén, pues encontré
Isle of
Joy de Winslow, libro que según todos los que me acompañaban (casi incluso
Alicia) ya me había comprado y por supuesto, leído. El caso, ahora lo puedo decir,
es que la portada me sonaba mucho pero el resumen de la contraportada no me
sonaba nada así que negué completamente que me lo hubiera leído y creo que
hasta la página doscientos noventa, o así, de las menso de trescientas que
tiene estaba convencido de que no me lo había leído. Ahora no estoy tan seguro de
que no lo hubiera leído, pero, bueno, a partir de ahora ya estoy seguro de que
lo he leído. Por lo menos hasta la próxima vez que lo vuelva a ver y me asalten
las dudas. En cualquier caso, es un libro que no sufre con la relectura, así
que sin problemas si lo vuelvo a comprar lo volveré a leer con gusto, aunque puede
que esta vez no me sorprenda tanto el parecido de la historia con partes de la biografía
de Marilyn Monroe. O si, quien sabe.

Alvaro y Helena habían decidido traerme libros en español,
pero a mi todavía me quedaba por leer una de mis últimas compras en inglés,
The Nickel Boys, así que antes de
cambiarme de idioma decidí pues darle una oportunidad a esta historia que tenía
toda la pinta de ser un topicazo sobre el maltrato y las desapariciones de jóvenes
negros en una especie de campo de trabajo, reformatorio en los sesenta en el
sur de estados unidos. En fin, pues exactamente lo esperable y realmente es una
novela con todos los tópicos y sin ninguna sorpresa. Se deja leer, pero poco más
y solo puedo pensar que es la típica novela que uno saca del cajón después de
tener un gran éxito con otra novela (en este caso parece que hay una que se
llama
The Underground Railroad que es
la que ha recibido reconocimiento de gente como Obama y le ha dado la fama para
sacar esto del cajón, en el que podría haberse quedado tranquilamente).
El problema de los
tres cuerpos es la primera parte de una trilogía de ciencia ficción de un
autor chino que le regale a Alvaro por su cumpleaños y que todo el mundo decía que
era excelente, por lo que reconoceré que me apetecía leerla e incluso me
alegraba bastante que Alvaro la hubiera traído ya que parecía indicar que le había
gustado y eso siempre es bueno. La verdad es que la historia tiene su punto, está
escrita con gracia y si bien esto ya sería suficiente para convertirla en una
buena novela creo que su éxito se debe más a algunas críticas que tiene a la revolución
china que a estas virtudes. Curiosamente yo diría que son esas anécdotas en
forma de crítica, de la revolución china como la de que se proponía cambiar las
luces de los semáforos
“de forma que no
fuera el verde, sino el rojo de la Revolución, el que permitiera seguir
avanzando” las cosas que le han dado más fama. Pero, conste que lo digo por
decir, que a mí la verdad es que me ha gustado (esta primera parte).

Si el libro anterior me hizo ilusión que me lo trajeran,
El Ultimo Barco también pero más que ilusión
me dio miedo ya que son más de setecientas páginas, lo que llamaríamos un
tremendo tocho. Tremendo especialmente para una novela policiaca. Una de dos, o
el escritor es un genio para mantener una historia policiaca durante
setecientas paginas o parte del misterio de la novela está en cómo no hay más
muertos leyéndola en la cama. Algo que no necesita demasiada investigación ya
que obviamente el peso del libro en una mala postura puede matarte sin
demasiados problemas. Probablemente un buen golpe y tendrías una coartada
perfecta. Por supuesto con setecientas paginas el libro pues tiene de todo,
desde un inspector al que uno le puede coger cariño hasta el típico enfermo
mental con grandes habilidades por supuesto pasando por varios personajes
sospechosos (si hay hasta un fotógrafo inglés, de naturaleza eso sí) o por otros
simplemente superfluos. Sin embargo y pese a que lo he leído he de reconocer
que no tiene especial interés ya que no hay prácticamente nada más que una
historia que se alarga y se alarga para acabar resolviéndose de una forma
cuando menos ligeramente poco convincente. Para mí que le falta toda la parte
fundamental, yo diría que sí ha aplicado el método Stephen King, lo ha hecho
del revés y se ha quedado con lo que debería descartar como al parecer paso con
el aeropuerto de Los Rodeos (para el que llevaron a un experto a elegir dónde
ponerlo y dijo
“en cualquier parte de la
isla menos donde he marcado con una x” y obviamente allí que fueron a
colocar el aeropuerto).
En fin, hasta aquí la puesta al día de lecturas con un
retraso no tan considerable pero ya veremos el mes que viene. De momento en
breve estaré por los madriles a tomar unas cervezas y celebrar el aniversario
del Wurlitzer. Igual nos vemos.
Lecturas
Greetings
from Bury Park – Sarfraz Manzoor
Out of the
inferno – Ross Meurant
Isle of joy
– Don Winslow
The Nickel boys
– Colson Whitehead
El problema de los tres cuerpos – Cixin Liu
El Ultimo Barco – Domingo Villar