Lo de empezar diciendo que llego tarde es ya un lugar común,
y ya sabéis que yo y la gente pues
como que no nos llevamos muy bien. En espacial es lugares comunes o públicos,
por no hablar ya de las fiestas populares; yo soy más de lugares privados así
que este mes pues no pediré perdón por escribir tarde, ni siquiera siendo ya
prácticamente el último fin de semana del mes de febrero.
Enero empezó tranquilo, con una modificación significativa
en nuestras tradiciones familiares – bueno, en lo que pasan por tradiciones
familiares pese a no tener la confirmación del tiempo que el resto del mundo
requiere. En nuestra casa hay cosas que se convierten en tradición, si así lo
decidimos, desde la primera vez que las hacemos– en concreto de la tradición
del día de Reyes. Se había convertido en tradición que me tocara a mi comprar
un regalo para cada uno de los miembros del núcleo
duro de la familia que cenamos juntos la noche de Reyes. Este año, sin
embargo, a petición de mi sobrina hemos cambiado la tradición y hemos decidido
hacer un amigo invisible. Este cambio
hace que ya no tengo que pasar la mañana y/o la tarde del día cinco encerrado
en el corte inglés, dando vueltas buscando todos los regalos que me tocaba
comprar (aunque todavía me paso la mañana y la tarde del 24 de diciembre
dedicado a estos menesteres ya que para mí esa es la verdadera tradición y es
mi verdadero recuerdo de las navidades: ir el ultimo día al corte ingles con mi
padre y con una lista casi eterna de algunas cosas, pocas podría incluso
decirse ya que es una cuestión relativa, que faltaban por comprar. Ya sabéis,
esos regalos de última hora que todavía no se han comprado porque las navidades
han venido sin avisar, porque algunos requerimos un poco de tensión para lleva
a cabo según que tareas).
Empezó tranquilo, decía, y yo empecé a leerme El embalse 13 libro que resulta obvio
me compré solo por el título – me cuesta resistirme a títulos que tengan
incluyan referencias al agua o a las obras hidráulicas – en mi librería de
referencia de la calle Mayor: la librería Méndez como bien sabéis pero que yo
sigo mencionado a ver si algún día coincidimos por allí (mencionaría mi
librería de referencia de la sierra, la librería Fuenfría, pero tendría que ser
por motivos distintos ya que las posibilidades de que coincidamos en ella son
pequeñas por mucho esfuerzo que pongáis de vuestra parte. Como decía siempre mi
padre: dos no pueden si uno no quiere.
Aunque en este mas que no querer se trata de no encontrar el momento o los
medios). La novela pues no está ni bien ni mal, pero yo no he conseguido
terminármela. En gran medida porque no está bien, no conseguí que me
enganchara, pero también porque un día aburrido frente al ordenador encontré
una oferta verdaderamente barata de vuelos a NYC, y claro pues organizamos un
viaje para mantener nuestra tradición de viajar una vez al año hasta esa
fascinante ciudad. Aunque podía haber cogido la novela para el avión (realmente
aviones ya que el vuelo era, a la ida, vía Londres) pero como no me estaba
enganchando pues se quedó sobre mi mesita de noche, sin terminar. Puede que la
novela mejorara, a partir del punto en el que la he abandonado, pero creo que
me quedare sin saberlo, o no, que igual en algún momento vuelvo a retomarla
(diría que no y casi seguro que así sea ya que sospecho que se va directa a la
estantería y de allí es difícil, muy difícil, salir o ser rescatado). Lamento
no poder contaros más, pero es lo que hay.
Como viajaba sin nada que leer aproveche la parada – la
escala, creo que es el termino técnico – en Heathrow para comprarme un libro
del que tampoco os puedo comentar nada de momento ya que tampoco lo termine en
el avión pero que ahora estoy retomando y que ira a la lista de los del mes que
viene (bueno, de este mes, pero el mes que viene).
La verdad es que NYC me sigue gustando mucho, pese a que
obviamente ambos (la ciudad y yo) hemos cambiado mucho y nuestra relación ahora
es muy diferente de la relación de hace unos años. Yo estoy viejo y cansado –
aparte de que, en este viaje, durante unos días, estuve con un buen gripazo;
vamos, especialmente atontado – y la ciudad también esta cambiada y algunos de
sus encantos han desaparecido o se han minimizado (cada vez hay menos tiendas
extravagantes y únicas, y más franquicias y cosas normales; mas repetición)
además en enero es una ciudad en la que hace frio (lo que es peor, yo ahora lo
noto ya que antes era atérmico y lo del frio pues me resultaba indiferente) y
que por primera vez he visto nevada lo que obviamente es un punto a su favor. Como
cantaban aquellos “no es tu culpa, ni
tampoco puede ser la culpa mía”. En cualquier caso, esperemos que esta
tradición se siga manteniendo ya que todavía se mantienen muchas de las cosas
que me encantan y a las que me costaría renunciar, entre ellas mis librerías de
referencia: Kinokuniya y McNally Jackson que es donde he
aprovechado para abastecerme.
Imaginaros si estaba descentrado, posiblemente enfermo, que
normalmente a la vuelta de NYC ya vengo con un par de libros leídos durante
esas horas entre la última cerveza y dormir, o bien en esas horas de la mañana
entre mi despertar y el del resto o incluso hasta el instante en el que todos
estamos, por fin, listos para salir del apartamento y empezar nuestra
exploración sin rumbo alrededor de la cuadricula de esta ciudad de escaso
pasado; pero este año el primer libro que empecé a leer fue el que me compre en
el aeropuerto de vuelta hacia casa: The
care and feeding of ravenously hungry girls. Así estaban las cosas y
supongo que este año no he sido la mejor de las compañías, con una desgana
ciertamente excesiva y con una emoción ciertamente deficiente. “necesita mejorar” seria la máxima nota
que conseguiría mi comportamiento en esta ocasión.
No culpo totalmente a la novela, ya que no todas las novelas
sirven para leer en un avión, siendo las mejores para esto los bestsellers y
probablemente las peores las que no tienen una historia claramente lineal (ya
sabéis con saltos en el tiempo o entre personajes- narradores) para las que se
requiere, o al menos yo necesito algo más de concentración de la que se puede
conseguir en un avión, y esta es de este último tipo. El resultado es que pese
a que la historia – una familia monta una ONG, con no recuerdo que excusa, y al
final la utilizan para todo menos para su objetivo inicial, bueno, básicamente
la utilizan para vivir ellos de la mejor manera posible, al final les pillan y el barrio, que era el que les
financiaba, pues les da la espalda mientras ellos acaban en la cárcel – me
interesaba porque al fin y al cabo es algo que pienso de la mayoría de las
ONGs, o más bien de la mayoría de las entidades
sin ánimo de lucro que aplican el sin
ánimo de lucro a que no producen beneficios contables, excluyendo por
supuesto sueldos exorbitados de la dirección o la contratación de esos
pedigüeños que copan las calles de cualquier ciudad y que obviamente no son
voluntarios sino personal contratado para hacer crecer la pirámide y aprovechar para viajar a distintos países con la
excusa de la cooperación (basta mirar las cifras de dinero que se recaudaron
para el desastre de Haití y las que realmente llegaron a los Haitianos –
escalofriante diferencia entre ambas – o pensar en el número de ONGs que
enviaron delegaciones a Haití para pensar todas en hacer lo mismo) Pero, en
fin, voy a parar porque me enciendo y no le conviene a mi presión arterial y lo
de que todos acaben en la cárcel no lo veo ya que entonces alguien se vería
obligado a montar varias entidades sin ánimo de lucro de apoyo a los presos de
entidades sin ánimo de lucro. En cualquier caso, si me ha servido para
confirmar una vez más las diferencias culturales a través de esa lista que la
protagonista hace mientras “wander along
the bookcase to the classics: Jane Austen, Charles Dickens, Robert Frost,
Langston Hughes, Zora Neale Hurston” ya que escasamente la mitad entrarían
en una lista de clásicos de mi librería.
Ya en Madrid pues era el momento de empezar con mi primera
adquisición japonesa, The Goddess
Chronicle, de la que me preocupaba mucho una de las citas de la
contraportada “A dark and lovely feminist
retelling of the Japanese creation myth”, que no prometía nada bueno, pero
como conocía a la autora (no en el sentido físico de conocer, sino en el de
haber leído ya varios libros suyos) pues decidí ignorar esta cita y darle una oportunidad.
La verdad es que es un libro que he disfrutado y que en el caso de ser una
revisión feminista de los mitos de la creación es una revisión feminista
valenciana:
“as ill as she was Izanami-sama´s desire to
produce life did not flatter, so from her vomit arose the male and female
deities Kanayama-biko and Kanayama-bime. These two are the Deities of Mining.
From her excrement sprang Haniyasu-biko and Haniyasu-bime, the Gods of Clay.
Next from her urine arose Mitsu-ha-no-me, the God of Gushing Water”
Vale, vale, la primera es diosa – supongo que por eso lo del
feminismo, aunque pese a que los dioses se crean en pares, el primero que se
crea es siempre el masculino – y que el panteón de dioses japoneses pues es muy
numeroso, pero, hombre (o mujer, digo feministamente) que, al menos parte de,
los dioses provengan del vómito, del meado o de los excrementos pues solo se le
ocurre a un valenciano (o valenciana).
En cualquier caso, es un feminismo dudoso, no igualitario,
ya que al parecer se puede saber si un ahogado es hombre o mujer ya que “Men float face down, women face up”,
algo que podría ser cierto (yo no lo pongo en duda) pero que inevitablemente me
hace pensar en chistes de tetas que no es una cosa muy feminista que digamos.
También me ha resultado muy interesante la visión del
concepto del yin y del yang que se da en toda la novela, ya que todo va como
emparejado y hay como dos vidas paralelas, que en nuestra versión occidental
importada por los hippies representa la armonía del universo (sea eso lo que
se, que tampoco quiero entran en ese debate) y que sin embargo en esta historia
se traduce en que cuando la sacerdotisa del día (a la que toda la isla trata a
cuerpo de rey, reina digo, durante toda su vida) muere pues hay que matar a la
sacerdotisa de la noche (que ha vivido toda su vida, dicho sencillamente,
puteada por toda la isla) ya que si no, pues se pierde el equilibrio de las
cosas y todo tipo de desgracias pueden ocurrir y ocurrirán. Si, supongo que a
eso se le puede llamar equilibrio, pero no sé si es un equilibrio que resulte
interesante, así en principio diría que no mucho para una mitad.
La verdad es que últimamente tengo bastante mala suerte con
mis visitas a McNally Jackson ya que
la parte de abajo – la que tiene tanto la novela policiaca, negra, de crímenes
e incluso lo que llamaríamos el fondo editorial básico – suele estar cerrada
por alguna presentación, lectura poética o similar que me impide cotillear a
gusto y marcharme con una gran carga. Esta vez limitado a la parte superior, en
la que están las novedades y algo de fondo editorial clásico, pues estaba
dudando sobre si coger The Schrödinger
girl, y acababa de dejarla cuando Álvaro me dijo “has visto esta”, le dije
que sí y decidí cogerla y la verdad es que tiene su punto, o varios puntos. En
una de las primeras escenas el protagonista está en una librería mirando un
libro de física cuántica y decide que hablara con la primera persona que coja
el mismo libro. Algo que parece una forma de entablar una conversación tan
buena o mala como cualquier otra pero que solo funcionaria, daría lugar a una
conversación y no a unas miradas de pánico e incluso a una llamada a las
fuerzas de seguridad del estado o por lo menos al guardia de seguridad, en una
ciudad como NYC donde todos son tradicionalmente antipáticos pero al parecer
también son unos revisionistas, no muy seguidores, o nada seguidores, de la
tradición de antipatía que se supone les caracteriza y donde es creíble que algo
así no solo de lugar a una conversación sino que incluso continúe tomando un
café y bueno, la historia siga para dar lugar a una novela que no incluya una inminente
visita a un centro penitenciario.
El caso es que la chica en cuestión empieza a multiplicarse,
a desdoblarse en varias chicas con vidas y caracteres distintos que se van
cruzando en la vida del protagonista provocándole el esperable nivel de
desconcierto. Esto, además de otras cosas, le lleva a varias conversaciones con
un amigo suyo psicólogo o psiquiatra cansado de serlo ya que ha dejado de beber
y los problemas ajenos ya le interesan mucho menos que antes cuando “I was drunk. The patients were more
interesting then. Now I know why Freud did cocaine”.
Por supuesto todos sus amigos, a los que cuenta la historia
de esa chica cuántica que se duplica cada cierto tiempo con cambios en la
personalidad, piensa que está loco e intentan convencerle, pero a quien no le
ha pasado que “It should have been
obvious to them that the more they questioned me, the more I would want to
prove them wrong” lo que cada vez le enreda más en la historia. Pero, asi
son las cosas entre amigos, entre amigos de verdad que no se dan la razón a
ciegas unos a otros, sino más bien todo lo contrario y pueden crear una
competición por casi cualquier tema (iba a escribir una competición de a ver quién mea más lejos, pero sospecho que no sería
considerado lenguaje inclusivo).
The Housing Lark,
es una novela sobre los inmigrantes caribeños en Londres en los sesenta algo que,
por los acontecimientos racistas posteriores, incluso actuales, uno nunca
pensaría que (esta inmigración) era algo que había demandado el Reino Unido,
sino que se había producido en gran medida en contra de la política oficial.
Vamos que uno (yo, por ejemplo) piensa que el Reino Unido había acogido a los
inmigrantes caribeños por su buen corazón (el de los británicos, digo) e
incluso uno (yo, no) podría pensar que el abuso de esta bondad era la causa
principal de los problemas de esta inmigración, y sin embargo, parece que la
realidad es que fue el Reino Unido el que demando que vinieran estos
inmigrantes ya que tenían una escasez de mano de obra. Así se escribe la
historia, y lo que es peor se transmite a las futuras generaciones de votantes
de ciertos partidos que (imitando a la primera ministra de Nueva Zelanda respecto al autor de la masacre de Christchurch) me niego a nombrar.
Se trata de una novelilla graciosa en la que un grupo de
inmigrantes que viven en pésimas condiciones de alquiler deciden juntar dinero
para comprarse una casa y convertirse así en sus nuevos caseros y poder salir
de la pobreza. No quiero contaros más de cómo se desarrollan las cosas o de
como acaba todo que puede que sea algo racista pese a ser caribeño el autor o
de las relaciones entre los hombres y mujeres caribeños de la novela que puede
que no sean precisamente feministas, pero si os diré que parece que esta no es
la novela que hizo famoso al autor y que si veo la que le hizo famoso intentare
comprármela. No, esto no es una recomendación que ya sabéis que yo no
recomiendo libros.
En fin, aquí lo dejo, que ya voy con un mes de retraso y
febrero, como todos los meses a la vuelta de NYC, pues ha sido un mes intenso
de lecturas y quiero volver a empezar a escribir pronto para ponerme al día y
ver si encuentro tiempo para comentar algo más que libros.
Divertíos asaltando el castillo.
Lecturas
El embalse 13 – Jon McGregor
The care
and feeding of ravenously hungry girls – Anissa Gray
The Goddess
Chronicle – Matsuo Kirino
The
Schrödinger girl – Laurel Brett
The housing
lark – Sam Selvon
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