Ya casi estamos a mediados de marzo y compruebo que tengo una pequeña montañita de lecturas por comentar, atrasadas desde diciembre. La verdad es que no estoy seguro de que el término “pequeña” ni siquiera seguido del “montañita” hagan justicia a lo que tengo atrasado ya que se trata de once, si: once libros. Es verdad que muchos de ellos son cortos, pero… once libros en un mes no está nada mal. Tampoco es que sea para presumir si consideramos que durante el mes de diciembre pues pase bastantes días solo, aislado, pero con obreros trabajando, en Piles.
En fin, pues eso que me gustaría comentar que parece que las
obras de Piles ya están “acabadas”, aunque todavía les queda un poco a los
obreros (espero que ya este puesto el suelo y las puertas del piso de arriba,
pero no me atrevo a llamar al obrero para confirmar si esa esperanza es real o
vana; igual la semana que viene si no me informa mi sobrino que parece que, al
final, será el primero en ver la obra acabada y que espero que de alguna
opinión; será por tener esperanzas de algo) y luego viene casi la peor parte ya
que todavia queda pintar (que igual lo subcontratamos), colocar la cocina de
arriba y lo peor de todo: comprar muebles, lámparas y esas cosas de decoración
(por supuesto también queda recibir la opinión del resto de los miembros de la
familia, incluso para estos temas, pero, bueno, eso no quiero no pensarlo).
También por supuesto me gustaría hablar de la majadería esa
de los herederos de Roald Dahl, algo sinceramente incomprensible y que cada vez
que lo pienso me recuerda lo estúpidos que nos estamos volviendo (no, no a
nivel individual sino a nivel colectivo, aunque igual o primero también, pero
son cosas de la edad). No tengo palabras para una estupidez como esta y,
desgraciadamente, para otras que suceden como la de ese hospital americano en
el que les parecía que el hielo tenia mal sabor (un sabor como a cloro) así que
se les ocurrió la genial idea de instalar un sistema de filtración para eliminar
el sabor (a cloro, repito) y bueno… pues han muerto tres personas simplemente
porque el agua supiera “mejor” ya que el sistema de filtración pues, eso, que
eliminaba el cloro. Creo que después de la cagada de Flint donde decidieron que,
para ahorrar en lugar de seguir comprando agua tratada a Detroit, pues se
hacían ellos una toma directa, mucho más barata (que Detroit les cobraba por
tratarla y darles garantías de calidad) y tan ricamente. Una idea genial, salvo
por el pequeño detalle de que esa agua no era adecuada para el tipo de
conducciones que tenían con lo que consiguieron contaminar toda la red de agua
y, si no recuerdo mal, aquello acabo con más de una docena de muertos. En fin,
cada uno a lo suyo; yo voy a empezar a comentar mis lecturas que, ya, si eso,
pues hablamos de estupidez otro día.
Aunque no tengo muy claro el orden de lecturas, se me
mezclan las visitas a Piles con los dias en Madrid creo que mi primera lectura
sobre Los cerros de la muerte, la primera
novela (como no, una trilogía) de Offutt,
un autor del que había leído un libro de cuentos por recomendación explicita de
mis libreros de referencia (digo explicita ya que entiendo que las cosas que
están a la vista son recomendaciones implícitas pero esta me la recomendaron
desde el suelo de la librería) y otra novela que estaba había buscado expresamente
en mi librería de referencia (ya sabéis, la Librería Méndez en la calle mayor,
donde os esperan con alegría – bueno, con la alegría de los libreros que
tampoco es así como mucha, para que engañarnos) para sguir completando la
colección de esta autor a seguir.
Es verdad que esta (y la otra del mismo autor que he leído
este mes: Los Hijos de Shifty) me ha
apasionado menos que el descubrimiento, pero esto, más que culpa de la novela,
es seguramente culpa mía por intentar leerme toda la obra de un tirón (bueno, o
de varios, pero de una forma excesivamente seguida). El caso es que las dos están
bien pero como son los mismos personajes, el mismo lugar y casi el mismo
momento temporal empiezo a sospechar (A falta de leer la tercera de la
trilogía) que seguramente habría sido mejor un libro más largo, más encajado,
que tres novelas separadas, pero, bueno, es una opinión sin mucho, o ningún, fundamento.
En la primera la frase “Mick
recitaba el juramento a la bandera y el padrenuestro. Todos los niños se lo aprendían:
‘Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden’, un mensaje rotundo y
generosos que se olvidaba de incluir un marco temporal. En las montañas era más
conveniente perdonar a los ofensores después de matarlos.” describe en gran
medida en tono de las relaciones entre estas buenas gentes de los Apalaches.
En la segunda, en la que ya
conocemos las relaciones históricas entre personajes (esas pequeñas rencillas
que dan tanta vida y sabor local a las zonas rurales y, sobretodo, tanto
trabajo a los forenses y otras fuerzas de seguridad locales), pues le toca el
turno a la reinterpretación local de una frase que todos utilizamos con un
significa distinto: “Dormí como un bebe. Me pase la noche llorando y me cague
en la cama” que pienso utilizar como réplica en cuanto alguien me cuente la
primera frase, eso suponiendo que para entonces no me haya olvidado
completamente de ella, que es la opción más probable ya que mi memoria pues
eso… que no sé dónde anda, no me acuerdo.
Que un libro incluya en su
contraportada el termino biografía es
algo que, como ya sabéis, me suele echar para atrás peor en este caso cogí El olvido que seremos porque a
continuación estaba el termino novelada,
lo que compensaba lo de biografía (al fin y al cabo, eso significa que todo
puede ser igual de mentira que si fuera ficción) y también porque era
colombiano el autor y puesto que era la biografía
novelada de un padre por su hijo pues decidí darle una oportunidad. La
verdad es que no me arrepiento, ya que me ha gustado mucho su visión de la
educación: “No es que a uno le enseñen a
vengarse (pues nacemos con sentimientos vengativos), sino que le enseñan a no
vengarse. No es que a uno le enseñen a ser bueno, sino que le enseñan a no ser
malo. Nunca me he sentido bueno, pero si me he dado cuenta de que muchas veces,
gracias a la benéfica influencia de mi papá, he podido ser un malo que no
ejerce, un cobarde que se sobrepone con esfuerzo a su cobardía y un avaro que
domina su avaricia. Y lo que es más importante, si hay algo de felicidad en mi
vida, si tengo alguna madurez, si casi siempre me comporto de una manera
decente y más o menos soy normal, si no soy un antisocial y he soportado
atentados y penas y todavía sigo siendo pacifico, creo que fue simplemente
porque mi papá me quiso tal y como era, un atado amorfo de sentimientos buenos
y malos, y me mostro el camino para sacar de esa mala índole humana que quizá
todos compartimos, la mejor parte. Y aunque muchas veces no lo consiga, es por
el recuerdo de él que casi siempre intento ser menos malo de lo que mis
naturales inclinaciones me indican”. Ya, ya sé que al leer esto de que no
soy un antisocial algunos habréis puesto vuestra mejor sonrisa irónica pensando
interiormente un “lo que hay que oír”
y puede que otros hayáis pensado, efectivamente al leer lo de un atado amorfo;
en ninguna de las dos cosas os quitare la razón y tampoco se la quitare al
autor al reflexionar que todo se debe a ese cariño, a ese querer de mi padre
(bajo ningún concepto de mi papa, pese a los dos años que he vivido en Colombia
eso de papa, como que no).
Como curiosidad en la novela –
entiendo que también en la vida real – una de las hermanas del protagonista se
va de casada a Estados Unidos y, casualidad de las casualidades, se va a
Morgan-town que es justo el primer pueblo que visite yo en Estados Unidos en
aquel primer verano de experiencias americanas, aunque yo nunca pienso en el
con ese guion intermedio que el autor le coloca.
También, incluso ahora que
recuerdo Morgantown y otros recuerdos que se agolpan en mi cabeza, coincido
mucho con su visión de la felicidad y la nostalgia: “Fueron años de dicha,
digo, pero la felicidad esta hecha de una sustancia tan liviana que fácilmente
se disuelve en el recuerdo, y si regresa a la memoria lo hace común sentimiento
empalagoso que la contamina y que siempre he rechazado por inútil, o dulzón y
en ultimas por dañino para vivir el presente: la nostalgia.” que, en mi caso y
justo en relación con ese año, es más la tristeza lo que me trae el recuerdo
que ningún tipo de nostalgia pero entiendo lo que quiere decir aunque solo lo
pueda aplicar a otros años. En cualquier caso, rechazo la nostalgia, por dañina
además de por dulzona que, sin ser pre diabético, tengo que cuidarme.
En mi primer viaje a Piles, para
el seguimiento de las obras, pienso que me lleve Babysitter, novela que esperaba me gustara bastante ya que, pese a
reconocer el nombre de la autora desde siempre, no había leído nada hasta hacia
poco, que había leído una novela suya sobre la ley del silencio y los soplones
que me había parecido muy buena. Esta no me ha parecido tan buena como la
anterior, pero, como ya dije antes, probablemente se deba más a mí que a la
autora o puede que incluso se deba a que esta es una historia un poco más
convencional que no permite un planteamiento tan interesante como la otra. Vete
a saber.
El caso es que en un dialogo
explica porque uno no debe nunca sonreír cuando le hacen una foto: “porque la fotografía te sobrevivirá y parecerás
una panoli de campeonato sonriendo cuando estés muerta”. Algo que no puedo
compartir y que de hecho si me acuerdo de esta frase cuando me estén haciendo
una foto seguro que me arranca una sonrisa el recuerdo.
También, aunque de esto no estoy
seguro, he aprendido que “Viernes Santo,
El único día que no se da la comunión en la Iglesia católica romana. No hay
comunión el Viernes Santo porque no puede haber consagración porque no puede
haber consagración de la hostia en Viernes Santo. No hay consagración de la
hostia en Viernes Santo porque a Jesucristo lo clavaron en la cruz, todavía no
se ha alzado del sepulcro no lo han llevado inerte a darle sepultura para
esperar su resurrección el Domingo de Pascua:” No sé, no acabo de ver clara
la explicación y, la verdad, desconozco completamente si es un hecho cierto o
una extravagancia de la autora, pero es un dato curioso, uno de esos “misterios de la Iglesia”. En fin,
buena, pero sin mucho empaque.
Compasión por el diablo, la cogí solamente porque era de la misma editorial
que edita a Offutt y como ya me
habían descubierto a un excelente autor pues pensé que se merecían otra
oportunidad (es de agradecer que las editoriales editen a autores poco famosos
y yo, como lector, pues siendo que es mi deber apoyar este tipo de cosas). Es
una novela curiosa que pese a que no engancha – todo es un poco excesivamente
de película típica, sin nada relevante – tiene algunas cosas curiosas como que
los aviones que llevaban al personal militar tenían que se fumigados ya que “Era necesario fumigar el avión para matar a
cualquier insecto norteamericano susceptible de alterar el equilibrio ecológico
de Vietnam”, algo que es muy razonable ya que bombardear todo el país con
Napalm o Agente Naranja no provoca el mismo desequilibrio ecológico. Vivir para
ver, o leer.
Por supuesto tiene frases algo
mas bélicas como esa de que “El sexto
sentido no es más que los otros cinco sentidos detectando una amenaza”, que
igual es más genérica que bélica; o sea otra mucho más concreta de “La frase que compendiaba las dos maneras de
afrontar la vida y la muerte en Vietnam era: ‘No es la bala que lleva tu nombre
la que tienes que evitar, sino la que dice ‘a quien pueda interesar.’” Pues
eso, seguiremos mirando, comprando, cosas de esta editorial, por lo menos de
momento.
Como todavía me quedaba algún
libro de mi viaje a NYC pues me lleve uno a Piles, concretamente Trinity Trinity Trinity que desde ya os
confieso que es una de esas demencias, en este caso demencia intelectual,
típica de los japoneses. A ratos es verdaderamente ininteligible y no tienes
muy claro de que están hablando, o, ya puestos, quien está hablando, aunque lo
que si te queda claro es que hay que ser muy japonés para tomarse una “Chicken-Teriyaki-and- avocado pizza” o
una “corn-and-potato pizza” como
hacen los protagonistas en diferentes momentos.
Una de esas cosas curiosas de las
que uno se entera es que los juegos olímpicos de 1936 en Berlín, estuvieron a
punto de celebrarse en Barcelona y que “Spain
boycotted the Berlin Olympics, and even planned to host their own independent
games in defiance of the Nazis. But he Spanish Civil War aborted this plans as
well.” verdaderamente soprendente, o al menos para mí que no tengo ni idea
de los juegos olímpicos, mucho menos de su historia.
Pero es que las causalidades no se quedan aquí:
“After that, Spain, under the Franco
dictatorship, tried again, putting forth Madrid this time as host city. But it
lost to Germany once more, as those were what became the Munich Olympics.”
Después de leer esto uno casi se
alegra de que al final Barcelona tuviera unos juegos olímpicos y no perdiera la
candidatura frente a Alemania: la primera vez, Berlín, dio lugar a una Guerra
mundial (o puede que incluso a una guerra civil) y la segunda, pues eso, a los
atentados de Múnich… normal que la tercera se la dieran a España para evitar,
no sé, ¿una invasión alienígena? Pesa a Cobi,
a la Caballee, al Freddy Mercury, al arquero que fallo y a
todas esas otras cosillas pues uno casi, que se alegra, la otra opción (que se
la volvieran a dar a Alemania) pues parece peor, a priori.
Tras esta inquietante lectura
decidí acabar con mi reserva de libros de NYC que ya estaba reducida a una
primera novela de una serie de un autor clásico donde los haya, pero poco
traducido en español, y empecé The Deep
Blue Good-By. ¿Qué decir de ella? Pues que es la primera de una serie ¿de
Pulp? del autor con un personaje (Travis McGee) que no es exactamente un
detective privado sino más bien un arregla-entuertos de amiguetes que
considerando que esta es de 1964 pues es precursor de muchos autores y
protagonistas del género. Así
que un clásico en cuyas páginas el protagonista reflexiona sobre cómo le ven
los demás y como se ve el mismo: “I have
been told that when I have been aroused in violent directions I can look like
something from an unused corner of hell, but I wouldn’t know about that. My
mirror consistently reflects that folksy image of the young project engineer
who flung the bridge across the river in spite of over whelming odds, up to and
including the poisoned arrow in his heroic shoulder.” Que es
exactamente lo que me sucede a mí, y creo en general a todos los que somos
hieráticos, que además de hieráticos pues somos unos incomprendidos en nuestro
hieratismo. Nada más que decir, su señoría, McGee y yo somos hieráticos piense
lo que piense, o experimenten lo que experimenten los demás sobre nuestras
expresiones ya que “la expresión está en
el ojo que mira.”
Desde la Línea fue la aportación de mi amiga Maria de la O, en la última reunión de nuestro secreto club de
intercambio de lecturas y cotilleos del sector del agua, por lo que primero
confesare que yo jamás me la hubiera comprado y por ser completamente sincero:
no me la habría comprado porque la portada es básicamente una copia de una
portada que ya había visto en más de un libro y, eso ya es una muy mala señal.
Igual no tanto del autor (que al fin y al cabo no suele elegir la portada) sino
de la editorial, pero creo que eso es incluso peor: si los que se han leído el
libro, a los que les ha gustado lo suficiente como para publicarlo, no
consiguen encontrar una imagen que refleje el contenido de una forma única pues…
apaga y vámonos. Ya, ya sé que siempre se dice que “no hay que juzgar un libro
por su portada” pero esta frase yo siempre la he entendido como una metáfora para
otras cosas, no precisamente para un libro (o un disco) que obviamente juzgas
por su portada, o por lo menos los que somos capaces de cambiar de opinión, de
juicio, es algo que podemos hacer tanto con los libros como con el resto de
cosas del mundo (incluyendo aquí a las personas).
El caso es que, mirando rápidamente
el libro, con sus renglones sin acabar como si fuera poesía en verso libre, mis
expectativas no mejoraban y solo podía pensar en aquella frase de mi hermano
Rafa sobre lo vagos que son los poetas, que son incapaces de acabar una línea.
Con todo, empecé su lectura con interés
y, la verdad, es que se deja leer bien, aunque a ratos uno se pregunta ¿Por qué,
para qué, por qué no lo deja ese trabajo en la fábrica que tan alienante es? El caso es que no hay forma de responder a
esas preguntas de una forma, ni medianamente, políticamente correcta por lo que
me ahorro mi explicación. Dicho todo esto, reconoceré que el libro está bien, aunque
no haya en el nada que me haya sorprendido lo suficiente como para recordarlo.
Lo mejor es que nuestro club de intercambio funciona ya que, ese era su
objetivo, el de leer cosas que normalmente el otro no leería, supongo que los
modernos lo llamarían finamente “salir de
la zona de confort” (algo que para una persona a la que le gusta leer en un
sofá y de forma confortable pues es difícil).
Las historias de Amor Towles en general me parecen
divertidas ya que se basan en situaciones peculiares (desde aquel noble ruso
exiliado en un hotel de lujo del propio Moscú, a la otra sobre un trio amoroso-vital)
y esta, La Autopista Lincoln, no es
una excepción e incluye un viaje iniciático a través cruzando todo estados
unidos que, por supuesto, empieza en dirección contraria a la que quieren sus
protagonistas y desde, ni más ni menos que Morgen
(que obviamente es un nombre inventado de ciudad pero que para mí es
significativo y pues ya me predispone a favor de la lectura).
Sin llegar a ser desquiciado el
viaje de los protagonistas es divertido y sus actitudes vitales entretenidas y
peculiares, con frases ingeniosas como “Dicen
que el Señor contesta a todas las oraciones, solo que a veces contesta que no”
que me parece impecable; grandes dotes detectivescas como “Ah, pensé al ver la esquina de un libro que asomaba entre los pliegues
de las sabanas, ¿Cómo no me habré dado cuenta? El pobre hombre padece la adicción
más peligrosa que existe.” Adicción que, entre otras muchas, ya también padezco
(o disfruto, más bien, como con todas mis adicciones, que tener adicciones para
sufrir es un poco de retrasados); fobias compartidas como la del color amarillo,
aunque por motivos diferentes ya que ellos creen que “es el color de los cobardes” y en mi caso proviene de un trauma de
juventud, que, ya, si eso, os cuento otro día.
Por supuesto también tiene su
dosis de informaciones curiosas – aparte de la obvia de la existencia de esta autovía,
que no es la 66 que todos conocemos, y que empieza en la calle 42 con Broadway,
punto que iré a visitar a ver si tiene una placa como la del kilómetro cero – esta
esa de que, durante la guerra fría, en estados unidos se hacían simulacros de
ataque nuclear, que incluían, entre 54 ciudades, a NYC y “Solo en la ciudad de Nueva York caerían tres bombas imaginarias, una
de las cuales impactaría imaginariamente en el cruce d ela 57 con la Quinta Avenida,
justo delante de Tiffany’s, nada más y nada menos”, y aunque sus simulados
efectos pueden valorarse como escasos y poco representativos: “Como parte de la prueba, cuando sonara la
sirena de alarma se suspenderían todas las actividades normales durante diez
minutos en las cincuenta y cuatro ciudades” hay que tener en cuenta que
diez minutos sin actividad son muchos minutos.
Con todo, mi parte favorita es su
capacidad de compresión del comportamiento ajeno que se ve en ese “De modo que yo no podía reprocharle que me
echase parte de la culpa. Eso es lo que suelen hacer las personas cuando están
nerviosas. Señalan con el dedo. Señalan con el dedo al que tienen más cerca y,
dada nuestra forma de relacionarnos, casi siempre es un amigo y no un enemigo.”
Tras la lectura de Personas decentes, pese a que ya tenía la sospecha en el momento de comprarla he revisado si había leído algo del autor y cuál había sido mi opinión, momento en que este blog ha demostrado su utilidad. SI, había leído una – por recomendación de varias personas – y no, no me había gustado, me había parecido todo un folletín cubano. Obviamente como soy como soy y ya tengo yo bastantes prejuicios no leí lo que había escrito antes de ponerme con esta lectura, ni con ninguna, que yo, como todo el mundo sabe, soy muy influenciable, aunque solo sea influenciable por mi opinión.
El caso es que sí que es otro folletín
cubano y de exiliados cubanos que si bien no tiene demasiado interés (para mi)
deja frases graciosas, aunque poco más como “Ya
se sabe que la fe mueve montañas. ¿Y el dinero? Pues parece que puede desplazar
cordilleras, pensó Conde.”; o “Y por
eso en la isla la gente decía que lo importante era tener FE: familiar en el
extranjero”, que pues eso, no están mal como gracieta, pero, ya digo, poco más.
La gran intriga para mi es que están
comiendo cuando toman “típicos catauros
de yagua de palma real cargado de yucas y malangas hervidas, rociadas con su
mojo de ajo y naranjas agrias…”, menos mal que también había cerdo asado
que si no podía tratarse de un festín vegetariano o de uno más propio de
Indiana Jones en un templo perdido. Ni idea.
La última lectura por comentar,
que no fue la última del mes (que fue la segunda de Offutt de la que ya he hablado) fue Los matones del Ala, novela de bandas de esa misma editorial a la que
le estoy dando oportunidades, que esta vez es parte (como no) de una trilogía,
esta vez de los pantanos ya que pues pasa en Louissiana (aunque no estoy claro
si llegan a situar los pantanos – y en estados unidos hay más de una zona de
pantanos – como también tienen un pasado francés pues me he decantado por
ubicarla mentalmente allí y no, en digamos, Florida).
Se deja leer, pero tampoco aporta
mucho a lo que viene siendo el género (sí, siempre hay un género que
encasquetarle a una novela) en el que lo más divertido es el contraste entre
algunas descripciones de personajes.
Por una parte, tenemos al del
pantano “Aquel flacucho repugnante se había criado a base de comida basura y, a
juzgar por sus dientes verdosos, no le hacían mucha gracia los dentistas. Su
piel tenía un tono amarillento, sus ojos eran verdes como los de una mosca de
la mierda y su cerebro debía ser lo bastante raro como para desatar una guerra
de pujas póstuma entre científicos. Por lo general, parecía estar mal de la
azotea, loco como un ganso patinando sobre hielo, inmaculadamente extraño y sin
mancha de normalidad en su expediente:” vamos, un tipo encantador con un bonito
color de ojos.
Por otra parte, tenemos al que no
es del pantano, si no de la ciudad y que “Era
el típico panoli que se paseaba por la calle Séptima a plena luz del día y
hacia que los atracadores levantasen la vista y exclamasen: ‘¡Bingo!’”
Buenas descripciones a las que el
resto de la historia no hace la justicia ni aprovecha como debería. Con todo,
aunque ya con más dudas, seguiremos dándole una oportunidad a esta editorial.
En fin, pues eso… en breve, antes
de que acabe el mes, escribo lo de febrero y ya estaré al día, seguramente para
volver a ir con retraso en breve pero así es la vida… vosotros pues, eso, ¡Divertíos
asaltando el castillo!.
Lecturas
Los cerros de la muerte - Chris Offutt
El olvido que seremos - Héctor Faciolince
Babysitter - Joyce Carol Oates
Compasión
por el diablo - Kent Anderson
Trinity
Trinity Trinity - Erika Kobayashi
The deep
blue good-by - John D. MacDonald
Desde la linea - Joseph Ponthus
La autopista Lincoln - Amor Towles
Personas decentes - Leonardo Padura
Los matones del Ala - Daniel Woodrell
Los hijos de Shifty - Chris Offutt
¡Has puesto difícil el próximo intercambio del club secreto, estimado asaltador de castillos! ¡También valoras las portadas!
ResponderEliminarPor cierto, el otro día reconocí la Librería Méndez y te busqué a través del escaparate al pasar por delante. Hubiera estado bien pillarte in fraganti.
¡Feliz domingo!
Ja, ja, ja... de difícil nada, no empecemos con excusitas... que por cierto que ya va tocando... tras la semana santa hay que encontrar día sobre lo de las portadas... que voy a valorar yo las portadas... si casi no valoro el libro...es solo que me apetecía comentar esta coincidencia... pero, si igual ha quedado raro...
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