Antes de volverme de Piles, incluso antes de escribir ese
post extra de Junio cuando ya no me quedaba nada que leer (perdón, que releer)
me acerque en bicicleta al supermercado de Piles (realmente al hipermercado que
está en la carretera ya que en Piles, playa, hay un supermercado – el Super
Patri - que la verdad es que evito visitar. No sé bien porque. Simples manías
de lugareño, supongo. Aunque yo sea de otro lugar).
Por supuesto que no era la primera vez que en este viaje iba
en bici ya que, como he comentado, uno de mis objetivos era ver si volvía a
montar en bici y revolver la duda de si era capaz de ir y volver hasta el super
(o mejor dicho: hiper, bueno vamos al Consum) sin problemas.

Por cierto, lo soy, pese a mi lamentable estado de salud (mental y física), soy capaz de ir entre ambos puntos básicos
de la geografía pílense Sin problemas, eligiendo bien la hora ya que dudo de
que sea capaz de hacerlo en pleno verano y a las cuatro de la tarde como esos biciclistas que parecen querer morir
deshidratados o de insolación esperando que el seguro lo considere un accidente
e indemnice a sus familias con algo que les permita, pese al dolor por perder a
un ser querido, celebrar la eliminación de un claro candidato a los premios
Darwing.
En cualquier caso, a lo que íbamos (yo al hiper, vosotros no
tengo ni idea) esta vez no necesitaba comprar nada en concreto – ya tenía suficientes
provisiones para los días que me quedaban – pero me había parecido ver que
junto a las cajas (donde normalmente se ponen los productos esos que uno coge
casi solo porque está esperando) tenían un par de expositores de libros de
bolsillo y parecía una posibilidad a estudiar.
Increíblemente mi memoria tenía razón y allí, junto a las
cajas, parecía que estaban los expositores, con sus libros si bien yo pensaba
disimular eso de que mi visita era para comprar libros que no quería parecer yo
un intelectual en bicicleta (no confundir con un intelectual en La Bicicleta, que eso es otra cosa). Así
que tras dar una vuelta por el supermercado y coger algunos productos para
disimular, no como el que va a una farmacia a por condones y se compra la mitad
antes de pedirlos sí no más bien como un hombre
de verdad al que le han encargado comprar tampones y antes de pedirlos,
pues se compra tres cuartas partes de la farmacia, me hice con unas tarrinas de
helado y algunas otras cosillas de ese tipo que siempre resultan agradables. Ya de camino a la caja y como si fuera un
pensamiento de última hora (no, en mi afán por disimular no llegue a silbar
pero estuve cerca) me pare a mirar los expositores.
En el primer expositor lo más apetecible que había eran unos
libros de colorear y recortar pero que parecían excesivamente infantiles para
mi edad (no, no quiero decir que me sintiera capaz de realizar las actividades
que proponían de forma correcta) perdidos entre unas portadas y unos títulos
que yo creía que ya no sería posible ver o que alguien editara (aunque fuera
para su exhibición y – quien sabe – venta en un supermercado de una playa levantina,
fuera de temporada). El segundo expositor estaba poblado de novelas que no
tenían mal aspecto (obviamente best-sellers veraniegos) pero todas ellas
estaban en alemán, o en un idioma similar, vamos que los títulos tenían todos
muchas, muchas más consonantes que vocales. Mal íbamos, ya había eliminado los
libros en español y en idiomas varios. Afortunadamente el ultimo expositor era de
best sellers en ingles que obviamente,
para mí, ya es otra cosa aunque, conociendo la población de Piles, no acababa
de entender bien esta poliglotía ni, ya puestos, esta afición por la lectura.

En cualquier caso, aunque aún no la tengo internalizada para
decirla de forma apropiada a mi carácter, me quedo con esta idea que
desgraciadamente es demasiado certera y descriptiva de algunos conocidos míos:
“He had come to realize that there were those in the world who were so clever that they regarded simplicity as beneath them. If they had to connect two points, the invariably chose to do so by adding a third, making a triangle.”
Pues ya de vuelta de mi primera experiencia solo en Piles
y por la pereza de conducir hasta mi
verdadera librería de referencia, Librería Fuenfría en Cercedilla (de la que un
post de mi amigo Mariano me hace dudar si será la misma desde la que se
alimenta el acueducto de Segovia o si se trata de otra Fuenfría. Aunque yo creo
que no es la misma, esto es una excusa – otra más – para intentar visitar a
Rafa para que me lo aclare), decidí pasarme una vez más por la Librería Méndez
de la Calle Mayor que siempre es una visita agradable, especialmente antes de
que la puerta del Sol se convierta en un tostadero de humanos.

La novela se deja leer bien y como buena novela inglesa deja
perlas de ese servilismo aceptado tan ingles pero desde mi punto de vista
pierde un poco desde que aparece el activista anti caza – aunque lo aprovecha
bien para lanzar un discurso pro caza – y el niño pierde el pato que tiene como
mascota ya que uno no puede evitar leer pensando que alguna tragedia (grande o
infantil) está a la vuelta de la esquina, o de cada página.
En cualquier caso y confiando en que no vuelva a ser tiempo
de elecciones y sin ganas de ponerme a discutir el trasfondo de la reflexión, o
su parecido con la situación actual, me quedo con como un paisano (socialista
según el mismo) le explica al activista su opinión sobre que los campesinos
como el carecieran de voto y por lo tanto no tuvieran representación:
“‘Nunca votaríamos a gente como nosotros.’: esa parecía ser su opinión, aunque también le aseguraron que, en primer lugar, les divertían lucho las reuniones políticas, porque podían hacer mucho ruido sin necesidad de votar y, en segundo lugar, si ellos consiguieran el voto entonces un montón de gente mucho menos sensata también lo conseguiría, ‘los que viven en la ciudad, en los barrios bajos, y los gitanos’; esta no era en absoluto la solidaridad que esperaba encontrar en un buen socialista”
Aunque probablemente debería haber elegido la de Sir
Randolph ya que viene más al caso: “No es
mala idea acostumbrarte a escribir lo que piensas. Así no tienes que molestar a
nadie” pero no estoy seguro de compartirla en su totalidad, o por lo menos
aplicado a mí ya que si bien lo de escribir es divertido, para mi es más
divertido molestar a alguien en directo con ideas mal ajustadas, extraños recuerdos,
o listas de lecturas que escribirlas en la soledad de casa y quedarte con la
duda de saber si alguien las lee. En cualquier caso no son actividades excluyentes
y yo no tengo ninguna duda sobre quien
lee estas cosas (nadie, ni siquiera tú, así que deja de poner esa cara que sé
que no estabas leyendo).
Como os contaba hace poco en Piles me había leído un libro
que compre sin tener ni idea del autor que me había gustado lo suficiente para
hacerme la firme promesa de intentar recordar el autor del mismo en mis futuras
excursiones. Obviamente, ya lo he olvidado un par de veces, pero extrañamente me
acordaba de la editorial (misterios de la memoria) por lo que mire con mucho más interés las novedades
(o no) editoriales de la editorial (Libros del Asteroide) y me arriesgue a
comprar dos de autores que no conocía como le gusta decir a Rafa por lo que no habían
escrito ellos (es decir por lo que se decía en la contraportada y la faja).


Como esta vez he partido mi blog mensual de libros en dos (además
de hacer uno intermedio sobre discos) pues ahora no tengo más que comentar lo
cual puedo ver que agradecéis ya que vuestros bostezos empezaban a notarse incluso
a este lado de la pantalla así que aquí lo dejo por hoy aunque espero que hasta
antes de final de mes.
A Song of
Shadows – John Connolly
La partida de caza – Isabel Colegate
Montecristo – Martin Suter
Como se hizo la guerra de los zombis – Alexander Hemon
¿Cómo puedes leer tanto? Sólo leer tus notas sobre lo leído por ti en una semana, a mí me lleva una mañana. Asombrado. Me gusta mucho leer cosas que, pese a compartir habitación, yo no sabía, o sabía de otra manera (por su consecuencias, por sus efectos, por alusiones vagas...). Mucho. Yo creo que el problema con Carlos Pujol es que no nos lo merecemos: no parece ni de lejos español un hombre tan culto pero sencillo, tan irónico, tan amable, tan inteligente y al mismo tiempo tan ameno. Su "Jardín inglés", que recordarás bien, es la guerra civil contada como Pimpinela escarlata por el mayordomo Jeeves. Una joya (descatalogada e inencontrable). Allí habla de los indígenas (los españoles) y, como Cervantes, consigue incluso tratar con cariño a "este intratable pueblo de cabreros" como diría Gil de Biedma (quizá con ganas de decir cabrones). En fin, un gusto leer lo leído por ti y que te caigan encima las evocaciones de unos años que están ahí, en una gota de resina, llenos de amigos queridos, de chicas nunca a nuestro alcance, de supercampeones engullidos en la Ría, etc. Abrazón. Rafael (Reig también).
ResponderEliminar... hablo de putas la tacones (en lo de leer mucho, digo); pero vamos supongo que igual es bueno lo de que Fuenfria me pille lejos ya que si no igual acabamos como con la fabrica de chocolate. En todo caso, muchas gracias por lo que dices... me siento casi abrumado (pero muy contento).
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