miércoles, 11 de marzo de 2020

Comentario de textos febrero 2020



No hace ni veinticuatro horas que termine de escribir la entrada de libros de enero y ya estoy de vuelta aquí por varias razones: la primera, que ya es ocho de marzo – y aunque hace un día ideal para pasear me temo que no saldré de casa por aquello de las manifestaciones que se prevé colapsen Madrid hoy. Nada que ver con estar en contra o a favor de la manifestación, es solo que me temo que la calle estará demasiado llena para lo que mi mente puede soportar, además, las manifestaciones son cada vez más como aquel sketch de Las Chass, algo a lo que la gente va antes, o después, de irse a tomar el aperitivo, un sitio en el que dejarse ver sin ninguna reivindicación concreta, o concreta y tangible –la segunda razón es que en febrero he leído bastante – igual no en cantidad de páginas pero ciertamente si en número de libros (algunos eran muy cortos) – por lo que me va a llevar tiempo comentar las lecturas; y la tercera es que sigo en plan optimista, pensando que algún día encontrare el tiempo, y las ganas simultáneamente, para escribir en este blog de algo que no sea libros. Ni idea de sobre qué, pero espero que en su momento se me ocurra algo que comentar.

¿Qué cómo puede ser que haya leído mucho y a la vez no haya tenido tiempo para escribir una entrada en este blog? Pues no lo tengo claro. Por una parte, he tenido tiempo ya que aún no he decidido que voy a hacer con mi futuro laboral por lo puede decirse que realmente todavía no estoy trabajando (si bien, sigo haciendo hojas de cálculo y pequeños informes de cosas que van saliendo) pero por otra parte dije que sí, que colaboraría en un tema que esperaba que fuera sencillo pero que se ha convertido en una auténtica tortura que, sinceramente, ha ocupado una cantidad ingente de tiempo. El tema en cuestión era revisar la traducción de un libro técnico. Si bien era, es, o será cuando esté acabado, un libro no excesivamente largo tampoco era, es o será, especialmente corto (unas 700 páginas, una vez formateadas) y yo pensaba que sería cuestión de leérselo y tomar algunas notas de un número limitado de errores, incluso teníamos un formato para hacer los comentarios. Así que no parecía mucho trabajo, parecía la típica cosa que se puede hacer en esos ratos libres sin demasiado problema. Gran error el mío, al final y sin marcar todos los errores (unos por repetidos incesantemente y otros porque creo que ya no podía verlos; ya sabéis, eso del bosque y los arboles) al final he marcado más de dieciséis mil errores. Vamos, que creo que casi me habría costado menos traducirlo desde cero y si lo he acabado ha sido solo por cabezonería. Así que he estado leyendo sobre “primeros respondedores”, sobre cosas que pasan “temprano a la mañana” y en fin sobre construcciones gramaticales imposibles (incluso para mí que no soy lo que podríamos llamar un experto en estas lides). Agotador y me temo que improductivo ya que el resto del equipo revisor está formado por gente (de Chile, Argentina e incluso de Texas) a la que me temo que estas cosas les suenan bien y forman parte de su español, así que ya veremos qué pasa con la versión final. Pero, divago, ya, si eso, pues lo comentamos otro día. Ahora a las lecturas.

He de reconocer que Sherlock Holmes. A scandal in Japan es una novela que no he escogí yo, sino que fue Álvaro el que la escogió por lo que el acierto, el descubrimiento, hay que atribuírselo a él Yo no soy especialmente aficionado a Sherlock Holmes, ni lo he sido nunca, ni siquiera de pequeño cuando supongo que leería varias de sus novelas. Siempre me ha parecido demasiado artificioso y, en cierta media, tramposo ya que al final parte del misterio se basa en una ceniza con la que es capaz de averiguar que el asesino fumaba una marca que solo se fabrica en un pueblo de una lejana región de dios sabe donde y que por lo tanto como además la colilla tiene una gota de algo que solo Sherlock sabe identificar pues está claro que el asesino no solo era fumador (suposición ya arriesgada desde un punto de vista lógico como sabe cualquiera que haya viajado en el metro de Madrid, ya que puede que solo llevara el cigarrillo encendido) sino que además es un asiático de la provincia de Xin-Ideas (por la especificidad de la ceniza) bajito (por la forma en la que la ceniza está en el cenicero) y al que le huele el aliento (por la enzima que contiene la gota encontrada en la colilla). A mí siempre me ha parecido que podría ser eso o cualquier otra cosa, pero, de nuevo, divago.

No hace falta ser Sherlock para sospechar que esta novela pasa en Japón, a donde Sherlock se ha ido, más bien le ha enviado su hermano, después de matar, o dejar morir, al malvado Moriarty y donde usara sus poderes de deducción para… bueno, sin spoilers. Afortunadamente no hay tanta deducción lógica en esta novela como en los originales (o en mi recuerdo de los originales) pero si ciertas observaciones básicas de contraste entre Japón y occidente y nada más llegar el avispado de Sherlock se da cuenta “as far as the eye could see the whole Street was full of loud confusion, and yet once glance was enough to see that the streets were hygienic. Unlike in London, there were no puddles of sewage by the side of the road”, algo de lo que no estoy totalmente seguro ya que desconozco cuando se instaló el saneamiento en Japón pero que tengo que recordar mirar por curiosidad ingenieril, o simplemente intelectual.

Siguiendo con contrastes obvios, otro es provocado por la indudable afición de Sherlock a la cocaína (yo creía que era al opio, pero ya digo que no he leído mucho de él) que según el “it refreshes the mind and clarifies thought. It is an indispensable to me as rice is to the Japanese” pero que para su anfitrión japonés  “it leads to progressive deterioration and morbidity of spirit” (“that´s and old wives’ tale” para Sherlock) que inevitablemente me recuerda a uno de los insensatos comentarios de un profesor de mi sobrina Alicia que opina, en su clase para pre-adolescentes, que “el azúcar es tan mala como, o peor, que la cocaína”, afirmación que incluso aceptando (algo que ya es mucho aceptar) que el azúcar sea mala está completamente fuera de lugar y del sentido común pero, no sé, será lector de Sherlock Holmes.

Con todo, mi reflexión favorita es la que hace sobre los hermanos, concretamente sobre los hermanos mayores: “Speaking purely in my own capacity, the significance of my individual existence is greatly injured by the existence of a brother. I may be unique, but he presence of a brother, identical in blood and greater in experience in years, cuts my own value down by half”. Obviamente no la comparto en su totalidad, pero, como hermano mediano, he de reconocer que no le falta algo de razón, aunque a veces puede que más que reducir a la mitad el valor de uno, lo doble. Que hermanos hay de todos tipos y no, no voy a entrar en cuál de ellos me considero para cual, de mis hermanos, o hermanas.

 es el típico libro de cuentos de terror (dark tales según la portada) que la verdad pues no da miedo ni nada por el estilo. La verdad es que es muy difícil dar miedo en tan solo diez páginas (que es la longitud media de cada uno de los cuentos) pero yo creo que ni tan siquiera lo intenta. En cierta medida lo único curioso es que intenta vincular todos los cuentos, cada uno con el siguiente para que, en cierta forma, parezca una historia más larga o, tal vez, para otra cosa que tampoco estoy seguro. Si un cuento acaba en una sala especifica de un hospital pues el siguiente empieza allí, o si en uno sale un camión accidentado en el otro pues es el accidente el tema principal del cuento. Un poco entre infantil – el típico juego de palabras encadenadas – y el cine de moderneo que funciona pues lo justo.





Una de las grandes decepciones de las lecturas de este mes ha sido Sing, Unburied, Sign que parecía prometer bastante pero que ni siquiera he conseguido acabarme, lo he dejado a la mitad. Diría que lo deje con dolor de corazón, pero la verdad es que me estaba resultando insoportable y una novela de un viaje por Mississippi de una familia a visitar a un familiar preso (algo que podría sonar interesante) es verdaderamente decepcionante. No digo que sea malo, ya que ha ganado algunos premios e incluso parece estar en la lista de los mejores diez libros del NYT, solo digo que a mí no ha conseguido ni engancharme un poco y si conseguí llegar hasta casi la página ciento cuarenta creo que ha sido solo por testarudez.





Después de esta decepción decidí no arriesgarme y escogí el libro más corto de los que me quedaban por leer (no llega a las cien páginas) para que fuera casi imposible dejarlo a mitad (algo que siempre me decepciona). Devils in Daylight es una curiosa historia en la que uno de los protagonistas (un escritor para más señas) descubre qué, cuando y donde, se va a cometer un asesinato y, extrañamente, decide acudir a la cita más que con la intención de detenerlo con la intención de observarlo. Esto ya es en sí bastante raro, pero es que además convence a su mejor amigo para que le acompañe y si, los dos ven como una mujer comete un asesinato un poco ritual que, adema, sirve de sesión fotográfica (así, en plan película snuff, o como se diga). Si bien ninguno de los dos hace nada, ni ese día ni los siguientes, uno de ellos se obsesiona con la asesina y la trama (corta, como ya he dicho) pues avanza hasta que al final todo era “a work of fiction authored by a woman”. Gracias al epilogo (no estoy seguro de que sea la palabra correcta) me he enterado de que puede ser una copia de un cuento de Poe (que yo no recuerdo o, más probablemente, no conozco) y de una extravagante curiosidad religiosa: “In the Japanese middle ages, devout Buddhists regularly condemned Murasaki to hell for the sin of writing fiction”. ¿Cuál es la curiosidad, os preguntareis? Que los budistas – si bien los de la edad media – consideren la escritura de ficción un pecado que te manda directo al infierno es bastante sorprendente, aunque te deje con la duda de si los budistas tienen textos sagrados – así, tipo la Biblia – si la escritura de estos también es pecado, ya que obviamente ficción lo es, o si este caso está exento. Igualmente, la existencia de un infierno dentro del budismo parece sorprendente para mi mente occidental, pensaba que no tenían. Pero igual, aunque casi ninguno se sorprenda de que en la edad media los japoneses tuvieran textos de ficción (que encima molestaran a los budistas) puede que alguno si se sorprenderá, en esta jornada de igualdad, que el Murasakí al que se refiere en esta referencia es una mujer, la que escribió uno de los libros más famosos de la época y, en general, de la literatura japonesa, algo que es difícil de concebir en la literatura europea.

Ya puestos en curiosidades comentaros que al parecer a principios del siglo XX en Japón era popular el billar, si bien una variación del billar francés que se jugaba con cuatro bolas (en lugar de tres para los que no habéis pasado la infancia en los billares de General Perón, o en algún otro, o para los que menos sepáis de este juego) y que ganaba el primero que conseguía golpear cien bolas haciendo al menos una carambola por tacada. Yotsu-dama se llama esta variante para los que sois aficionados a la información inútil.

Tras esta lectura y aunque no me apetecía demasiado ya que la única novela que había leído del autor no me había gustado demasiado, por predecible, y que esta nueva adquisición (hecha con ánimo de reconciliarme con el autor) parecía la típica novela de detectives, me decidí por empezar Newcomer y ver si la reconciliación era posible. Ciertamente me he reconciliado con él, ya que es una novela interesante, no tanto por la trama, que no es gran cosa, sino por el personaje central y como se relaciona con el mundo. El personaje central (aparte de la víctima que, parafraseando a Cuerda, José Luis, es necesaria pero no contingente, o del revés) es un policía recién llegado a un barrio de Tokio que se dedica a visitar distintas tiendas y residencias relacionadas con la vida de la víctima o con el asesinato y que se relaciona de una forma muy curiosa, muy natural me atrevería a decir aunque sea de lo más antinatural frente a la imagen que todos tenemos de un investigador de la policía, que va explicando, descubriendo, la relación entre cada uno de los personajes y la víctima. Es una novela que se lee estupendamente y que sin tener ninguna frase o episodio destacable resulta fascinante.

El mes pasado comente que había dejado a mitad la novela que compre para el viaje de ida a NYC, Those People, que no consiguió engancharme ni siquiera para leerla en el avión. Como habíamos organizado otro viaje a Piles, con la excusa de que incomprensiblemente hacia finales de febrero parece que los chavalines tienen un viernes y un lunes no lectivos (Incomprensible porque no sé cómo pretenden que los padres puedan tomarse esos dos días libres para hacerse cargos de ellos. Supongo que se supone que o los cuida el servicio – todos somos ricos y tenemos servicio, incluso el servicio – o bien todos tenemos familia que se pueda hacer cargo de ellos ya que carece de otras obligaciones; o, lo que incluso sería más raro, en las familias solamente trabaja uno de los padres –  supongo que en esta caso el plural sobra – por lo que no hay mucho problema salvo, tal vez, digo, para las familias monoparentales que, en cualquier caso ya lo llevan chungo) pero decidí continuar con su lectura ya que si me daba tiempo a acabarla pues bien y si no me daba tiempo pues la dejaba definitivamente y no habría sido una perdida muy grande, porque buena, buena ya sabía que no era. La termine, pero si bien al final la historia – a la típica urbanización de familias con niños se muda una familia sin niños y con un estilo de vida un poco diferente y empiezan los problemas – tiene algún pequeño giro la novela para nada mejora.

Como es necesario para realizar cualquier viaje a Piles fue necesaria una visita a mi librería capitalina de referencia para equiparme, si no con ropa interior (que no es el sitio adecuado) si con lecturas necesarias así que el miércoles, diría yo, me acerque a la Librería Méndez de la calle Mayor para asegurarme el suministro del material necesario para cuatro días en la playa o, mejor dicho, cerca de la playa que yo soy más de interior y de chiringuito que de arena.

La primera novela que llamo mi atención, adema fuertemente, fue Enero Sangriento, ya que parecía una buena novela negra que encima estaba ambientada en Glasgow en los setenta. Tan prometedora parecía que durante un buen rato estaba seguro de haberla leído y a punto estuve de no comprármela. Afortunadamente al final me decidí a comprarla, si solo tenía una vaga sensación de haberla leído igual no la había leído y si la había leído pues leerla en español tampoco sería mala idea ya que podía dejarla en Piles y seguro que tendría algún otro lector antes del verano. Es una novela muy correcta, con su detective con el que en cierta medida te identificas y es una lectura ideal para el verano o para casi cualquier otra temporada. Además, encima no la había leído así que todo salió bien y no tengo que devolverla (algo que no pensaba hacer pero que me hizo ilusión que uno de los hermanos me comentara que podría hacerlo sin ningún problema).

Supongo que he de confesar que realmente antes de empezar con esa novela aproveche que en el baño de casa de Alvaro y Helena había aparecido The Fade Out, un comic de uno de mis autores favoritos (Brubacker) algo que me hizo ilusión porque últimamente los comics que compramos en NYC tienden a desaparecer antes de que yo los lea y, desgraciadamente, no vuelven a aparecer nunca así que me quedo sin leerlos fundamentalmente porque se me olvida cuales eran y no tengo forma de buscarlos entre el orden – propio y normal para cualquier tienda de comics que se precie – en el que Álvaro mantiene su libraría de comics pero que resulta completamente críptico para un no iniciado.
Se trata de un comic, probablemente de una novela gráfica, ambientada en la época dorada de Hollywood con su toque de Macartismo que es verdaderamente entretenida: productores viciosos, escritores honrados, mujeres fatales, escritores borrachos, en fin, un poco de todo lo que uno espera de un clásico de esa época. He de reconocer que la disfrute menos de lo que debía ya que se trata de una novela que se editó por partes y ya había leído algunas de ellas, lo que me creaba mucho desasosiego ya que a ratos estaba completamente seguro de haberla leído y de repente nada me sonaba: Al llegar al final y ver las portadas con las que se editaron las partes independientes me di cuenta de que en lugar de seguir totalmente enfermo mental (que lo de volverme loco es algo a lo que llego tarde) era simplemente que me si que había leído algunas partes, pero no todas. Misterio resuelto para mi tranquilidad mental.

Raramente los hermanos (Méndez, no los míos, que tampoco) me recomiendan alguna novela, no mantenemos ese tipo de relación, sino que nos comportamos como ingleses de libro, pero esta vez el mayor de ellos (repito que igual no es el mayor, esto es una decisión unilateral, así como el hecho de que sean hermanos) mientras andaba yo dándole vueltas a 1793, me dijo, sin llegar a recomendármelo, que todo el mundo hablaba muy bien de ese libro. Añadiendo que era una novela histórica de detectives, algo (el termino novela histórica) me hizo dejarlo donde estaba a la velocidad del rayo como si pudiera ser contagiosa, como, por ser actual, estuviera llena de coronavirus activos (aunque en aquel momento – escribo aquí para cualquier futuro historiador – no era más que una gripe y Italia no había aislado parte de su territorio ni, esperemos futuros historiadores, la civilización había colapsado – ciertamente no hay un término en novela que me produzca una reacción similar (bueno, si los hay pero no suelen estar a mi alcance).

El caso es que me apetecía comprarla y el hecho (también comentado por el mayor de los hermanos) que el autor era de la nobleza escandinava y que su nombre quería decir “noche y día” me parecía que le daba un toque pijo-hippie o hippie-pijo que hacía que me apeteciera más. Pero ¿novela histórica, en serio? A ver para mí que una novela pase en otra época no la convierte en novela histórica, ni siquiera que la época este bien documentada y bien escrita la convierte en novela histórica. Si solo fuera necesario eso, todas las novelas serian históricas. Puede que no ahora mismo, no en el momento en el que fueron escritas, pero si con el paso del tiempo. No, novela histórica es otra cosa; una pedantería. Obviamente para mí las novelas de Philip Keer sobre los nazis, las de Robert Harris sobre la Roma imperial, ni tan siguiera el Nombre de la Rosa de Eco son novela histórica. Yo, Claudio de Graves, Ariadna en Naxos de Azpeitia o la del impresor de Orejudo podrían serlo, pero…yo diría que no, simplemente son novelas que suceden en otro momento.

Así que al final decidí llevármela y sinceramente creo que ha sido una de las novelas que más me ha gustado últimamente. Casi estoy tentado de recomendarla, pero no lo hare, eso si se la he dejado a Helena y espero que se la lleve en su próximo viaje a Piles y la deje allí para disfrute de los visitantes.
He de decir que casi hacia el principio de la historia la aparición de un elemento de la Inquisición Española “en la plaza está instalado el burro español, con su lomo en cuña. Encima, sentado a horcajadas y con pesas en los pies, hay un hombre que no para de lloriquear” me hizo desconfiar un poco y pensar que igual si era, una novela his… ya sabéis. Pero a la vez que me hizo dudar (poco he de reconocer, ya que para tan solo lloriquear en un burro español hay que ser muy, pero muy, resistente, no basta con ser sueco) me recordó un viaje a Toledo con mi hermano y creo que con Juanito Cervezas (Johnn Beers) en el que visitamos el museo de la Inquisición Española que era realmente fascinante, por lo descabellado, pero en el que no recuerdo si había un burro español (instrumento, digo; no persona).

Afortunadamente al poco la novela introduce la profesión de uno de los dos protagonistas principales y su relación con su trabajo: “Cardell lo detesta sobre todo porque el acuerdo que tiene con Gedda lo obliga a mantenerse razonablemente sobrio, Cumple labores de vigilantes y portero durante algunas horas, por más o menos un chelín a la semana, a lo que suma una comisión por cada borracho que pone de patitas en la calle.” Y obviamente esta aparición de la profesión de portero de garito en una historia ambientada en la Suecia del siglo dieciocho pues me sorprendió.

Igual de sorprendente es el que le pagaran una comisión por cada borracho que echaba a la calle, supongo que si esto lo haces hoy en día acabas con el bar completamente vacío para poder cobrar la comisión. Aunque luego – cuando echa a uno - entiendes que no se refiere a el borracho típico, sino a los alborotadores borrachos (que pese a lo que piensen algunas personas son, afortunadamente, la minoría de los borrachos) ya que borracho allí estaban todos ya que en palabras del mismo portero: “Esta es una parroquia muy sedienta. Tras la comunión, el cáliz queda tan vacío que los clérigos nos vemos obligados a buscar el sacramento en otra parte.”

Creo que la historia es lo suficientemente complicada, con reminiscencias de los mejores thrillers de Harris (de ambos Harris, me refiero), con un buen ritmo y con diferentes partes, narradores, que realmente aportan a la historia e incluso con algo que a mí me parece un gran guiño a la inmortal obra de Morgenstern: “Ahora solo resta una cosa: beberemos hasta caernos y después volveremos al punto de partida. Sabremos lo mismo, pero al menos estaremos menos sobrios.” Si bien hay que recordar que “mi nombre es Iñigo Montoya, tu mataste a mi padre, prepárate a morir” siguiendo las instrucciones de Vizzini lo hace del revés, en el orden correcto en mi opinión: primero vuelve al punto de partida y luego ya, pues se emborracha (en el orden inverso, el riesgo de no llegar al punto de partida es demasiado elevado).

En fin, pues eso, ¡divertíos asaltando el castillo!


Lecturas
Sherlock Holmes. A scandal in Japan – Keisuke Matsuoka
Revenge – Yoko Ogawa
Sing, Unburied, Sing – Jesmyn Ward (sin terminar)
Devils in Daylight – Jumichiro Tanizaki
Newcomer – Keigo Higashino
Those People – Louise Candlish
Enero Sangriento – Alan Parks
The Fade Out – Ed Brubaker & Sean Phillips
1793 - Niklas Natt Och Dag

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