sábado, 7 de marzo de 2020

Comentario de textos enero 2020



Lo de empezar diciendo que llego tarde es ya un lugar común, y ya sabéis que yo y la gente pues como que no nos llevamos muy bien. En espacial es lugares comunes o públicos, por no hablar ya de las fiestas populares; yo soy más de lugares privados así que este mes pues no pediré perdón por escribir tarde, ni siquiera siendo ya prácticamente el último fin de semana del mes de febrero.

Enero empezó tranquilo, con una modificación significativa en nuestras tradiciones familiares – bueno, en lo que pasan por tradiciones familiares pese a no tener la confirmación del tiempo que el resto del mundo requiere. En nuestra casa hay cosas que se convierten en tradición, si así lo decidimos, desde la primera vez que las hacemos– en concreto de la tradición del día de Reyes. Se había convertido en tradición que me tocara a mi comprar un regalo para cada uno de los miembros del núcleo duro de la familia que cenamos juntos la noche de Reyes. Este año, sin embargo, a petición de mi sobrina hemos cambiado la tradición y hemos decidido hacer un amigo invisible. Este cambio hace que ya no tengo que pasar la mañana y/o la tarde del día cinco encerrado en el corte inglés, dando vueltas buscando todos los regalos que me tocaba comprar (aunque todavía me paso la mañana y la tarde del 24 de diciembre dedicado a estos menesteres ya que para mí esa es la verdadera tradición y es mi verdadero recuerdo de las navidades: ir el ultimo día al corte ingles con mi padre y con una lista casi eterna de algunas cosas, pocas podría incluso decirse ya que es una cuestión relativa, que faltaban por comprar. Ya sabéis, esos regalos de última hora que todavía no se han comprado porque las navidades han venido sin avisar, porque algunos requerimos un poco de tensión para lleva a cabo según que tareas).

Empezó tranquilo, decía, y yo empecé a leerme El embalse 13 libro que resulta obvio me compré solo por el título – me cuesta resistirme a títulos que tengan incluyan referencias al agua o a las obras hidráulicas – en mi librería de referencia de la calle Mayor: la librería Méndez como bien sabéis pero que yo sigo mencionado a ver si algún día coincidimos por allí (mencionaría mi librería de referencia de la sierra, la librería Fuenfría, pero tendría que ser por motivos distintos ya que las posibilidades de que coincidamos en ella son pequeñas por mucho esfuerzo que pongáis de vuestra parte. Como decía siempre mi padre: dos no pueden si uno no quiere. Aunque en este mas que no querer se trata de no encontrar el momento o los medios). La novela pues no está ni bien ni mal, pero yo no he conseguido terminármela. En gran medida porque no está bien, no conseguí que me enganchara, pero también porque un día aburrido frente al ordenador encontré una oferta verdaderamente barata de vuelos a NYC, y claro pues organizamos un viaje para mantener nuestra tradición de viajar una vez al año hasta esa fascinante ciudad. Aunque podía haber cogido la novela para el avión (realmente aviones ya que el vuelo era, a la ida, vía Londres) pero como no me estaba enganchando pues se quedó sobre mi mesita de noche, sin terminar. Puede que la novela mejorara, a partir del punto en el que la he abandonado, pero creo que me quedare sin saberlo, o no, que igual en algún momento vuelvo a retomarla (diría que no y casi seguro que así sea ya que sospecho que se va directa a la estantería y de allí es difícil, muy difícil, salir o ser rescatado). Lamento no poder contaros más, pero es lo que hay.

Como viajaba sin nada que leer aproveche la parada – la escala, creo que es el termino técnico – en Heathrow para comprarme un libro del que tampoco os puedo comentar nada de momento ya que tampoco lo termine en el avión pero que ahora estoy retomando y que ira a la lista de los del mes que viene (bueno, de este mes, pero el mes que viene).

La verdad es que NYC me sigue gustando mucho, pese a que obviamente ambos (la ciudad y yo) hemos cambiado mucho y nuestra relación ahora es muy diferente de la relación de hace unos años. Yo estoy viejo y cansado – aparte de que, en este viaje, durante unos días, estuve con un buen gripazo; vamos, especialmente atontado – y la ciudad también esta cambiada y algunos de sus encantos han desaparecido o se han minimizado (cada vez hay menos tiendas extravagantes y únicas, y más franquicias y cosas normales; mas repetición) además en enero es una ciudad en la que hace frio (lo que es peor, yo ahora lo noto ya que antes era atérmico y lo del frio pues me resultaba indiferente) y que por primera vez he visto nevada lo que obviamente es un punto a su favor. Como cantaban aquellos “no es tu culpa, ni tampoco puede ser la culpa mía”. En cualquier caso, esperemos que esta tradición se siga manteniendo ya que todavía se mantienen muchas de las cosas que me encantan y a las que me costaría renunciar, entre ellas mis librerías de referencia: Kinokuniya y McNally Jackson que es donde he aprovechado para abastecerme.

Imaginaros si estaba descentrado, posiblemente enfermo, que normalmente a la vuelta de NYC ya vengo con un par de libros leídos durante esas horas entre la última cerveza y dormir, o bien en esas horas de la mañana entre mi despertar y el del resto o incluso hasta el instante en el que todos estamos, por fin, listos para salir del apartamento y empezar nuestra exploración sin rumbo alrededor de la cuadricula de esta ciudad de escaso pasado; pero este año el primer libro que empecé a leer fue el que me compre en el aeropuerto de vuelta hacia casa: The care and feeding of ravenously hungry girls. Así estaban las cosas y supongo que este año no he sido la mejor de las compañías, con una desgana ciertamente excesiva y con una emoción ciertamente deficiente. “necesita mejorar” seria la máxima nota que conseguiría mi comportamiento en esta ocasión.

No culpo totalmente a la novela, ya que no todas las novelas sirven para leer en un avión, siendo las mejores para esto los bestsellers y probablemente las peores las que no tienen una historia claramente lineal (ya sabéis con saltos en el tiempo o entre personajes- narradores) para las que se requiere, o al menos yo necesito algo más de concentración de la que se puede conseguir en un avión, y esta es de este último tipo. El resultado es que pese a que la historia – una familia monta una ONG, con no recuerdo que excusa, y al final la utilizan para todo menos para su objetivo inicial, bueno, básicamente la utilizan para vivir ellos de la mejor manera posible, al final les pillan y el barrio, que era el que les financiaba, pues les da la espalda mientras ellos acaban en la cárcel – me interesaba porque al fin y al cabo es algo que pienso de la mayoría de las ONGs, o más bien de la mayoría de las entidades sin ánimo de lucro que aplican el sin ánimo de lucro a que no producen beneficios contables, excluyendo por supuesto sueldos exorbitados de la dirección o la contratación de esos pedigüeños que copan las calles de cualquier ciudad y que obviamente no son voluntarios sino personal contratado para hacer crecer la pirámide y aprovechar para viajar a distintos países con la excusa de la cooperación (basta mirar las cifras de dinero que se recaudaron para el desastre de Haití y las que realmente llegaron a los Haitianos – escalofriante diferencia entre ambas – o pensar en el número de ONGs que enviaron delegaciones a Haití para pensar todas en hacer lo mismo) Pero, en fin, voy a parar porque me enciendo y no le conviene a mi presión arterial y lo de que todos acaben en la cárcel no lo veo ya que entonces alguien se vería obligado a montar varias entidades sin ánimo de lucro de apoyo a los presos de entidades sin ánimo de lucro. En cualquier caso, si me ha servido para confirmar una vez más las diferencias culturales a través de esa lista que la protagonista hace mientras “wander along the bookcase to the classics: Jane Austen, Charles Dickens, Robert Frost, Langston Hughes, Zora Neale Hurston” ya que escasamente la mitad entrarían en una lista de clásicos de mi librería. 

Ya en Madrid pues era el momento de empezar con mi primera adquisición japonesa, The Goddess Chronicle, de la que me preocupaba mucho una de las citas de la contraportada “A dark and lovely feminist retelling of the Japanese creation myth”, que no prometía nada bueno, pero como conocía a la autora (no en el sentido físico de conocer, sino en el de haber leído ya varios libros suyos) pues decidí ignorar esta cita y darle una oportunidad. La verdad es que es un libro que he disfrutado y que en el caso de ser una revisión feminista de los mitos de la creación es una revisión feminista valenciana:

“as ill as she was Izanami-sama´s desire to produce life did not flatter, so from her vomit arose the male and female deities Kanayama-biko and Kanayama-bime. These two are the Deities of Mining. From her excrement sprang Haniyasu-biko and Haniyasu-bime, the Gods of Clay. Next from her urine arose Mitsu-ha-no-me, the God of Gushing Water”


Vale, vale, la primera es diosa – supongo que por eso lo del feminismo, aunque pese a que los dioses se crean en pares, el primero que se crea es siempre el masculino – y que el panteón de dioses japoneses pues es muy numeroso, pero, hombre (o mujer, digo feministamente) que, al menos parte de, los dioses provengan del vómito, del meado o de los excrementos pues solo se le ocurre a un valenciano (o valenciana).

En cualquier caso, es un feminismo dudoso, no igualitario, ya que al parecer se puede saber si un ahogado es hombre o mujer ya que “Men float face down, women face up”, algo que podría ser cierto (yo no lo pongo en duda) pero que inevitablemente me hace pensar en chistes de tetas que no es una cosa muy feminista que digamos.

También me ha resultado muy interesante la visión del concepto del yin y del yang que se da en toda la novela, ya que todo va como emparejado y hay como dos vidas paralelas, que en nuestra versión occidental importada por los hippies representa la armonía del universo (sea eso lo que se, que tampoco quiero entran en ese debate) y que sin embargo en esta historia se traduce en que cuando la sacerdotisa del día (a la que toda la isla trata a cuerpo de rey, reina digo, durante toda su vida) muere pues hay que matar a la sacerdotisa de la noche (que ha vivido toda su vida, dicho sencillamente, puteada por toda la isla) ya que si no, pues se pierde el equilibrio de las cosas y todo tipo de desgracias pueden ocurrir y ocurrirán. Si, supongo que a eso se le puede llamar equilibrio, pero no sé si es un equilibrio que resulte interesante, así en principio diría que no mucho para una mitad.

La verdad es que últimamente tengo bastante mala suerte con mis visitas a McNally Jackson ya que la parte de abajo – la que tiene tanto la novela policiaca, negra, de crímenes e incluso lo que llamaríamos el fondo editorial básico – suele estar cerrada por alguna presentación, lectura poética o similar que me impide cotillear a gusto y marcharme con una gran carga. Esta vez limitado a la parte superior, en la que están las novedades y algo de fondo editorial clásico, pues estaba dudando sobre si coger The Schrödinger girl, y acababa de dejarla cuando Álvaro me dijo “has visto esta”, le dije que sí y decidí cogerla y la verdad es que tiene su punto, o varios puntos. En una de las primeras escenas el protagonista está en una librería mirando un libro de física cuántica y decide que hablara con la primera persona que coja el mismo libro. Algo que parece una forma de entablar una conversación tan buena o mala como cualquier otra pero que solo funcionaria, daría lugar a una conversación y no a unas miradas de pánico e incluso a una llamada a las fuerzas de seguridad del estado o por lo menos al guardia de seguridad, en una ciudad como NYC donde todos son tradicionalmente antipáticos pero al parecer también son unos revisionistas, no muy seguidores, o nada seguidores, de la tradición de antipatía que se supone les caracteriza y donde es creíble que algo así no solo de lugar a una conversación sino que incluso continúe tomando un café y bueno, la historia siga para dar lugar a una novela que no incluya una inminente visita a un centro penitenciario.

El caso es que la chica en cuestión empieza a multiplicarse, a desdoblarse en varias chicas con vidas y caracteres distintos que se van cruzando en la vida del protagonista provocándole el esperable nivel de desconcierto. Esto, además de otras cosas, le lleva a varias conversaciones con un amigo suyo psicólogo o psiquiatra cansado de serlo ya que ha dejado de beber y los problemas ajenos ya le interesan mucho menos que antes cuando “I was drunk. The patients were more interesting then. Now I know why Freud did cocaine”.

Por supuesto todos sus amigos, a los que cuenta la historia de esa chica cuántica que se duplica cada cierto tiempo con cambios en la personalidad, piensa que está loco e intentan convencerle, pero a quien no le ha pasado que “It should have been obvious to them that the more they questioned me, the more I would want to prove them wrong” lo que cada vez le enreda más en la historia. Pero, asi son las cosas entre amigos, entre amigos de verdad que no se dan la razón a ciegas unos a otros, sino más bien todo lo contrario y pueden crear una competición por casi cualquier tema (iba a escribir una competición de a ver quién mea más lejos, pero sospecho que no sería considerado lenguaje inclusivo).

The Housing Lark, es una novela sobre los inmigrantes caribeños en Londres en los sesenta algo que, por los acontecimientos racistas posteriores, incluso actuales, uno nunca pensaría que (esta inmigración) era algo que había demandado el Reino Unido, sino que se había producido en gran medida en contra de la política oficial. Vamos que uno (yo, por ejemplo) piensa que el Reino Unido había acogido a los inmigrantes caribeños por su buen corazón (el de los británicos, digo) e incluso uno (yo, no) podría pensar que el abuso de esta bondad era la causa principal de los problemas de esta inmigración, y sin embargo, parece que la realidad es que fue el Reino Unido el que demando que vinieran estos inmigrantes ya que tenían una escasez de mano de obra. Así se escribe la historia, y lo que es peor se transmite a las futuras generaciones de votantes de ciertos partidos que (imitando a la primera ministra de Nueva Zelanda respecto al autor de la masacre de Christchurch) me niego a nombrar.

Se trata de una novelilla graciosa en la que un grupo de inmigrantes que viven en pésimas condiciones de alquiler deciden juntar dinero para comprarse una casa y convertirse así en sus nuevos caseros y poder salir de la pobreza. No quiero contaros más de cómo se desarrollan las cosas o de como acaba todo que puede que sea algo racista pese a ser caribeño el autor o de las relaciones entre los hombres y mujeres caribeños de la novela que puede que no sean precisamente feministas, pero si os diré que parece que esta no es la novela que hizo famoso al autor y que si veo la que le hizo famoso intentare comprármela. No, esto no es una recomendación que ya sabéis que yo no recomiendo libros.

En fin, aquí lo dejo, que ya voy con un mes de retraso y febrero, como todos los meses a la vuelta de NYC, pues ha sido un mes intenso de lecturas y quiero volver a empezar a escribir pronto para ponerme al día y ver si encuentro tiempo para comentar algo más que libros.
Divertíos asaltando el castillo.

Lecturas
El embalse 13 – Jon McGregor
The care and feeding of ravenously hungry girls – Anissa Gray
The Goddess Chronicle – Matsuo Kirino
The Schrödinger girl – Laurel Brett
The housing lark – Sam Selvon

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