Este primero de año se ha cumplido 25 años del peor primero de año de mi vida, de hecho, este año se cumplirán 25 años de muchas cosas, incluyendo algunas muy buenas y otras totalmente indiferentes, ya que ese primero de año supuso un cambio importante en mi vida, o, supongo que sería más correcto, en la forma en la que desde entonces he vivido mi vida.
La ausencia de una sensación especial ante el hecho de que
se cumplan un número determinado de años en un día en concreto me ha llevado a
plantearme porque se consideran tan importantes los aniversarios. los
cumpleaños los entiendo, más o menos, e incluso, llego a entender la alegría ante
la continuidad de una situación que hemos creado y nos llena de alegría. Sin embargo,
los aniversarios, como tales, y especialmente los provocados por causas
completamente ajenas a uno sinceramente no los acabo de entender, falta de
entendimiento que aumenta cuando el aniversario es el de una muerte o un
episodio traumático (o de varias) que es cuando mi falta de compresión se
dispara. No, no es que crea que haya que olvidar las cosas que han sucedido –
ni las buenas ni las malas – pero tampoco creo necesario hacer de estos días
algo especial, que sean “aniversarios”.
Además, con los aniversarios tengo un pequeño problema matemático
(mayor que con los cumpleaños) que procede de su propia acumulación: cuantos más
años vives, más cosas buenas te pasan y también más cosas malas te pasan. Ambas
opciones dan lugar a la creación de aniversarios con lo que al final, con tanto
aniversario, la vida de uno se convierte casi en uno de esos libros de efemérides,
o los propios aniversarios requieren un orden interno lo que le quita valor a
unos frente a otros que puede llegar a ser variable con el tiempo. Por eso,
procuro olvidar los días concretos en los que sucedieron las cosas, incluso a
veces los años en que sucedieron.
Por otra parte, al menos en mi caso, la confluencia de
aniversarios, digamos de muy distinto signo, en el mismo me confunde respecto a
cómo me siento, a como debería sentirme, un determinado día por ser el
aniversario de algo. Así por ejemplo el primero de enero podría clasificarlo
como uno de los peores días de mi vida, por lo que sucedió hace 25 años, pero el
uno de enero también es, de momento, el más feliz de mi vida por lo que paso
hace 38 años y resulta muy duro elegir un estado de ánimo cada vez que se
repite este día (cada año, por si alguno se ha perdido) ¿alegría, por el mejor día,
o tristeza, por uno de los peores?
En el caso concreto del uno de enero mi solución, nada salomónica,
ha sido la de “falsear” un poco mi
propia realidad – el significado de la misma – y aunque el día más feliz de mi
vida fue el uno de enero del ochenta y seis, también lo fue (en gran medida) el
treinta y uno de diciembre del ochenta y cinco (estando la falsedad solamente
en olvidar toda la angustia de las horas entre que bese a Lourdes por primera
vez y la que la bese por segunda vez; horas que realmente no fueron las mejores
de mi vida, por aquello de las dudas). Asunto solucionado, el treinta y uno es
el que recuerdo como feliz, el uno el que recuerdo como triste (aunque no sea
cierto)
Por otra, serán cosas de mi vida, pero algunos de mis
aniversarios no coinciden con la realidad del aniversario del hecho a recordar.
El peor día de mi vida sucedió un seis de agosto, el Hiroshima de mi vida y,
sin embargo, para mí, nada sería real hasta el día nueve que, si sucedió mi Nagasaki
particular (un guiño del destino o una explicación de mi fascinación por Japón)
cuyo impacto, en mí, fue más que el acumulado por ambas detonaciones en el
pueblo japonés y, posiblemente pensé en rendirme incondicionalmente el día quince.
En este caso ¿cuál es el aniversario real: cuando se produjo
el hecho o cuando yo – cual observador de la tontería esa de Schrödinger – abrí
la caja y me enteré?
Igual es mi subconsciente lo que califica de tontería el
gato de Schrödinger (y hace que no me gusten nada los gatos) ya que en cierta
medida me convierte en asesino por abrir la caja, pero… gilipolleces, ya que,
por ejemplo no culpo a cajas, que incluso me gustan (hasta para meter gatos
dentro, pero… sin veneno… o con veneno.. quien lo sabe, pero por si acaso no abráis
cajas mías sin permiso) y es indudable que los hechos ya habían sucedido y que
yo me enterara o no, no las cambiaria, igual que no las cambia el que piense que
el hecho no sucedió y que fui, aun lo soy, víctima de una conspiración y que algún
día desenmascarare a todos los culpables (algo que, aunque sea enfermizo, sí
que hago cuando me agobia la tristeza, la desolación).
Hay muchos otros días que han marcado mi vida y cuya fecha
he decidido olvidar, o he olvidado sin decidirlo, ya que el recordarlas no
aporta nada a mi vida de hoy (si a lo que soy… y eso ya es inevitable, lo
recuerde anualmente o no) y en parte también por aquel poema-chiste de Vallejo
sobre el momento más grave de la vida.
En cualquier caso, volviendo casi al principio, este año se cumplirán
veinticinco años de muchas cosas, y entre ellas si hay una que celebramos cuasi
religiosamente, ya que el día de San Patricio se cumplirán veinticinco años de
la apertura del Morgenstern, el
primer bar que abrimos L, Alvaro y yo, día que ignoraremos al Santo de Irlanda
y día que si será un aniversario a celebrar.
Así que, ojalá nos veamos la noche de San Patricio donde ya sabéis
para celebrar este aniversario; mientras tanto pues ¡Divertíos saltando el
castillo!
Buena reflexión, forajido. Desde uno de mis aniversarios yo siempre tengo presentes dos geniales latinajos. Carpe diem y Tempus fugit. Todos los abrazos.
ResponderEliminarComo yo soy de ciencias no tengo latinajos pero.. si... es lo que hay y hay que sacarle el partido que se pueda... abrazo
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