lunes, 27 de julio de 2015

Ordenando cosas en casa

¿Ordenando? Realmente no, más bien solamente colocando. Eso de ordenar me resulta sumamente difícil ya que hay que – como decía Nick Hornsby decía en High Fidelity – lo más difícil de ordenar es encontrar el criterio de ordenación. ¿Cómo ordenar, por ejemplo tu colección de discos? ¿por estilos, por autor, por fecha de edición, por fecha de compra?

Imposible decidirse así que yo más que ordenar, de momento, me he limitado a colocar las cosas en sitios que, ni mucho menos, serán definitivos pero que de momento han cumplido su función de permitirme sacar todas mis mierdas de las cajas, lo que unido a una limpieza general y varios cientos de visitas a los contenedores municipales me permite tener, por primera vez en bastante más de quince años, mi casa prácticamente libre de cajas. Algo que, junto con el tener lámparas, es un cambio sustantivo en mi vida y que realmente resulta muy, pero que muy agradable.

Una de las cosas que necesitan colocación son mis discos. Mis discos digo y  no mi colección de discos porque yo no tengo una colección de discos: tengo algunos discos, un número indeterminado – elevado, puede – pero que no es una colección, igual que tampoco tengo una colección de libros, simplemente tengo libros. Siempre me hace gracia cuando la gente se refiere a sus discos como su colección, no sé cómo un montón de discos se convierte en una colección pero sospecho que tiene que ver tanto con la vanidad del propietario como con el tener una elevada proporción de ediciones extrañas. Así que puede que realmente tenga una colección, ya que vanidad no me falta y ediciones extrañas tengo algunas aunque sospecho que el menos del mínimo necesario para cualificarla como colección. Nunca se sabe, si eso, un día lo miro.

El caso es que tras intentar colocar mi colección de discos en unas estanterías, de esas de Ikea, que había cortado a medida de la pared que me quedaba libre y que había colgado con sumo cuidado la primera vez solo para que se me cayeran casi instantáneamente, que había colgado una vez más, con más cuidado incluso, solamente para ver como se me volvían a caer en una preciosa cascada: primero la de arriba que tiraba la de en medio, que tiraba la siguiente hasta que todas ellas y todos los discos quedaban en el suelo, incluso después de que con la ayuda de Álvaro las hubiera colgado una tercera vez con resultados idénticos, pues después de eso me decidí a comprarme un mueble para colocarlos. Mueble que extrañamente encajaba casi mejor que las estanterías en la parte de mi casa en la que pensaba colocar los discos. La verdad es que no sé porque no me decidí por comprar el mueble directamente ya que soy perfectamente consciente de que el bricolaje no es lo mío. Supongo que la vanidad de hacer las cosas por uno mismo.

Finalmente, el mueble y el rinconcillo de los discos me ha quedado bastante bien aunque aún me falta encontrar el sitio en el que poner ese equipo, o las partes del mismo, para el que tengo algunos vales regalo de mi familia que espero algún día hagan efectivos. Incluso espero que los hagan efectivos antes de que cumpla los cincuenta años, algo que puede parecer como muy lejano pero que realmente será dentro de poco, de demasiado poco, de lo suficientemente poco como para ya estar casi seguro de que “a los cincuenta llego, mal se tienen que poner las cosas”.

Como tan solo había colocado los discos, sin ordenar, pues no me había fijado en que discos quedaban a la vista y probablemente no habría reparado en ello si no fuera por un comentario de Cabut (nuestro sexto hermano) que como pintor que es pues también es observador y nada más llegar me soltó a bocajarro: “muy bien, muy bien, así me gusta con LLuis Llach”. Obviamente, al principio, ni idea de que estaba hablando y casi empezaba a pensar que se estaba haciendo mayor, delirando en su propio mundo interior, hasta que seguí su mirada y observe los discos que habían quedado a la vista. No deliraba. Efectivamente de los discos a la vista, uno era de Lluis Llach, algo que resultaba curioso porque creo que es el único vinilo que tengo de Lluis Llach (bueno igual ni es un vinilo, no sé si los discos de cantautores pueden ser considerados vinilos por los puristas).

Ciertamente resultaba curioso, pero no solo eso resultaba curioso. No, la verdad es que había cosas bastante curiosas fruto del azar de colocarlos sin pensar y sin ordenar, casualidades que seguramente resultan significativas si uno es aficionado a la búsqueda de coincidencias místicas. Yo no lo soy, pero la verdad es que igual me convierto ya que ese tipo (curiosamente había escrito timo en lugar de tipo) de coincidencias místicas, la búsqueda de ellas, permiten contar cosas y aunque no me faltan temas la verdad es que siempre es difícil buscar un “inicio”.

La primera y que podría ser esperable es que cada uno de los discos que se ven ha sido importante en mi vida, de una u otra manera; aunque esto es fácil porque muchos de los discos que tengo lo son. De hecho es probable que cualquier otra combinación tuviera un resultado parecido o incluso mejor ya que tampoco es que sean los discos más significativos de mi vida. (No, no tengo ni idea de cuáles podrían ser los que pudiera considerar los más significativos en mi vida. Hay tantas opciones, tantos discos que guardan recuerdos muy especiales en mi vida que creo que de vez en cuando volveré a colocar los discos sin mirar a ver que discos y que recuerdos salen con ellos). Pero divago, si eso, ya lo probamos otro día.

La coincidencia mística más llamativa que no es visible a primera vista (yo he tenido que comprobarla) es que son del mismo año. Sí, no solo son del mismo año si no que  precisamente son del 77 (tanta historia con el punk del 77 y ya ves tú, los tres discos que a mí me salen al azar son de ese año y ninguno se acerca al punk ni por asomo).

Obviamente yo no los compre en el 77 – ese año aun tenia entre once y doce años y aunque a todos nos guste imaginarnos como precoces en nuestros gustos y aficiones tampoco conviene exagerar y modificar el pasado – pero si es cierto que en mi recuerdo estos discos comparten los mismos años de escuchas simultaneas (de ecléctico podríamos clasificar mi gusto, si aún estuviéramos en los ochenta  incluso de sinérgico).

El Campanades a mort de Lluis Llach seguramente si lo oía en el 77 ya que este es un disco que he heredado de mis padres que si debieron de comprárselo el año en el que se editó. Si, esa era parte de la música que oían mis padres: cantautores, canción protesta, esas cosas. En mi casa se cantaba L’estaca y todos los hermanos (salvo Helena que por nacer más tarde se perdió parte deesta infancia musical, no toda, ni mucho menos) todavía podemos cantar, letra incluida, las canciones de Quilapayun, de Víctor Jara, de Atahualpa Yupanqui, de Mercedes Sosa, de George Brassens, de Paco Ibáñez, de Raimon, de Joaquín Diaz… ya os hacéis una idea, o no.

Afortunadamente, o desafortunadamente, eso no era lo único que oían mis padres que también le daban, fuerte y flojo, a todos los ritmos sudamericanos (supongo que por haber vivido dos años en Cali, Colombia)  con el resultado de que ahora, pese a mi voluntad, los ballenatos me siguen emocionando aunque no sean buenos y casi me avergüenzo de que mi cuerpo no pueda resistir el impulso de bailar (aka: mover un poco el pie o la cabeza) cuando oigo un ballenato o similar (si, incluso ese de la camisa negra).

Podía haber sido peor… mucho peor…

El caso es que este disco de Llach me sigue encantando. Bueno, obviamente si lo conocéis sabréis que como mucho me gusta la mitad del disco ya que la cara A es completamente inaceptable, con una composición que pretende ser clásica, con sus coros mayestáticos y su orquesta completa de un montón de maestros, vamos, totalmente pretenciosa y prescindible. Pero la cara B compensa totalmente este desastre de cara A (si, yo ya era hípster en los ochenta y me gustaban las caras B mucho más que las caras A y estoy seguro de que la edición japonesa es todavía mejor).

No, la primera cara creo que no he vuelto a oírla (si es que alguna vez la he oído) pero desde luego Laura es una de mis canciones de amor favoritas, creo que es sencillamente una canción perfecta (letra y música), es de esas canciones que estoy seguro aceptarían una revisión y actualización y seguirían siendo excepcionales. Esa guitarra española, de repente, es sencillamente tan buena, si no mejor, que la que consiguieron meter The Church en el Almost with you

Es oírla y me entran ganas de  enamorarme de una Laura para poder cantársela, pero como no he conocido ninguna Laura que no esté loca –  tengo una amplia teoría  sobre los nombres y la personalidad – de lo que de verdad me entran ganas es de cambiarle el nombre a alguna chica que se lo merezca y achacarle el error a mi memoria dispersa o al daño cerebral, que para algo tendrá que servir ¿no?.

Por supuesto cantar Viñes verdes vora al mar a voz en grito por la carretera de Valencia siempre me traerá a la memoria un viaje con Cabut en su 4L amarillo, acelerando y desacelerando para que al sacar la mano por la ventanilla pareciera que estábamos acariciando un pecho, un pecho distinto según la velocidad a la que circuláramos.

No sabría decir que año descubrí a Springsteen pero si tuviera que apostar diría que fue en el 79, con su aparición en el concierto de No Nukes (Si, ¿Qué pasa? ¿Vosotros no tenéis un pasado antinuclear? Ya, claro y seguro que tenéis microondas en casa. Pues yo sí, que antes era un hippy) con un medley que hacia (Devil with the blue dress) pero sobre todo con la versión de Stay que se marcaba con el propio Jackson-Jackson Brown (versión que luego disfrutaría más al comprarme una grabación pirata del concierto de Springsteen que encontré en Record Runner y  que sigue siendo impactante. Si, soy más hípster que tomar cold-brew tengo discos piratas e incluso tengo un disco doble con solo tres caras grabadas ). Ese disco y el descubrimiento de mucha música: desde Crosby  Stills Nash hasta Graham Nash, pasando por Poco o James Taylor, hasta por supuesto Tom Petty y Springsteen es lo mejor que ha dejado el movimiento antinuclear, con diferencia.

En ese momento con Springsteen pasaba una cosa curiosa: uno podía ir hacia atrás cuando era un hippy que se consideraba heredero de (ni más ni menos) Bob Dylan y similares y hacia canciones de siete o nueve minutos con letras enrevesadas, o podía ir hacia delante, hacia el rock (con mayúsculas, supongo) hacia canciones más cortas (tampoco mucho) pero con menos instrumentación…. mejor dicho: con menos instrumentos exóticos (hacia el futuro del rock que dijo alguien al verle tocar). ¿Qué hice yo? Pues de todo un poco: un poco hacia adelante, hacia The River,  al que llegaría justo a tiempo para quedarme extasiado; otro poco hacia atrás, hacia el Greetings y el The Wild, the Innocent & The E-Street Shuffle, porque, repito: yo era un hippie y el primer Springsteen también lo era; pero sobre todo hacia el medio, hacia el Born to Run y hacia Darkness on the edge on town que como todos sabemos o reconoceremos son dos obras maestras. (si no lo reconoces: fuera de este blog inmediatamente, pero eso si, deja un comentario para que no sepa quién eres y prohibirte la entrada)

Supongo que, por fechas, este fue uno de los primeros discos que me compre. Puede que  ahorrando toda mi paga, pero más probablemente convenciendo a mi padre de que la música era tan cultura como la literatura ya que calculo que mi paga no llegaría para tanto (menos considerando que en Madrid a esa edad ya se ponía beber. Y si se podía, ¿Quién no iba a beber?). En mi casa tenías el derecho a comprarte un libro al mes, mi padre nos regalaba un libro que escogiéramos al mes, igual que dé más pequeños nos regalaba un tebeo (normalmente un joyas literarias juveniles) todos los domingos antes de salir a comer, porque se suponía que era cultura. Mi primera gran victoria familiar fue conseguir que se aceptara un disco como equivalente a un libro y casi seguro que este fue uno de los primeros que se benefició de esta victoria.

Es un disco que me sigue encantando pese a que no haya una canción que dure menos de cuatro minutos y que más de la mitad de las canciones duren más de siete minutos (hay una de 9:56 que pese a ello es excelente). No sé, siempre me recordara a Manolo Die y a nuestros primeros intentos de ser músicos, de convertirnos en el nuevo Bob Dylan, el nuevo Neil Young o el nuevo James Taylor… los primeros intentos de tocar la guitarra, la armónica o incluso el piano (obviamente el saxo de Clarence Clemons tendría que aportarlo otro ya que eso era sencillamente inalcanzable. ¡Cómo si lo otro no lo fuera!).

A Elvis Costello lo descubrí a través de Jacobo, a través de los discos de sus hermanos mayores, lo cual nos sitúa en 1980 aproximadamente. Sencillamente fue como una epifanía (no era la primera: ya habíamos descubierto a Steve Forbert , a los Only Ones, a Lou Reed; y no, no sería la última) eso es lo que queríamos ser de mayores, incluso de menores; sencillamente era lo que queríamos ser en cualquier momento, a partir de ese momento. Sí, eso es lo que íbamos a ser, aunque para ello tuviéramos que ponernos gafas y  ser feos (más feos incluso). Ibamos a componer canciones de tres minutos, canciones divertidas y brillantes, incluso podríamos componer canciones de amor excepcionales. Simplemente componer Alison habría bastado para hacernos felices y el disco tiene muchas, muchas más que sencillamente son excepcionales, son buenas hasta cuando las versiones son malas (y hay versiones muy, muy malas).

Lo intentamos. No lo conseguimos, pero, si eso, ya os lo cuento otro día.

Puede que alguno de mis lectores haya sido observador y se haya dado cuenta de que además de estos tres discos en la foto se ve otro disco, un single: el de Los Benditos, que no, no es de 1977, así que esa casualidad que se ha anunciado a bombo y platillo no es tal.

Podría defenderme diciendo que los singles son otro tema, un tema completamente distinto, pero no tendría mucho sentido, diréis: un disco es un disco y este no es del 77, es del 2007. Listillo, añadiréis, así, obviando datos, es fácil encontrar casualidades  cual defensor de la homeopatía o de algo peor.

Vale, pues no hay ninguna casualidad en los discos pero quedaba mejor así.

Cada disco tiene su historia, mejor o peor aunque la verdad es que en todas ellas hay partes peores que no he contado y mejores que tampoco he contado. Si eso, ya os cuento otro día.


Pero sí que hay otra cosa que estos discos tienen en común y que tampoco es muy normal: a los cuatro autores los he visto en directo: a LLuis LLach fui a verle a un teatro en el barrio de Salamanca (en pleno barrio pijo de Madrid) y me emocione cuando toco Laura (aunque la gente se emocionó mucho más cuando canto L’Estaca, que como canción no tiene nada); para ver a Springsteen me fui hasta Montpellier la primera vez que paso relativamente cerca de Madrid; a Costello tarde mucho en verle, demasiado, ya que para entonces Jacobo ya había muerto y pese a que había reunido a los Attractions  para ese concierto me supo a decepción ya que todo había cambiado; a Los Benditos los vi en El Sol en un evento del que ya os contare otro día y que aunque no consiguió devolverme a aquella epifanía que tuvimos consiguió reconciliarme bastante con la música y con la vida en un momento de horas bajas.

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