sábado, 14 de septiembre de 2019

Comentario de Textos Agosto 2019


Tarde de sol, aquí en Acukland, después de una mañana que había empezado bien pero que se convirtió en lluvia cunado yo andaba como a una hora de casa, paseando. Afortunadamente, soy fumador así que aproveche para encenderme un pitillo, al abrigo de la lluvia en la calle ya que este en este país lo de fumar en un bar es prácticamente imposible. Incluso a veces hay hasta prohibiciones para fumar en la calle, eso sí, ahora van a hacer un referéndum para el uso recreativo del cannabis y sus derivados y todo parece que eso si estará permitido. Yo no lo acabo de ver claro (lo del uso recreativo, sanitario creo que lo llaman, o medicinal creo que es la verdadera tapadera) y sobre todo me parece que lo único divertido es fumárselo y también es para mi un acto social. ¿si no puedes fumar nada más que a escondidas, como vas a andar fumando porros sin problema? Es algo que sinceramente se me escapa. Ni idea de porque una cosa es ahora el mismísimo demonio y sin embargo la otra es una necesidad médica. Lo digo completamente en serio, son cosas que se me escapan, como lo de mi médico local recomendándome (en la primera visita) que me pasara a vapear y (en la segunda visita) que me pasara directamente a los chicles de nicotina a destajo (hasta me dio una receta para que me comprara unos trescientos chicles de nicotina). Me parece todo un poco increíble, pero, divago, ya, si eso, pues otro día nos ponemos a discutir sobre las ventajas o desventajas del tabaco, desde un aspecto holístico (que mola mas).

El caso es que una frase que me ha gustado mucho de la primera lectura de este mes ha sido:“I am pleased my father smoked; glad that there were some things he did purely for pleasure and only for himself”. Creo que resume bastante bien mi opinión general sobre el tabaco, aunque egoístamente solo considero aplicable a los que ya somos fumadores. Creo que los no fumadores deben de seguir siéndolo, buscarse sus propios vicios que por definición serán insanos, pero serán los suyos, los de sus tiempos, pero sin quitarnos los nuestros. Por cierto, que la frase en cuestión es de Greetings from Bury Park, título que se supone es un homenaje a Springsteen a través de la historia de un pakistaní que vive en Londres y que es un auténtico fanático de Bruce, o del Boss, como lo quieras llamar. Si bien la idea del libro parece interesante para alguien al que si le gusta Bruce, como es mi caso, la verdad es que la realización deja bastante que desear y el libro es bastante decepcionante. Para mí ni siquiera los capítulos tienen mucho sentido, ni especial correlación con lo que se cuenta en cada uno, ni por supuesto descubre nada de la verdadera fascinación que algunos hemos sentido por Bruce

Pero esto puede que no sea culpa del libro, que igual está bien para gente que no tenga ninguna relación anterior con Springsteen. Yo si la tengo, como creo que ya he contado en este blog en otra ocasión: desde el primer disco que descubrí suyo (debería de molar y decir que es el Darkness pero hemos venido a contar la verdad y obviamente fue The River) hasta que dejo a su mujer de toda la vida para irse, después casarse, con la toca-la-pandereta. A partir de ahí mi relación con Springsteen ha sido más floja y más intermitente e incluso algunas cosas suyas me parecen verdaderamente malas, otras suficientemente buenas (si fueran de otro) y algunas, escasas, excepcionales. Entre estas últimas están algunas de las historias que cuenta en ese show de Brooklyn en el que se desnuda y “recupera el contacto con el público” en un local pequeño. Una verdadera majadería conceptualmente, pero en el que cuenta como el héroe de la clase obrera no ha trabajado un solo día de toda su vida, o como el fanático de conducir por América, el que ya había escrito Born to Run, no tenía carnet de conducir ni sabía conducir, algo que su buen amigo Clarence Clemons descubriría en una carretera de América, en una gira, cuando le dijo que le tocaba conducir que él tenía que dormir un rato. Como el mismo dice: “así de bueno soy” (de buen farsante o fabulista, se entiende).

La principal razón que me decidió a comprar Out of the inferno es una frase de la portada: “In New Zealand, one degree of separation is an over statement”, ya que creo que define bien la escala de este país comparado con el mundo en el que son necesarios tres grados de separación, o puede que seis. Nunca me acuerdo, es una de esas cosas que se me acaban olvidando continuamente como el numero primo de Belfegor o la identidad de Euler (para los curiosos el primero es un 1 seguido de trece ceros seguidos de 666, otros trece ceros y un último uno; de forma que lo tiene todo, es un palíndromo, incluye el número de la bestia y varios 13 – en forma de secuencia de ceros –  mientras que la segunda pues mezcla, el numero e de Euler que es la suma de una serie infinita; el numero pi; y el irracional i dando lugar a una formula preciosa que dice que e elevado a pi veces i es igual a menos 1. Como para acordarse). Otra cosa a su favor es que se supone que es una novela de acción que pasa aquí en la ciudad de Auckland, lo que siempre parece una curiosidad. La verdad es que sin ser mala tampoco acaba de enganchar como debería hacerlo un best-seller, que es lo que se supone intenta ser. Como curiosidad contar que uno de los personajes considera que los blancos en nueva Zelanda son muy racistas porque “How many white Kiwis couldn´t tell the difference between a Polynesian and a Melanesian baffled him. It was one thing to say that all Asians looked the same, but to apply that measure to Pacific Islanders and indigenous people was insulting”. Toma viga en todo el ojo (al parecer, según explica luego, la diferencia está en el pelo. Que los sepáis).

En cualquier caso, la mejor frase del libro es una cita de Malcom X: “If you´re not careful, the newspapers will have you thing the people who are being oppressed and loving the people who are doing the oppressing”, que, como veis, tampoco es especialmente brillante.

Con todo, suficientemente entretenido para un viaje a Sydney, un viaje que la verdad es que tampoco necesitaba mucho más entretenimiento que el propio de un viaje que si bien salió a su hora acabo llegando con casi una hora de retraso a Sydney, con el avión dando vueltas en la ruta de aproximación a Sydney como si el comandante, capitán o lo que sea, estuviera completamente perjudicado por el uso de todo tipo de sustancias psicotrópicas. Pero es que además el taxista que me llevaba del aeropuerto a la ciudad se despisto un poco y acabamos estrellándonos contra otro coche. Afortunadamente este accidente tuvo lugar a escasas manzanas de donde me estaban esperando, con algo de desesperación por los retrasos, los chicos así que al final tuve que hacer parte del trayecto andando dejando al taxista con los restos de su coche en una esquina.

Es verdad que no es lo que podríamos llamar el mejor comienzo para un viaje, o para visitar una ciudad, pero tampoco es que fuera a condicionar mi opinión ya que después de un par de cervezas contando mis aventuras y desventuras pues ya estaba yo preparado para reconciliarme con la ciudad.
Desgraciadamente he de decir que la reconciliación fue imposible ya que Sydney es una ciudad extraña – en el caso de que sea una ciudad – es tan extraña que, pese a que había un súper maratón con setenta mil personas inscritas, un súper maratón como de broma – como una gran Sal Silvestre con gente disfrazada – los días anteriores la ciudad estaba prácticamente desierta y el día de la carrera tampoco se veía especial animación. Puede que sea porque los deportistas son gente discreta, como sabe cualquiera que haya estado cerca de un estadio o de una concentración deportiva, y que los deportistas llevan colores pocos llamativos que los hacen confundirse con el entorno urbano por lo que a veces es difícil distinguirlos de, digamos, una papelera o una farola.

En cualquier caso, incluso olvidando a las decenas de miles de deportistas, la ciudad parecía un desierto. Consultando guías para ver qué cosas, restaurantes o lo que fuera, recomendaban hacer en Sydney los locales o incluso algunos referentes culturales de esos del moderneo, mirando varias listas de las cinco, o las diez, mejores cosas que hacer en Sydney era inevitable no notar que había algo raro. En casi todas las listas al menos la mitad de las cosas que había que hacer en Sydney requerían… abandonar Sydney. Si, tal y como suena. Casi todo el mundo coincidía en que lo mejor era irse a otro sitio, normalmente a otro sitio cercano, que podría pasar por ser parte de la ciudad pero que obviamente no lo era. Sorprendente, cuando menos, como esa canción de Brian Leach… Everybody loves my girlfriend… but me…

Con todo, como dicen los buenos católicos, pues Dios aprieta, pero no ahoga y en Sydney hay un Kinokuniya, lo cual es suficiente para alegrar cualquier ciudad e incluso para alegrar mi corazón y mi estancia en cualquier ciudad. Como solo conozco el Kinokuniya de NYC pues este me pareció salvajemente grande, descomunal, incluso inabarcable y la verdad es que no lo disfrute todo lo que debería, un poco sobrepasado por la cantidad de cosas, libros y chorradas, que tenían. Creo que merece otra visita para intentar encontrar la sección de libros japoneses (exclusivamente japoneses) que aquí me pareció que estaba mezclado con la sección de literatura en general. Pero ya digo, estaba yo un poco sobrepasado por las dimensiones de esta maravilla de tienda.

Como no encontré a los japoneses separados, como a mí me gusta que estén, pues encontré Isle of Joy de Winslow, libro que según todos los que me acompañaban (casi incluso Alicia) ya me había comprado y por supuesto, leído. El caso, ahora lo puedo decir, es que la portada me sonaba mucho pero el resumen de la contraportada no me sonaba nada así que negué completamente que me lo hubiera leído y creo que hasta la página doscientos noventa, o así, de las menso de trescientas que tiene estaba convencido de que no me lo había leído. Ahora no estoy tan seguro de que no lo hubiera leído, pero, bueno, a partir de ahora ya estoy seguro de que lo he leído. Por lo menos hasta la próxima vez que lo vuelva a ver y me asalten las dudas. En cualquier caso, es un libro que no sufre con la relectura, así que sin problemas si lo vuelvo a comprar lo volveré a leer con gusto, aunque puede que esta vez no me sorprenda tanto el parecido de la historia con partes de la biografía de Marilyn Monroe. O si, quien sabe.


Alvaro y Helena habían decidido traerme libros en español, pero a mi todavía me quedaba por leer una de mis últimas compras en inglés, The Nickel Boys, así que antes de cambiarme de idioma decidí pues darle una oportunidad a esta historia que tenía toda la pinta de ser un topicazo sobre el maltrato y las desapariciones de jóvenes negros en una especie de campo de trabajo, reformatorio en los sesenta en el sur de estados unidos. En fin, pues exactamente lo esperable y realmente es una novela con todos los tópicos y sin ninguna sorpresa. Se deja leer, pero poco más y solo puedo pensar que es la típica novela que uno saca del cajón después de tener un gran éxito con otra novela (en este caso parece que hay una que se llama The Underground Railroad que es la que ha recibido reconocimiento de gente como Obama y le ha dado la fama para sacar esto del cajón, en el que podría haberse quedado tranquilamente).



El problema de los tres cuerpos es la primera parte de una trilogía de ciencia ficción de un autor chino que le regale a Alvaro por su cumpleaños y que todo el mundo decía que era excelente, por lo que reconoceré que me apetecía leerla e incluso me alegraba bastante que Alvaro la hubiera traído ya que parecía indicar que le había gustado y eso siempre es bueno. La verdad es que la historia tiene su punto, está escrita con gracia y si bien esto ya sería suficiente para convertirla en una buena novela creo que su éxito se debe más a algunas críticas que tiene a la revolución china que a estas virtudes. Curiosamente yo diría que son esas anécdotas en forma de crítica, de la revolución china como la de que se proponía cambiar las luces de los semáforos “de forma que no fuera el verde, sino el rojo de la Revolución, el que permitiera seguir avanzando” las cosas que le han dado más fama. Pero, conste que lo digo por decir, que a mí la verdad es que me ha gustado (esta primera parte).


Si el libro anterior me hizo ilusión que me lo trajeran, El Ultimo Barco también pero más que ilusión me dio miedo ya que son más de setecientas páginas, lo que llamaríamos un tremendo tocho. Tremendo especialmente para una novela policiaca. Una de dos, o el escritor es un genio para mantener una historia policiaca durante setecientas paginas o parte del misterio de la novela está en cómo no hay más muertos leyéndola en la cama. Algo que no necesita demasiada investigación ya que obviamente el peso del libro en una mala postura puede matarte sin demasiados problemas. Probablemente un buen golpe y tendrías una coartada perfecta. Por supuesto con setecientas paginas el libro pues tiene de todo, desde un inspector al que uno le puede coger cariño hasta el típico enfermo mental con grandes habilidades por supuesto pasando por varios personajes sospechosos (si hay hasta un fotógrafo inglés, de naturaleza eso sí) o por otros simplemente superfluos. Sin embargo y pese a que lo he leído he de reconocer que no tiene especial interés ya que no hay prácticamente nada más que una historia que se alarga y se alarga para acabar resolviéndose de una forma cuando menos ligeramente poco convincente. Para mí que le falta toda la parte fundamental, yo diría que sí ha aplicado el método Stephen King, lo ha hecho del revés y se ha quedado con lo que debería descartar como al parecer paso con el aeropuerto de Los Rodeos (para el que llevaron a un experto a elegir dónde ponerlo y dijo “en cualquier parte de la isla menos donde he marcado con una x” y obviamente allí que fueron a colocar el aeropuerto).

En fin, hasta aquí la puesta al día de lecturas con un retraso no tan considerable pero ya veremos el mes que viene. De momento en breve estaré por los madriles a tomar unas cervezas y celebrar el aniversario del Wurlitzer. Igual nos vemos.

Lecturas
Greetings from Bury Park – Sarfraz Manzoor
Out of the inferno – Ross Meurant
Isle of joy – Don Winslow
The Nickel boys – Colson Whitehead
El problema de los tres cuerpos – Cixin Liu
El Ultimo Barco – Domingo Villar

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