viernes, 24 de agosto de 2018

Comentario de textos Julio 2018


Creo que este es el mes que más tarde empiezo a escribir (en la tarde del día 20), tan tarde empiezo que hay alguna de mis lecturas para las que mis recuerdos son, ya escasos, por no decir inexistentes. La verdad es que no tengo mucha excusa, salvo la de haber estado ocupado completando mi lista de visitas a los continentes visitables. Ya puedo decir que he estado en los cinco continentes clásicos (o en los seis, según cuente cada uno los continentes); solamente me queda la Antártida y ya veremos si no acabo acercándome un día de estos. Ya, tampoco parece gran cosa, lo sé, pero que es mucho más si tenemos en cuenta que a mí no me gusta especialmente viajar, o por lo menos viajar solo.

Por otra parte debido a los dos días que he pasado metido en aviones (por aquello de acercarme hasta ese quito continente que esta en las antípodas); a los días que he pasado en Piles a la vuelta y a las tardes lluviosas de Auckland, que no hacían demasiado tentador el pasearlas (tampoco es que fueran especialmente tentadoras en los días soleados, las tardes en Auckland, digo) pues el caso es que tengo bastante tarea atrasada en cuanto a libros.

Por si esto fuera poco también tengo tarea en cuanto a música ya que o me conformo con poneros dos temas (los correspondientes a la K) o me tengo que enfrentar a la letra L que, sospecho, es una de las letras con más grupos (incluso quitando los prefijos propios del español).

Y eso por no hablar de las historias asociadas a muchas de las canciones que aparecen en estas letras, entre las que están algunas de mis favoritas (historias, no canciones) y de las que no me va a dar tiempo a comentar como es debido, si quiero mantener esta entrada en una longitud razonable.

Empecemos pues con una canción infinitamente hortera cantada por todo un personaje al que no pude ver en directo cuando visito Madrid con la Gira Stiff de 1980 (si, aquella con Tempole Tudor, Any Trouble, Dirty Looks y similares) ya que por esas cosas del incomprensibles inlcuso en un año de hace tanto tiempo había en Madrid dos buenos conciertos a la vez. El otro concierto era un homenaje a Mario Armero, conocido – por muchos- como un imprescindible locutor de radio de los primeros tiempos de la movida madrileña (no en aquellos años, que por supuesto esta denominación no existía), y también conocido – por menos, eso si – como uno de los primeros mafiosos de aquella y enl que iban a actuar su caterva de grupos, sus acólitos: Nacha Pop, Mama, Los Secretos y otros.

El caso es que no se bien porque (posiblemente por razones monetarias de financiación, o probablemente por hacer de buen hermano) decidí acudir con mi hermana Maite al concierto homenaje, en lugar de a la gira Stiff. Decisión, o elección, de la que todavía me arrepiento ya que no solo no conseguimos ver todos los conciertos del homenaje (ya que Maite no soportaba el agobio de la sala y tuvimos que salir a mitad) si no que luego tuve que soportar las burlas de Jacobo durante varios años por haberme perdido no ya a los grupos excelentes que tocaban, algo completamente comprensible que hasta yo mismo sigo echándome en cara; sino incluso aguantar que el concierto de los Equators había estado bien, incluso a la altura del resto (la típica maldad entre amigos ya que, salvo honrosas excepciones, a ninguno de los dos nos gustaba, ni nos iba a gustar – hasta ahí podíamos llegar - el Ska, por muy británico que fuera) cosa que obviamente ponía, y sigo poniendo en duda. En cualquier caso cada vez que oigo esta canción me entran unas ganas incontenibles de divertirme y de hablar un idioma extranjero de una forma tan divertida (algo que seguramente, pese a lo que diga mi vanidad, hago siempre que hablo en Ingles).


Pero bueno ya que estamos en la letra K y hablando de conciertos resulta inevitable colocar aquí una canción de Kortatu (me ahorro el Sarri, Sarri para evitar extravagantes reivindicaciones políticas en estos tiempos revueltos de este segundo post franquismo que vivimos) y ya hablaremos otro día (aunque igual ya lo hemos hecho, mi memoria es más que lamentable) de este último concierto en Caminos (si bien, no el ultimo realmente; si el ultimo verdaderamente significativo). Que conste que de momento el título de la canción no se lo aplico a Auckland, o al menos no de momento, ya que no voy a decir nada de Auckland hasta que no se aclaren las cosas y sepa si tengo que cogerle cariño, o no (que no quiero ser el típico que cuando un amigo le dice eso de “no es mi novia” se lanza a criticarla sin dejarle terminar la frase esa que acaba con “nos hemos casado”; quedando como un auténtico bocazas); tampoco se la aplico al Madrid de aquellos años – en el que todo era nuevo, incluso mis años – así que solo nos queda el Madrid de hoy; y si, eso podría ser.



Pero, volviendo a las lecturas el caso es que, como recordareis, empecé el mes en Piles y la verdad es que lo empecé con cierta prevención frente a Las doce balas de Samuel Hawley, ya que una historia de un padre y una hija adolescente (o pre adolescente, que esa línea parece que se difumina cada día más y ya nadie sabe dónde empieza una y termina la otra, salvo por supuesto los adolescentes y los pre adolescentes) con un toque Tarantino no parecía una gran elección. Y aquí empiezan mis problemas ya que ahora mismo no recuerdo nada especial de esta novela, lo que sin duda significa que en su momento me pareció mala, o por lo menos maleja, sin gracia y sin nada especial. Pero mis problemas continúan porque en mi móvil hay una foto de una página que debe de ser de este libro y que sin embargo el mes pasado adjudique a otro libro erróneamente, o al menos eso creo. En fin, que ya no se puede estar seguro de nada.





Bueno una de las cosas de las que siempre se puede estar seguro es de que soy un vago y un mal porteador ya que siempre que voy a Piles me acabo quedando corto de lecturas y he de rebuscar entre los libros que hay por allí para entretenerme por lo menos un día o un par de ellos. Aunque pensaba que ya me había leído casi todo lo que hay allí (salvo por supuesto los libros que me niego a leer, por razones diversas que tampoco vienen al caso) me encontré con El secreto de Gray Mountain, novela entretenida en el sentido en el que lo son los best-sellers más clásicos de la que tampoco os puedo comentar mucho salvo la obviedad que se deja leer de forma entretenida.

Hablando de clásicos, aquí va ese clásico inevitable de los Long Ryders que habla de expediciones y expedicionarios (que no, que por muy calenturienta que sea vuestra mente – como la mía –Lewis y Clark no eran pareja; o al menos no son pareja heterosexual, aunque todos sospechemos que algo tuvo que haber entre ellos en esos viajes tan largos por esas tierras tan frías e inhóspitas).


La primera mano que sostuvo la mía, la escogí porque últimamente casi todo lo que leo de esta editorial (Libros del Asteroide) no solo me es desconocido si no que me gusta bastante o al menos eso es lo que mi memoria me dice cuando estoy escogiendo libros, aunque respecto a los libros yo soy como la protagonista y “hay momentos en los que la vida desparece por un agujero y no recuerdo lo que ha pasado. Por ejemplo, no me acuerdo de una cosa tan poco importante como que he tenido un hijo” y es posible que los autores de esta editorial ya no me sean totalmente desconocidos (creo que ya tengo varios libros del mismo autor, no del de esta novela, de otras) y tambien es posible que el porcentaje de libros de esta editorial que me gusten no sea tan elevado como lo es en mi recuerdo ya que este no me ha gustado prácticamente nada. Pero estas cosas nos pasan a todos, o ¿quién es capaz de decidir si esta canción (la primera vez que la oyó, me refiero; no ahora con la distancia) le gusto o le aberro? y ¿quién es capaz de decir que no le gustan los Lords of the New Church, con ese nombre tan chulo y su reputación?



Eso si, ahora mismo, viendo los libros leídos y mis notas sobre los discos de la colección de Álvaro, si os puedo asegurar dos cosas:

La primera es que La Investigación es una mierda de novela, o por hacer caso a la contraportada: una mierda de fábula. No es que la historia sea digna, o indigna de un niño de diez años, ni que el llamar a los protagonistas por sus actividades, sin ponerles nombre, resulte cansina e infantil, ni que la moraleja en el caso de haberla sea de una simpleza infinita (o más bien de una simpleza nula, ya que el concepto de infinito no es ninguna simpleza); no, lo peor para mi es que, aparte de todo esto, el autor estropee una gran referencia cinematográfica con esa corrección semántica de “No tenía mucho que perder. Al fin y al cabo, si estaba muerto, no podía estarlo más, dado que la muerte, se dijo, era un estado que no admitía superlativos. No se puede estar muy muerto ni extremadamente muerto. Uno está muerto y punto.” ¿De verdad? Venga hombre y ¿Qué pasa con Wesley y el milagroso Max? Un poco de cultura contemporánea en vez de tanta tontería. Al cine, o a ver la televisión cualquier navidad, lo mandaba yo para que comprendiera que se puede estar “muerto, o totalmente muerto”.

La segunda cosa que os puede asegurar es que el primer disco de Lloyd Cole sigue siendo un disco fascinante,  incluso en una tarde soleada pero que mejora mucho en una noche de lluvia (no necesariamente en Madrid, listillos, que sois como los toros… al primer trapo embestís sin tan siquiera tomar aire para la carrera) y por si alguno lo duda o no lo recuerda, aquí va uno de esos temas apabullantes que probablemente ni siquiera es el mejor del disco.


A mi vuelta de Piles tenía que empezar a preparar mi viaje a Nueva Zelanda, al que prometo dedicar una, o más, entradas posteriores ya que es país bastante extravagante, tan extravagante era todo que yo ni siquiera me di cuenta  (me lo hizo notar Álvaro a la vuelta) de que en los billetes ponía directamente “Te Putea Matua”, para referirse al Banco Central de Nueva Zelanda (o de Aotearoa que, para ampliar vuestra cultura , es como los nativos, ,os Maorís, denominan a Nueva Zelanda), algo que si bien, probablemente, no deja de ser cierto pues resulta excesivo reconocerlo tan explícitamente o para cualquier hispano hablante (especialmente para aquellos, que seguro que los hay, que se llamen Matua o para los Mateo que se puedan sentir aludidos). Es verdad que todo está del revés allí, no solo las cosas que uno sabe y espera (como el trafico) si no cosas más estúpidamente pequeñas como que hacia el Sur hace más frio y hay más montañas o que la gente es verdaderamente educada y respetuosa. No, no puedo confirmaros si realmente el agua des desagüe gira en sentido contrario ya que no tengo muy claro en qué sentido gira aquí y… bueno, se me olvido comprobarlo. Uno no puede estar en todo, ni siquiera en todos los temas “profesionales”. Ya os lo mirare, si vuelvo; o ya lo miráis vosotros si al final venís a visitarme (si es que me voy, que no estoy adelantando acontecimientos y nada está decidido; ni a medio decidir, ni nada).

No es que los preparativos que tuviera que hacer fueran muchos (me habría gustado probar a conducir por el lado correcto de la calzada para ir con confianza si tenía tiempo de alquilar un coche para hacer excursiones por el campo que parece que es lo más interesante de Nueva Zelanda, pero esto no es una tarea fácil, o dicho en modo Rajoy  es una tarea difícil, o en modo Hernandez y Fernandez, yo aún diría más, no es una tarea fácil), poco más que hacer la maleta y, dada mi edad y condición de salud, una bolsa de medicinas variadas y poco más.

Bueno, también me apetecía conseguir algo que leer en Ingles, idealmente en Ingles de Nueva Zelanda, para ir practicando en el viaje en avión, algo que inevitablemente me llevaría a volver a cometer mi característica doble traición, a mis dos librerías de referencia, para no tener que depender de las escasas novelas en ingles que hay en los kiosquillos del aeropuerto de Barajas (algo lamentable para un aeropuerto de esta entidad, e incluso para un aeropuerto regional).

Para consumar la traición me decidí por acercarme a una librería de Alonso Martinez que me sonaba tenían libros en inglés y en más idiomas: de hecho estaba convencido (esta vez con acierto) que se llamaba librería internacional. Por supuesto entre sin fijarme mucho y nada más entrar me asaltaron las dudas de si no debía haberme fijado un poco más y no meterme en una librería cualquiera,  ya que en la planta de calle (la misma que no tenía la relojería Enrique Busian, según sabemos todos que alguna vez hemos oído la radio)  no había libros más que en Español y de temas extravagantes. Esto me parecía algo raro para una librería internacional.  Afortunadamente y como ando en pleno proceso de cambio vital, aproveche mi lado femenino (ya que no parecía haber un plano o mapa que consultar con mi lado masculino) y le pregunte al dependiente que amablemente (por decir algo y ser algo más amable que él) me dirigió al sótano de la librería (los genios del marketing y de la colocación no dejaran nunca de sorprenderme).

Y si, era allí, en el sótano de la librería internacional, donde por extraño que pueda parecer estaban las diferentes secciones de literatura en idiomas varios y en la de ingles me sorprendió encontrar una novela de Connolly que no era de la serie de Charlie Parker ni de las otras series conocidas. La novela en cuestión: he, es una semi-biografía de Stan Laurel, el flaco, de El Gordo y el Flaco, aclaro, por si hay algún lector que anda flojo de historia del humor, del cine o en general de historia, digamos, contemporánea básica. La verdad es que es interesante de leer (su devoción por Chaplin, la de Stan Laurel, digo,  me resulta fascinante ya que a mí no es que me guste demasiado) y se nota el oficio de un escritor que la hace, más o menos, entretenida. Con todo, a mí la verdad es que no me ha llegado mucho. Probablemente por culpa mía y de mi desconocimiento de gran parte de la historia del cine, o por época debería decir del cinematógrafo. Estoy seguro de que para gente con más cultura, mejor dicho con una incultura menos enciclopédica que la mía, debe de ser fascinante. Con todo me encanta esta descripción de la industria del cine (concretamente la del productor Hal Roach, que obviamente era llamado cucaracha y no por ser tuno precisamente) que creo es aplicable al resto de industrias del entretenimiento (música, arte, literatura, etc.): “Hal Roach operates a manufactory and its machines must be fed. They are voracious consumers of ideas. They seek novelty, but only to replicate it. They demand variety, but only if it can conform to a set rule”. Un grave problema de difícil solución, ya que cada uno de nosotros lo amplifica al buscar la novedad y la variedad pero dentro de lo que siempre nos ha gustado, de nuestro propio conjunto de reglas, de estándares.

Pese a mi incultura del cine (matógrafo) clásico, mi incultura musical, siendo grande no lo es tanto,  me permitio alegrarme al encontrar en  la colección de discos de Álvaro ese clásico que empieza con ese fenomenal “people think I am the life of the party…” que luego siempre nos arranca (al menos a mí que soy un tipo sensible, con un lado femenino que me permite preguntar a dependientes) unas lagrimitas que al parecer dejan huella (por cierto que no sé porque pero la canción tarda en empezar, no os pongáis nerviosos).


Aunque me había comprado otro libro en inglés, para hacer que la traición fuera doble en todos los sentidos, la verdad es que con este conseguí llegar hasta Auckland sin problemas ya que viajaba por la noche y para no parecer el más raro del avión decidí, además de no sacar mi cuaderno de notas, hacer como que veía alguna película (que así también practicaba mi ingles oído, otra asignatura pendiente) e incluso disimular que dormía un rato (probablemente quedándome dormido, como buen actor del método que soy).

Como ya he comentado no quiero hablar mucho de Auckland (de momento) pero solo diré que se supone que es una ciudad de 1,3 millones de habitantes y que pese a que yo soy un tipo andarín al que le gusta patearse las ciudades (normalmente hasta los límites de los mapas oficiales u oficiosos) me costó encontrar una librería decente en la ciudad y para encontrar la segunda, la única anunciada como “independiente”, tuve que salirme del mapa oficial por bastante, hasta una zona residencial llamada Mount Eden (Auckland no es una ciudad, en un sentido europeo, sino que es un conjunto de núcleos pequeños unidos entre sí pero separados por descampados, zonas industriales e incluso cementerios) y llegar a la librería Time Out.

Como yo no soy mucho de saludar, ni de preguntar (pese a mi lado femenino ya mencionado) me dedique a recorrer la librería (bueno, recorrer, recorrer; no, ya que es pequeñita) hasta localizar la sección de escritores Neozelandeses ya que me apetecía leer cosas locales. Me hice con unos cuantos libros, escogiéndolos tras una cuidadosa valoración del título, la portada e incluso una rápida lectura de la contraportada y cuando ya tenía mi pequeño montoncito me acerque a la cajera y de la que escaneaba los códigos para cobrarme aproveche para preguntarle lo obvio (ya que no lo había hecho al entrar) ¿Qué si me recomendaba algún autor contemporáneo neozelandés? que no conocía ninguno y que me apetecía intentar aprender cómo funciona el cerebro de los locales ya que tengo la teoría de que se aprende más de cómo funciona una sociedad o de cómo es la gente de verdad, leyendo ficción que leyendo, digamos, una guía de la ciudad e incluso hablando con los nativos (pese a que ella no era Maorí tuve el cuidado de no referirme a ellos como aborígenes, ya que aún no sabía si los neozelandeses son, o no, susceptibles con este tema. No, no parecen serlo).

Como no puede ser menos con gente de origen anglosajón, nos pusimos a charlar de esas cosas típicas entre turista y nativo y resulto que había estado en España, en Barcelona, para asistir al Primavera Sound; algo que he de reconocer me pareció increíble ya que eso de recorrerse medio mundo para ir a un festival me parecía demasiada locura por muy indie que uno sea y por muy aislado que viva en una isla. Si, si, ya se, ya se, por donde vais y  eso de la mota y la viga… y que un tipo que se ha recorrido medio mundo solo para ver si le ofrecen algún trabajo interesante no es quien para criticar los motivos de viaje de nadie, ni siquiera de una indie, ni tan siquiera de una indie casi seguro lesbiana (afirmación que no pretende ser peyorativa, ni valorativa, sino solo enunciativa ya que el otro sitio que había visitado de España era Sitges y sus recomendaciones lectoras tiraban – como más tarde comprobaría – hacia la literatura de género, o como se diga).

En cualquier caso me di mi paseo de vuelta hasta el apartamento y me dispuse a leer una de sus recomendaciones: The new animals, que me apetecía bastante ya que la acción se sitúa en Auckland, en la actualidad y , pese a que sus protagonistas son millennials preocupados por la moda y por lo tanto no exactamente interesantes para mí, igual me aportaba alguna idea de hacia dónde dirigir mis pasos en las noches de Auckland, mas allá de la zona del puerto, si no para unirme a un grupo de millenials por lo menos por simple cotilleria social. La verdad es que la historia, como era esperable, no consiguió interesarme; tampoco me resultaron especialmente interesantes los personajes ni el estilo ni el tono de la escritura; y encima la zona en la que pasan la acción, K-Road, que en la novela se describe como una zona llena de gente y vida nocturna era bastante inhóspita para el estándar de una ciudad como Madrid,  y en ninguna de las veces que la visite (varias a distintas horas) no conseguí encontrar la actividad que se describe en la novela (igual este año ya no es una zona de moda, o los aborígenes son astutos y se esconden al olor de los turistas ávidos de color local o sedientos de oír una buena canción; nunca se sabe con estos Abo).

Pese a la decepción de K-Road en cuanto a la vida nocturna de Auckland si conseguí encontrar un par de sitios, escondidos en callejones no recomendables,  en los que si bien no se podían escuchar canciones como esta de los Lem Price 3, si se podían escuchar algunos temas de sus “padres espirituales”  (me refiero para los de oído duro a The Jam, entre otros):


Tras esta experiencia con las recomendaciones de la librera decidí darle una oportunidad a una de mis elecciones al azar: A line too far, novela que había escogido pese a que la acción de la misma se sitúa en Australia (que no es lo mismo que Nueva Zelanda y que de hecho no esta tan cerca cómo nos parece desde este lado del globo) porque su premisa tenía un aire a una de Murakami (el bueno, no el que estáis pensado) que ya me había leído.

En esta unos comandos chinos se hacen con la mitad de Australia sin ninguna violencia, llegando a las bases militares en autobús turísticos y tomándolas por sorpresa tomando como rehenes a los soldados de las mismas, para luego reclamar que Australia pacte con ellos la entrega de la mitad del territorio (en la de Murakami son unos comando coreanos los que invaden unas islas japonesas sobre las que reclaman la soberanía, en plan batalla de Perejil). Pese a que la zona de Australia que invaden apenas tiene población, solo tiene muchos recursos naturales sin explotar, tampoco es aceptable regalársela a los chinos por lo que el primer ministro llega a una solución bastante demencial que no es contare, no sé bien si por no estropearos la novela (aunque dudo que llegue a traducirse) o bien por dejaros con la intriga y la duda ya que es divertida de leer (quien sabe igual si la traducen, o hacen una película) o tal vez solo por hacerme el cultureta interesante. A mí personalmente me ha encantado  la descripción de la multiculturalidad de “Australia: another great melting pot of people where the temperature had never been enough to dissolve racism and prejudice” por aquello de su aplicabilidad a muchas otras zonas, incluso con menor temperatura, en las que la multiculturalidad no ha conseguido eliminar estos males.

Si bien el orden de una discografía (o de un colección de discos, si fuera el caso; que no lo es porque todos sabemos que Álvaro no colección discos, ni cosas en general) es muy personal me sorprendió mucho encontrar en la letra L un recopilatorio (Let’s Active) de IRS, una discográfica o distribuidora muy, pero que muy ochentera, y en cierta medida “combativa” y me alegro volver a escuchar a The Alarm, un grupo de esos que a mí me gustan desde siempre pero que aún no he encontrado a nadie más a quien le gusten y que viene bien para ambientar una novela de invasiones.

Ahora que me doy cuenta veo que en Auckland tampoco leí tanto como me había parecido, supongo que al final entre unas actividades y otras estuve más ocupado de lo que tengo la sensación de haber estado, ya que solamente me dio tiempo a empezar el otro libro que había comprado en Madrid: Madness is better than defeat, antes de empezar a empaquetar los libros y ropas para volver a encerrarme durante un día en un par de aviones de vuelta (quien sabe si temporalmente) a este país demenciado con mis dementes compatriotas de los que me sentía tan distante en el cambio de avión en Dubái (y solo llevaba diez días sin haber tratado con ningún español) que me produjo un verdadero shock cultural (el encontrarme tras varios días sin tratar con compatriotas, encontrarme a la espera de  un avión que se iba a llenar de españoles, muy  y mucho españoles). En cualquier caso, ya hablaremos, si eso, otro día, de nuestros compatriotas y de cómo son (somos, me temo aunque no me guste; pero unos más que otros) mi toma de contacto con ellos me convenció de que tiene que existir vida en otros planetas, ya que claramente la tierra es el manicomio de la Galaxia y España es el ala de casos especiales, de los casos irrecuperables me temo.

La novela es de esas bastante delirantes y divertidas, desde la premisa inicial, que ciertamente merece la pena leer, aunque combine cosas excelentes con cosas más flojillas e incluso previsibles y ya conocidas. Entre las mejores, para mi,  esta reflexión sobre la escritura de informes en organismos oficiales, concretamente en la CIA: “The agency generates millions of pages of documents a year, much of that in the form of first-person narratives, and although the internal literature of the agency may never had its Modernist or its Beat period, it’s absurd to suppose that a bunch of neophiliac college-educated guys at their typewriters would be totally unaffected by what’s going on out at the publishing houses that in some cases they’re secretly funding.”

Estoy convencido que aquí existe un tema de tesis interesante y que un estudio de la evolución del lenguaje en los informes de inteligencia (o de otros ámbitos) seria verdaderamente divertido de leer, a la par que educativo. Mucho más interesante, eso seguro, que leer este blog del que hoy me despido con este tema de Power-Pop de The Look, casi en forma de agradecimiento por seguir hasta aquí conmigo, si es que alguno lo habéis conseguido, o como petición para otras entradas u otros días, o alguna opinión: “Be with me”.



Lecturas:

Las doce balas de Samuel Hawley – Hannah Tinti
El secreto de Gray Mountain – John Grisham
La primera mano que sostuvo la mía - Maggie O’Farrell
La investigación – Philippe Claudel
He – John Connolly
The new animals – Pip Adam
A line too far – B.C. Colman
Madness is better than defeat – Ned Beauman

2 comentarios:

  1. Pues en plan fan, para corregir antiguos malentendidos y acallar los maledicentes rumores sobre mi falta de atención te diré que si , que ya hablaste de aquel concierto. Concretamente , aquí: http://apoptosis-b.blogspot.com/2014/04/controlando-accesos-1986-2014.html

    Y , una preguntilla tonta al hilo de lo que comentas "Ya que tengo la teoría de que se aprende más de cómo funciona una sociedad o de cómo es la gente de verdad, leyendo ficción que leyendo, digamos, una guía de la ciudad e incluso hablando con los nativos" Si tu fueras dependiente de una librería del Reino de España y un turista te pidiese consejo con el mismo propósito con el que tu se lo pediste a la moderneta ¿Que le aconsejarías?

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    1. Como te comentaba el otro dia... la pregunta ofende. Obviamente solo hay una respuesta correcta: Rafael Reig.... cualquier otra opcion esta equivocada.
      Pero vamos que psin contar familia, como te decia para mi Chirbes. Sin duda.

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