Antes de volverme de Piles, incluso antes de escribir ese
post extra de Junio cuando ya no me quedaba nada que leer (perdón, que releer)
me acerque en bicicleta al supermercado de Piles (realmente al hipermercado que
está en la carretera ya que en Piles, playa, hay un supermercado – el Super
Patri - que la verdad es que evito visitar. No sé bien porque. Simples manías
de lugareño, supongo. Aunque yo sea de otro lugar).
Por supuesto que no era la primera vez que en este viaje iba
en bici ya que, como he comentado, uno de mis objetivos era ver si volvía a
montar en bici y revolver la duda de si era capaz de ir y volver hasta el super
(o mejor dicho: hiper, bueno vamos al Consum) sin problemas.
Considerando que la distancia entre la casa y el hiper no
creo que llegue ni a los dos kilómetros (tres como mucho, para la ida y la
vuelta) parece la típica duda estúpida, para todo el mundo salvo tal vez para
los que ni siquiera me conocéis. Para los que me conocéis de hace poco y/o
solamente de verme por los bares y que prácticamente siempre me habéis visto
fumando resulta estúpida porque obviamente sin entrenamiento estáis seguros de
que no sería capaz de conseguirlo sin parar a fumar un pitillo o pedir una
cerveza o más probablemente a ambas cosas y apostariais a que acabaría pidiendo
un taxi. Para los que me conocéis un poco más y sabéis de mi pasado biciclista, cuando era joven y hippioso, también resulta absurda ya que es una distancia que podría
hacer descalzo y sin llegar ni a despeinarme y ni tan siquiera empezar a sudar
al fin ya que sabéis que durante años iba a todas partes y prácticamente a todas
horas en bicicleta (incluso alguna vez a Rock Ola a ver algún concierto y
vuelta a casa con unas copillas de mas, o de menos, según se mire) puede que
incluso alguno sepáis que mi record personal en esta modalidad (no deportiva) esta
en ir de excursión desde Madrid a la base aérea de Torrejón de Ardoz (cerca de
30 kilómetros) por la mañana para manifestarme en contra de la OTAN y volver
por la tarde llevando a una chica en el trasportín de mi bici (algo que es
bastante más duro que ir solo) desde la base hasta el parque de Berlín para
tomar unas merecidas (creo yo) cervecillas antes de fracasar en mi intento de enamorarla
y marcharme a casa, obviamente en bici. Supongo que no está de más explicar que
la chica vino conmigo porque yo era el único que llevaba una bicicleta de
paseo, con trasportín y sin marchas, ya que el resto de los manifestantes amigos
o conocidos de esta bella desconocida (en mi memoria, muy bella) llevaban bicicletas
de carreras que no van equipadas con el debido trasportín para estos menesteres
ni tan siquiera con una cesta delantera ni con una bocina tipo automóvil de
primeros de siglo. Vamos que me toco a mi traerla de vuelta por que las bicis de
los demás no tenían un equipamiento propio de un ciclista urbano si no de un
aspirante a maillot amarillo (o rosa).
Por cierto, lo soy, pese a mi lamentable estado de salud (mental y física), soy capaz de ir entre ambos puntos básicos
de la geografía pílense Sin problemas, eligiendo bien la hora ya que dudo de
que sea capaz de hacerlo en pleno verano y a las cuatro de la tarde como esos biciclistas que parecen querer morir
deshidratados o de insolación esperando que el seguro lo considere un accidente
e indemnice a sus familias con algo que les permita, pese al dolor por perder a
un ser querido, celebrar la eliminación de un claro candidato a los premios
Darwing.
En cualquier caso, a lo que íbamos (yo al hiper, vosotros no
tengo ni idea) esta vez no necesitaba comprar nada en concreto – ya tenía suficientes
provisiones para los días que me quedaban – pero me había parecido ver que
junto a las cajas (donde normalmente se ponen los productos esos que uno coge
casi solo porque está esperando) tenían un par de expositores de libros de
bolsillo y parecía una posibilidad a estudiar.
Increíblemente mi memoria tenía razón y allí, junto a las
cajas, parecía que estaban los expositores, con sus libros si bien yo pensaba
disimular eso de que mi visita era para comprar libros que no quería parecer yo
un intelectual en bicicleta (no confundir con un intelectual en La Bicicleta, que eso es otra cosa). Así
que tras dar una vuelta por el supermercado y coger algunos productos para
disimular, no como el que va a una farmacia a por condones y se compra la mitad
antes de pedirlos sí no más bien como un hombre
de verdad al que le han encargado comprar tampones y antes de pedirlos,
pues se compra tres cuartas partes de la farmacia, me hice con unas tarrinas de
helado y algunas otras cosillas de ese tipo que siempre resultan agradables. Ya de camino a la caja y como si fuera un
pensamiento de última hora (no, en mi afán por disimular no llegue a silbar
pero estuve cerca) me pare a mirar los expositores.
En el primer expositor lo más apetecible que había eran unos
libros de colorear y recortar pero que parecían excesivamente infantiles para
mi edad (no, no quiero decir que me sintiera capaz de realizar las actividades
que proponían de forma correcta) perdidos entre unas portadas y unos títulos
que yo creía que ya no sería posible ver o que alguien editara (aunque fuera
para su exhibición y – quien sabe – venta en un supermercado de una playa levantina,
fuera de temporada). El segundo expositor estaba poblado de novelas que no
tenían mal aspecto (obviamente best-sellers veraniegos) pero todas ellas
estaban en alemán, o en un idioma similar, vamos que los títulos tenían todos
muchas, muchas más consonantes que vocales. Mal íbamos, ya había eliminado los
libros en español y en idiomas varios. Afortunadamente el ultimo expositor era de
best sellers en ingles que obviamente,
para mí, ya es otra cosa aunque, conociendo la población de Piles, no acababa
de entender bien esta poliglotía ni, ya puestos, esta afición por la lectura.
Si todo esto resultaba un poco increíble, encontrar una novela
de John Connolly que todavía no está traducida al español y en paperback (o
rustica, o bolsillo) era algo que solo podía clasificar de inaudito, o citando
a todos sabéis quien, de Inconcebible.
Pero si, allí estaba A Song of Shadows,
otra novela de la serie de Charlie Parker que, por mi afición a las mismas y el
ritmo de producción que mantiene Connolly, ya he comentado varias en este
blog. También estoy casi seguro de haber
comentado que últimamente se estaba excediendo con el tema de lo sobrenatural y
que estaba perdiendo parte de mi interés. Pues nada, afortunadamente me veo
obligado a desdecirme ya que, sin perder el toque sobrenatural de sus
personajes, esta vez ha vuelto a bajar un poco a la realidad (sin excesos, que
cada uno es como es y son novelas fantásticas) y es mucho más agradable.
Reconciliado con el ahora solo quiero que mantenga su ritmo de producción (sé
que ya hay otra editada en paperback, sin traducir), que las siga fabricando
como churros que yo me las seguiré leyendo con la misma satisfacción que puede
dar un buen chocolate con porras (ya, debería haber puesto como churros, pero
yo soy más de porras que de churros y ante todo: sinceridad. Como digo siempre “La sinceridad es muy importante. Si
consigues fingirla lo tienes hecho”).
En cualquier caso, aunque aún no la tengo internalizada para
decirla de forma apropiada a mi carácter, me quedo con esta idea que
desgraciadamente es demasiado certera y descriptiva de algunos conocidos míos:
“He had come to realize that there were those in the world who were so clever that they regarded simplicity as beneath them. If they had to connect two points, the invariably chose to do so by adding a third, making a triangle.”
Pues ya de vuelta de mi primera experiencia solo en Piles
y por la pereza de conducir hasta mi
verdadera librería de referencia, Librería Fuenfría en Cercedilla (de la que un
post de mi amigo Mariano me hace dudar si será la misma desde la que se
alimenta el acueducto de Segovia o si se trata de otra Fuenfría. Aunque yo creo
que no es la misma, esto es una excusa – otra más – para intentar visitar a
Rafa para que me lo aclare), decidí pasarme una vez más por la Librería Méndez
de la Calle Mayor que siempre es una visita agradable, especialmente antes de
que la puerta del Sol se convierta en un tostadero de humanos.
Yo creo que casi todos tenemos una extraña fascinación por
el carácter inglés, entendiendo como ingles no los Hooligans si no las clases
altas de primeros de siglo (XX se entiende pero por si acaso, aclaro) ya sea
por las novelas o por las series televisivas que los muestran como capaces de
decir, en palabras de un personaje de La partida de caza cosas como “¿De que sirve tener un hijo, pensó el señor
Glass, si uno no puede utilizarlo de recadero?” y que en una versión
actualizada (a otros tiempos, que hoy no tendría sentido) es lo que siempre
respondía mi padre cuando sus amigos, o mi madre, le preguntaban porque se
había comprado una tele sin mando a distancia, “¿para qué, para que quiero un
mando a distancia? Si tengo hijos” mientras nos pedía que cambiáramos de canal.
La novela se deja leer bien y como buena novela inglesa deja
perlas de ese servilismo aceptado tan ingles pero desde mi punto de vista
pierde un poco desde que aparece el activista anti caza – aunque lo aprovecha
bien para lanzar un discurso pro caza – y el niño pierde el pato que tiene como
mascota ya que uno no puede evitar leer pensando que alguna tragedia (grande o
infantil) está a la vuelta de la esquina, o de cada página.
En cualquier caso y confiando en que no vuelva a ser tiempo
de elecciones y sin ganas de ponerme a discutir el trasfondo de la reflexión, o
su parecido con la situación actual, me quedo con como un paisano (socialista
según el mismo) le explica al activista su opinión sobre que los campesinos
como el carecieran de voto y por lo tanto no tuvieran representación:
“‘Nunca votaríamos a gente como nosotros.’: esa parecía ser su opinión, aunque también le aseguraron que, en primer lugar, les divertían lucho las reuniones políticas, porque podían hacer mucho ruido sin necesidad de votar y, en segundo lugar, si ellos consiguieran el voto entonces un montón de gente mucho menos sensata también lo conseguiría, ‘los que viven en la ciudad, en los barrios bajos, y los gitanos’; esta no era en absoluto la solidaridad que esperaba encontrar en un buen socialista”
Aunque probablemente debería haber elegido la de Sir
Randolph ya que viene más al caso: “No es
mala idea acostumbrarte a escribir lo que piensas. Así no tienes que molestar a
nadie” pero no estoy seguro de compartirla en su totalidad, o por lo menos
aplicado a mí ya que si bien lo de escribir es divertido, para mi es más
divertido molestar a alguien en directo con ideas mal ajustadas, extraños recuerdos,
o listas de lecturas que escribirlas en la soledad de casa y quedarte con la
duda de saber si alguien las lee. En cualquier caso no son actividades excluyentes
y yo no tengo ninguna duda sobre quien
lee estas cosas (nadie, ni siquiera tú, así que deja de poner esa cara que sé
que no estabas leyendo).
Como os contaba hace poco en Piles me había leído un libro
que compre sin tener ni idea del autor que me había gustado lo suficiente para
hacerme la firme promesa de intentar recordar el autor del mismo en mis futuras
excursiones. Obviamente, ya lo he olvidado un par de veces, pero extrañamente me
acordaba de la editorial (misterios de la memoria) por lo que mire con mucho más interés las novedades
(o no) editoriales de la editorial (Libros del Asteroide) y me arriesgue a
comprar dos de autores que no conocía como le gusta decir a Rafa por lo que no habían
escrito ellos (es decir por lo que se decía en la contraportada y la faja).
El primero fue Montecristo
que supuestamente es un “thriller ambientado
en el mundo de la banca que revela hasta qué punto nuestro sistema financiero
es un castillo en el aire” y que es “el
libro más político de Martin Suter” además de ser “una obra de intriga delicada y de personajes ricos en matices”
entre otras grandes alabanzas y que básicamente es una simple novela
entretenida (sin excesos tampoco en cuanto a entretenimiento) con una trama que
prácticamente se adivina desde el primer momento y cuya originalidad es como la
del guion que ha escrito el protagonista. Ciertamente voy aprendiendo que en
este mundo la gente dice cualquier cosa para vender una novela ya que ni
refleja nada de nuestro sistema financiero (salvo lugares comunes sobre la
maldad del mismo) ni sus personajes tienen ningún matiz (salvo el de ser unos
buenos y otros malos). Eso sí, puede que sea la novela más política del autor,
al fin y al cabo no he leído nada más suyo (visto lo visto, dudo que lo haga)
por lo que hasta donde yo sé puede que el tal Martin Suter se dedique
normalmente a escribir novelas del Oeste en plan Marcial La Fuente Estefanía o novelas rosas tipo Corin Tellano y que este sea realmente
su libro “más político”. No puedo
saberlo, pero si sé que la inclusión de ese “mas”
en la expresión “más político” está claramente
de sobra e induce a error en plan agencia inmobiliaria y sus “muy luminoso” para describir un piso
interior.
Con el segundo, Como
se hizo la guerra de los zombis, he de reconocer que me he deje llevar más
por el propio título y por la posibilidad de que realmente fuera “hilarante
comedia” que por los grandes elogios de los críticos. Os lo confesare, es el
tipo de novela que a la hora de escribir en este blog no me molesta haber leído
ya que simplemente puede decir que es mala, tirando a muy mala y pasar a otra
cosa, a otro libro….
Como esta vez he partido mi blog mensual de libros en dos (además
de hacer uno intermedio sobre discos) pues ahora no tengo más que comentar lo
cual puedo ver que agradecéis ya que vuestros bostezos empezaban a notarse incluso
a este lado de la pantalla así que aquí lo dejo por hoy aunque espero que hasta
antes de final de mes.
A Song of
Shadows – John Connolly
La partida de caza – Isabel Colegate
Montecristo – Martin Suter
Como se hizo la guerra de los zombis – Alexander Hemon
¿Cómo puedes leer tanto? Sólo leer tus notas sobre lo leído por ti en una semana, a mí me lleva una mañana. Asombrado. Me gusta mucho leer cosas que, pese a compartir habitación, yo no sabía, o sabía de otra manera (por su consecuencias, por sus efectos, por alusiones vagas...). Mucho. Yo creo que el problema con Carlos Pujol es que no nos lo merecemos: no parece ni de lejos español un hombre tan culto pero sencillo, tan irónico, tan amable, tan inteligente y al mismo tiempo tan ameno. Su "Jardín inglés", que recordarás bien, es la guerra civil contada como Pimpinela escarlata por el mayordomo Jeeves. Una joya (descatalogada e inencontrable). Allí habla de los indígenas (los españoles) y, como Cervantes, consigue incluso tratar con cariño a "este intratable pueblo de cabreros" como diría Gil de Biedma (quizá con ganas de decir cabrones). En fin, un gusto leer lo leído por ti y que te caigan encima las evocaciones de unos años que están ahí, en una gota de resina, llenos de amigos queridos, de chicas nunca a nuestro alcance, de supercampeones engullidos en la Ría, etc. Abrazón. Rafael (Reig también).
ResponderEliminar... hablo de putas la tacones (en lo de leer mucho, digo); pero vamos supongo que igual es bueno lo de que Fuenfria me pille lejos ya que si no igual acabamos como con la fabrica de chocolate. En todo caso, muchas gracias por lo que dices... me siento casi abrumado (pero muy contento).
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