No sé bien como empezar, si empezar gritando ¡Toque de queda! ¡Toque de queda! (que lo de la movilidad nocturna reducida que el presidente tiene la desfachatez de pedir que usemos como termino, pues no lo veo de ninguna manera. Ya me cuesta imaginarme que esta idea – nomenclatura – puede planteársela alguien es un circulo muy privado, de esos en los que se habla en catalán en la intimidad, pero salir en una rueda de prensa en todas las televisiones para intentar imponer esta neo lengua eso me parece claramente excesivo y ofensivo); o si recordar a ese agujero negro de bar cerca de Chueca que ha podido ser el causante de toda esta vuelta a los ochenta ya que a mí esto del toque de queda y el papa estado, inevitablemente, me recuerda a esos años en los que mis padres me decían que había que estar en casa a las diez, o los posteriores a esos en los que ya podíamos estar en casa a las doce. Si, esos años pre-SIDA, esos años en los que todavía se planteaba la abstinencia como una posible solución al SIDA al igual que ahora se plantea el recorte de la sociabilidad – una de principales características del ser humano – como la cura para esta pandemia. Me preguntaría si es que de verdad no hemos aprendido nada, ni nosotros ni todos esos expertos que se multiplican como champiñones después de una buena lluvia en un bosque. ¿de verdad, de verdad, buscamos la solución en la “abstinencia social”? ¿Por qué no unas rogativas y sacar unas vírgenes – no más de seis – en procesión? No sé, de verdad que se me hace difícil empezar ya que últimamente cada vez se me hace difícil entender el mundo exterior, ese mundo en el que al parecer mucha gente estaría de acuerdo en suspender el desembarco de Normandía, incluso con la certeza de que es la única forma de acabar con el régimen nazi, porque claro morirían algunos, muchos incluso, demasiados que es cualquier cantidad de muertos superior a uno. No, si puede haber muertos en el desembarco lo mejor será dejarlo tranquilo que al fin y al cabo solo se trata de acabar con el nazismo. Ya se nos ocurrirá otra cosa, o llegara la bomba atómica o las cosas se arreglarán porque tenemos “moral de victoria” (esas palabras u otras muy similares a utilizado nuestro presidente, porque eso es lo importante, las ganas de conseguir algo, aunque sea algo que no estás preparado para conseguir y para lo que no piensas prepararte; no, a ti te basta con desearlo y tener “moral de victoria”).
En cualquier caso, esta vuelta a los ochenta, al toque de
queda paternal (no al declarado por aquel militar golpista con sus tanques en
Valencia) hace que no me pueda quitar de la cabeza esa canción de Mama que
tantas veces he cantado, muchas veces justo antes de terminar llegando tarde a
casa por tomar la última cerveza y saltarnos el toque de queda (que al fin y al
cabo todo el mundo sabe que no hay nada mejor para un adolescente que poder
incumplir una norma familiar)
Casualmente me podría culpar un poco de esta vuelta a los
ochenta ya que este mes mi primera compra en mi librería de referencia (ya sabéis,
la librería Méndez de la calle mayor en la que me comentan que se os echa de
menos con tanta tontería, al igual que en la de la sierra de Madrid, la
Fuenfria de Cercedilla, en la que Rafa agradecerá vuestra presencia para tener
una excusa para un vino y su economía agradecerá vuestras compras) fue Cuentos Completos de Lorrie Moore. ¿se puede ser más
ochentero? Si, supongo, supongo que podría haberme comprado algo de Carver pero yo siempre he sido más de
chicas cuando tengo la oportunidad y son buenas. De hecho, Lorrie Moore fue durante mucho tiempo – esos ochenta, primeros
noventa – una de mis autoras favoritas (pese a que siempre he pensado que sus
cuentos, y novelas, son, pues eso, muy de chicas, ya sabéis sobretodo de
relaciones y esas cosas), probablemente una de las primeras autoras que leí en
inglés y elegida sin demasiadas influencias exteriores (alguien me la tuvo que
recomendar pero no recuerdo quien o cuando) y de la que pensaba que lo había
leído todo y es posible, no podría deciros ya que incluso los cuentos que sé
que he leído (y que siguen en mi biblioteca como prueba) no me acababan de
sonar en esta relectura. Por ejemplo, no recordaba ese gran principio de uno de
ellos: “Ocurrió en un lugar remoto. Había
gimnasios, pero ni ironía ni cafeterías. La gente se tomaba las cosas
literalmente, sin drogas.” que obviamente debería recordar ya que menor
forma de describir una zona verdaderamente aburrida y, ya de paso, a sus
gentes.
Lo que si me ha sorprendido es que comportamientos que antes
nos parecían absurdos se han generalizado y me da la sensación de que cada vez más
personas piensan eso de que como se solo se vive una vez pues hay que hacer
cosas arriesgadas a lo que, al menos yo, sigo pensando que precisamente eso de
que solo se viva una vez es precisamente “Lo
que a ella se le antojo el motivo más importante para ir con cuidado, tomárselo
con tranquilidad, disfrutar de una vida normal. No le gustaba hacer cosa donde
el truco consistía en no morir en el intento”.
O ese otro de que nada es culpa de uno, que la culpa siempre
esta fuera y en algo que no se puede corregir como “El mismo Mack seria ahora un genio si al nacer hubiera sido una
persona completamente diferente. Pero ¿Qué le vas a hacer? En una ocasión leyó
que los genios solo nacen de mujeres de más de treinta años; su madre tenía
veintinueve. ¡Maldita sea, joder! ¡Qué cerca había estado!”. Sí, todos
seriamos genios, o expertos, solo si fuéramos otras personas y si no lo somos
es culpa de otros, que hacer algo para serlo esta fuera de lugar.
Pero este mes las cosas no han quedado en la relectura de
autoras ochenteras, sino que mi siguiente elección Malos tiempos para el país, pasa en la Inglaterra de finales de los
setenta primeros ochenta que al fin y al cabo pues son homologables a los
primeros ochenta en los madriles. Se
trata de una novela de esas supuestamente policiacas, con sus asesinatos en
serie y su detective con problemas de personalidad que pretende retratar esa
Inglaterra de finales de los setenta, primeros ochenta, marcada por la dama de
hierro. Lamentablemente, como era esperable por estar escrita por un francés
nacido en 1979, no consigue lo del retrato que hace aguas por todos lados y
parece más de oídas y de búsquedas en una hemeroteca que de vivencia, o por lo
menos fascinación; pero, que sabré yo de la Inglaterra de finales de los
setenta (de la de los primeros ochenta algo más, pero tampoco mucho). El caso
es que con tantos asesinatos de chicas “desde
hace siete meses, la noche está reservada al género masculino a causa del toque
de queda. Bárbara y sus amigas no lo han respetado nunca: cuando se es joven,
la prohibición de salir por la noche es tan aberrante como la abstinencia sexual
o la privación de música”. Encontrar un toque de queda en una novela ahora
pues es sorprendente y llama la atención (las referencias, o comparación con la
abstinencia sexual ya se me había ocurrido a mi antes, o a L, especialmente en
relación con el SIDA, por si teníais duda sobre la comparación inicial, digo).
También es curioso encontrar otra referencia a mi tipo más
odiado de barrio (diría que al más odiado por cualquier persona con amor por
una ciudad) “… y toma Lilycroft Road,
señalada por chales de fachadas amarillas y azules, con impecables
jardincillos. El resto se divide entre iglesias, ultramarinos y tiendas. Bonito
barrio para quien aprecie la comodidad de una vida sosa.” Es verdad que
podría ser peor, si no tuviera tiendas o ultramarinos, pero creo que el color
amarillo de las fachadas compensa la existencia de esos elementos, con creces.
Pese a estos dos detalles la verdad es que el libro no merece la pena es
esfuerzo de leerlo, incluso considerando que su lectura tampoco requiere mucho
esfuerzo.
MI siguiente compra (o lectura, que ahora me doy cuenta de
que puedo parecer un psicópata leyendo los libros en el orden en que me los he
comprado. No, no es eso; no tengo ni idea de en qué orden los elijo – salvo
excepciones – y desde luego no los leo en ese orden, es tan solo una forma de
hablar, o de escribir) fue La mujer de
la falda violeta. ¿La razón? Evidente, la autora es japonesa lo que ya son
dos puntos a favor ya que curiosamente las escritoras japonesas tienen un punto
bastante bueno. En general, que no es el caso. A mí me ha parecido infumable,
pretencioso y sin capacidad para llegar a ese grado de pretenciosidad. No me he
enterado de que historia quería contar y no he encontrado ni una frase ni una
idea que retener del mismo. Es posible que la culpa sea mía, pero yo soy más de
lo que cantaban solera “no es tu culpa, ni tampoco puede ser la culpa mía” en
esa canción para dejar a una chica que luego reinventarían y mejorarían hasta
la perfección (en lo musical y en la desfachatez) Los Modelos en su clásico
temazo:
De Vuillard me
había leído una novela por recomendación de mi librero de referencia de la
serranía madrileña (Aka, mi hermano Rafa; Aka el librero tarambana) y me había
gustado bastante así que aprovechando que han debido de editar gran parte de su
obra pues ocupaba prácticamente una balda de la librería (de la Méndez) decidí
coger otro, un poco al azar y escogí La
guerra de los pobres. Se trata más de un cuento que de un libro propiamente
dicho – por la longitud – y pese a tratar de sublevaciones campesinas apoyadas
por teólogos. Algo que, pese a sonar mal, podía ser interesante, la verdad es
que no es nada especial se lee bien y creo que le es aplicable su propia cita “La gente quiere historias, aclaran las
cosas, dicen; y cuanto más auténtica es la historia, más gusta. Pero las
historias verídicas nadie sabe contarlas.” Yo, por mi parte, siempre he
dicho que prefiero la ficción, prefiero que todo sea mentira ya que es más
fácil contar la verdad de esa forma que poniéndose a contarla. En el caso de
querer contar la verdad siempre acaba uno teniendo que mentir porque la verdad
no coincide exactamente con lo que uno quiere contar.
Hacía mucho que no compraba un libro para molestar a mi
hermano Rafa, básicamente por falta de oportunidad que no de falta de ganas,
que lo de molestar a los hermanos es, pues eso, una afición de hermanos. La
existencia de Blanco, una especie de
autobiografía, pero a través de artículos de Easton Ellis, era por lo tanto una oportunidad difícil de dejar
pasar incluso sabiendo a priori que iba a ser una mierda sin ningún interés. La
posibilidad de que tuviera alguna cosa buena podía compensar todas las cosas
malas que pudiera tener. Lamentablemente cuando se juega, a veces se pierde y
otras se gana, y si con esto no ha quedado bastante claro: esta vez he perdido
y este libro es malo, malo, tan malo como para tener que darle la razón a un
hermano. Imaginaos lo malo que es. En cualquier caso, aunque sin llegar al
extremo del autor he de reconocer que mi visión de mi ciudad favorita últimamente
empieza a coincidir con la suya de 2010 “Nueva
York estaba, si cabe, todavía más atestada de gente, y de gente más rica; todo
se veía limpio y ligeramente anónimo, como si la globalización hubiera tocado
Manhattan con su varia mágica. La ciudad en la que, a finales de los ochenta,
me había hecho mayor de edad era mucho más sucia, más aterradora y emocionante
que el lugar homogeneizado y corporativo que percibí…” Resulta cierto ese
NYC de los ochenta, noventa ya no existe y con él se ha perdido parte del
encanto de la ciudad; afortunadamente solo parte y para mi sigue siendo el
lugar ideal en el que pasar tiempo y puede que incluso vivir (cualquier día).
A ver, si uno se lee la solapilla de un libro en la que
dicen que el autor es realmente un colectivo de escritores italianos la primera
reacción es, casi con toda seguridad, dejarlo donde estaba e incluso – en estos
días – ir a buscar el gel hidro-alcohólico que hay en todos los
establecimientos para frotarse las manos a toda velocidad. Pero si la novela es
de ciencia ficción mezclada con comunismo a uno le surge el recuerdo de Benni, y su fascinante Tierra, y decide darle una oportunidad a
este Proletkult. ¿comete uno un
error con esta actitud? Pues no estoy seguro de que contestar ya que se deja
leer y toda la historia – con su colonia comunista extraterrestre – pues tiene
su punto graciosillo, pero sin los excesos necesarios para resultar
verdaderamente divertida o reivindicativa pese a ese “En Marte también hay contradicciones, repuso, como en todo lo que
existe. Una sociedad ideal sin conflictos no sería ideal. Sería una mentira.”
o la aclaración que pare hecha a la media de mi tío Ramiro, el cura obrero que
debió de trabajar uno solo día de su vida (en parte porque sus compañeros no le
veían trabajando) sobre porque se puede no ser obrero y comunista “que un obrero escriba novelas o deje de
trabajar en la fábrica no significa que se aleje del pueblo. En cambio, si se
deja seducir por los privilegios y el poder, deja de tener una cultura
proletaria”.
Como ahora tengo poco trabajo, o más bien tengo trabajo de
forma ocasional, pues dedico más tiempo a leer y antes de acabar el mes tuve
que hacer otra visita al hermano Méndez que sigue trabajando (con su hermana
verdadera creo, mientras que el falso hermano esta en ERTE, creo. Ya veis, soy
un hombre de fe) y nada más llegar me encontré con Rotos, que se suponía era una novela, o supuse yo por mi cuenta y
riesgo, pero resultó ser un libro de cuentos. Eso sí, un libro de cuentos de Don Winslow por lo que no había duda de
que empezaría a leer.
He de confesar que para mí tiene algo de autor inventado ya
que estoy convencido de que la primera novela que leí de el – por recomendación
de mi hermano Rafa – trataba sobre la mafia de las basuras en, diría, Nueva
York o Nueva Jersey, algo que pese a todas las pruebas en contra sigo creyendo,
y que me encanto tanto como para convertirlo en uno de misa autores favoritos y
haber leído todo lo que ha publicado (con mayor o menor disfrute). Además, creo
que su trilogía sobre las drogas la componen cuatro libros (lo cual ya es raro)
no siendo ninguno de los cuatro ese primer libro que sí que forma parte de la
trilogía oficial. Pues eso, toda mentira en mi mente, o mejor dicho ficción,
que es algo bueno para un autor de ficción que es cuando es bueno (cuando se
pone en modo tesis doctoral periodística resulta ligeramente agotador). Por si
todo esto fuera poco tengo una anécdota con un libro suyo – un homenaje a Trevanian, otro grande – en la que era
mi librería de NYC cuando yo había cogido el único ejemplar y en la caja una
señora empezó a decirme que ella venia justo a comprárselo, a punto estuve de
ceder, pero cuando se dio cuenta de que yo había venido de España y ella de un
par de manzanas pues decidió no insistir en que venía a por el… ya vendría otro
día.
Sea como sea el libro tiene seis cuentos y curiosamente
todos son buenos y varios de ellos con personajes de otras novelas como los maria-cultores de Salvajes, los surfistas de la
patrulla del amanecer o el mismísimo Frankie
Machine, así que era un poco como volver a estar entre amigos.
Uno de los cuentos empieza con una de esas frases que ya lo
dicen todo: “Nadie sabe de dónde ha
sacado el revolver el chimpancé” y que a mí por supuesto inmediatamente me
trajo a la cabeza a los Yayhoos y su
excelente canción, al parecer dedicada a Hank
Williams Jr, que ahora mismo sigo cantando y que os comparto.
Los personajes le permiten mucho juego, incluso cuando resultan sumamente realistas como ese atracador que para defenderse de la acusación de un robo afirma “¡No puede identificarme – contesta Richard indignado - ¡Llevaba puesta una máscara!. Estos chicos se hacen querer, piensa Chris, Se hacen querer de verdad. No me extraña que el club Mensa tenga tan poco éxito en las cárceles.” Aunque todos lo sabréis el club mensa es el club de los supe inteligentes, que seguramente hacen justicia al primer sinónimo de club que le vino a la cabeza a mi sobrina Alicia con sus diez añitos: una secta.
También esa chica, Carolyn, que tiene un novio que es
profesor, buena persona y un poco tontorrón y que de repente tiene una epifanía
al pensar en él y sus virtudes: “el
profesor Capullo siempre estaba dispuesto a hablar de sí mismo: de su carrera,
de sus ideas, de su ropa, de sus miedos, de sus ansiedades, de su sinusitis, de
sus sentimientos… Santo Dios, estaba saliendo con una mujer sin saberlo, se
dice Carolyn”.
Y por supuesto los amigos de novelas anteriores, los
surfistas adultos, o de la vieja escuela que suena mejor, y a los que uno de
los jóvenes intenta convencerle de las ventajas de un ipad, o ipod, o como se
diga el cacharrillo que le permitiría llevar la música a todas partes y el solo
puede responder: “pues yo no quiero
llevarme mi música a todas partes, se dice Duke ahora. Quiero escucharla en mi
casa tomándome un whisky y en disco de vinilo, como está mandado”.
Incluso la chica tontilla de salvajes tiene su buena frase
al afirmar que “fue ella quien me explico
que ‘madre’ y ‘padre’ son verbos antes que sustantivos”.
Pues eso, seis cuentos muy majos para redondear un mes sin
demasiados encierros y no como los que vienen por delante que prometen ser
demoledores.
Ojalá pudierais divertiros asaltando el castillo, pero todo
el mundo sabe que el asalto a un castillo ha de empezar antes del amanecer y
con este toque de queda pues está difícil, además suelen necesitarse más de
seis personas y a veces el asalto se alarga hasta bien entrada la noche.
Lecturas
Cuentos Completos – Lorrie Moore
Malos tiempos para el país – Michaël Mention
La mujer de la falda violeta – Matusko Imamura
La guerra de los pobres – Éric Vuillard
Blanco –
Bret Easton Ellis
Proletkult
– Wu Ming
Rotos – Don Winslow